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Al día siguiente, Jimin apareció en mi puerta. Los indicios de Halloween todavía estaban en el pasillo detrás de él. Ren insistió en que los culpables se presentarían para limpiarlo por sí mismos, y hasta ahora no había compradores. Por un momento me sentí incómodo, recordando mi conversación con su hermano. Estaba bastante seguro de que Jimin no apreciaría compartir todo lo que tenía conmigo, pero luego dudé. Jihyun había confesado nuestra pequeña charla con él, sobre todo —sus esfuerzos por emparejarnos. La comprensión de que Jimin probablemente no sabía nada de ese encuentro relajó mi tensión.

Llevaba una de esas pequeñas cajas blancas de la panadería favorita de Jin.

La señalé. —¿Qué es eso?

—Una magdalena.

Arqueé una ceja.—¿Qué clase?

—Terciopelo rojo. —Oh, Dios mío. ¿Me trajo un pastelito?

Me tendió la caja. —Gracias por venir el otro día y cuidar de mí.

Acepté la caja y le dejé pasar. Él se sentó en mi escritorio.

Me hundí en la cama y levanté la tapa. Al mirar, la boca se me hizo agua ante la visión de glaseado de queso crema. —Esto se ve tan bien. —La saqué de la caja, quité el envoltorio y la mordí con un gemido.

—¿Está buena?

—¿Quieres un poco?

—Estoy bien.

Incliné la cabeza hacia él. —¿En serio? Es del tamaño de un melón. Compártela conmigo.

Con una media sonrisa, se unió a mí en la cama. Más tarde, me preguntaba si tal vez había sido mi intención desde el principio. Para estar con él en mi cama.

Le tendí la magdalena, pensando que iba a cogerla de mi mano. En su lugar, le dio un bocado con sus blancos dientes. Mis ojos se ensancharon. —Eso es como media magdalena.

Masticó, su pulgar recogió un poco del glaseado que había quedado en el labio y lo lamió. —Me pediste que mordiera. No puedo evitar comer grandes bocados. El resto es tuyo.

—Hmm. —Le dediqué una mirada de reprimenda y tomé otro bocado, delicado en comparación con el suyo.

—Quise decir lo que dije.

Tragué saliva antes de preguntar—: ¿Qué?

—Gracias por quedarte y cuidar de mí.

—Oh. —Tomé otro bocado, encogiéndome de hombros, sintiéndome incómodo bajo la intensidad de su mirada—. Cualquier persona lo haría.

—No hagas eso.

—¿Qué?

—Quitarle importancia a lo que hiciste, a quien eres. La verdad es que no puedo pensar en otra persona que me cuidara como lo hiciste tú. No desde que mi madre murió. —Asintió lentamente—. Eres un chico dulce, Jungkook.

Mi cara se calentó por su alabanza y mi estómago dio un vuelco. Me tragué el último pedazo de magdalena y me estremecí cuando su pulgar limpió el borde de mi boca, quitando un poco del glaseado que él tuvo en su propia boca. Lo observé. —¿No se supone que es como el beso de la muerte cuando te llaman "dulce"?

Él me miró. El tiempo se extendió hasta que respondió—: No si eres tan dulce que todo en lo que puedo pensar es en ti desnudo y en saborear cada centímetro de ti de nuevo.

Un jadeo escapó de mis labios. Respirando hondo, me arrodillé y me coloqué a horcajadas sobre él. Levanté las manos, que se quedaron en el aire hasta caer en sus hombros, sintiendo la carne firme y sus músculos tensos debajo de la camisa. Sus manos se posaron en mis caderas, apretando suavemente. Nos miramos a los ojos. Envolvió una mano alrededor de mi cuello y tiró de mi cabeza hacia abajo hasta que mi boca encontró la suya.

𝐅𝐨𝐫𝐞𝐩𝐥𝐚𝐲 | 𝐉𝐢𝐤𝐨𝐨𝐤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora