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Espero en la bañera a que los ruidos al otro lado de la pared se detengan. Las voces eventualmente desaparecen, cuento hasta diez, esperando a que mamá venga a buscarme. No viene. Así que sigo esperando y comienzo a contar de nuevo. Esta vez hasta veinte.

Abrazo mis rodillas contra mi pecho y me recuesto contra la sábana que forra la bañera, esperando no tener que pasar la noche en el baño de nuevo.

Aprieto al Oso Púrpura, mis dedos juguetean con sus suaves y desgastados bracitos. Solían ser gordos, llenos de relleno. De alguna manera el relleno había desaparecido, de modo que ahora los brazos eran sólo flacos apéndices pequeños de tela púrpura.

La puerta se abre y echo un vistazo por detrás de la cortina, ansioso por ver a mamá, esperando que por fin haya venido a invitarme a la cama con ella.

Sólo que no es mamá.

Un hombre está parado allí, su cabello largo y con aspecto mojado. Su camisa a cuadros cuelga de sus estrechos hombros. Está desabotonada, abierta al frente. Su vientre con apariencia blanda es tan blanco como la barra de jabón que está a mi derecha.

Se acerca al inodoro, su mano buscando a tientas la cremallera, y yo me echo hacia atrás en la bañera, esperado que se apresure con su asunto y se vaya. Los invitados de mamá nunca se quedan mucho tiempo. Aunque debo de haber hecho un sonido. La cortina de la ducha chilla en el carril cuando él tira de ella.

Se cierne sobre mí. —Bueno. ¿A quién tenemos aquí?

Me estremezco, agarrando al Oso Púrpura frente a mí.

Sus rodillas crujen cuando se arrodilla al lado de la bañera. —¿Eres el pequeño de Iseul?

Asiento una vez.

Sus ojos oscuros viajan sobre mí, estudiando mis piernas descubiertas. Se inclina hacia delante y mira detenidamente dentro de la bañera como si no quisiera perderse ninguna parte de mí.

—No tan pequeño ¿eh? Te ves como un chico grande para mí.

Sus dedos se enrollan alrededor del borde de la bañera y me recuerdan a un cadáver, largos y delgados, blancos como un hueso. Varios anillos destellan en ellos. Mi mirada se fija en uno con la forma de un esqueleto.

En la medida de lo posible abrazo al Oso Púrpura aún más fuerte, mis brazos se aprietan alrededor de su suave cuerpecito. Mamá dijo que él siempre me protegería. Que el Oso Púrpura me mantendría seguro cuando ella no estuviera conmigo.

—¿Cuál es tu nombre?

—¿Dónde está mamá?

—Durmiendo. —Dos dedos huesudos se extienden y rozan mi rodilla. Doy un grito ahogado y apartó mi pierna.

Me sonríe con sus dientes marrones y con sarro.

Abro la boca, listo para gritar por mamá, pero su mano golpea mi boca, cortando mi voz. Mi aire.

Sólo está el desagradable sabor de su mano. Y el miedo...

Me desperté con un sollozo ahogado, saltando de la cama. Unas manos fuertes estuvieron inmediatamente allí, tomando mis brazos, y grité. Volteándome, golpeé al cuerpo a mi lado.

—¡Jungkook! ¿Qué ocurre?

La voz no penetraba. Aún estaba atrapado en el baño, una palma sucia me sofocaba. ¡Mami! ¡Mamá!

—¡Jungkook! —Las manos sacudieron mis hombros—. Jungkook. Solo es un sueño. Estás bien.

Parpadeé contra el aire de la oscura mañana. —¿Jimin?

𝐅𝐨𝐫𝐞𝐩𝐥𝐚𝐲 | 𝐉𝐢𝐤𝐨𝐨𝐤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora