Me ha tocado ser una heroína. No es algo de lo que sentirse orgullosa. Al menos no para mí. Por definición, el concepto significa que alguien ha sido lo bastante estúpido, o tuvo la mala suerte, de encontrarse con un problema del que no ha podido escapar. Cuando te ves acorralada, sin más salida que mirar de frente a la vida y sacar las uñas, luchas contra todo lo que se te viene encima, casi con valor. O al menos eso parece. Pero cuando lo has perdido todo, la ira y el miedo son lo único que te mueve, no el valor o el honor que nos enseñan cuando somos niños.
Los héroes no existen. Solo son los soldados que se han quedado atrás mientras el batallón se retiraba. No les queda más remedio que darse la vuelta y apuntar con sus fusiles al enemigo. No tienen tiempo de escapar. Si pudiesen, lo harían, como los demás. Pero no. Se han quedado atrapados. A partir de ahí, pase lo que pase, ya son considerados héroes. Si mueren, los recordarán; si sobreviven, los alabarán durante sus quince minutos de gloria y luego los olvidarán como al resto del mundo que alguna vez haya hecho algo que los demás no han podido.
La vida no es fácil para nadie, eso lo sé. Pero también sé que cada uno mira hacia su propio ombligo, se centra en sus problemas porque siempre le van a resultar peores que los de los demás. Vivimos lo propio con mayor intensidad, desde más cerca. Eso siempre influye. Yo me guío por la máxima de que siempre hay alguien que lo está pasando peor que yo. No tiene sentido que me lamente, no iba a servir de nada. Vale, estoy enferma, pero hay millones de niños que se mueren de hambre cada día sin que nadie pueda hacer nada por evitarlo, o sin que nadie quiera hacerlo. Quizás sea por esto por lo que la gente me tacha de heroína, porque reconozco que hay gente en peores circunstancias que las mías. Pero no, que no se engañen. No lo soy. Porque los héroes no existen. Y no me voy a poner metafísica, para decir que podría ser algo que no existe. Solo de pensarlo ya me produce dolor de cabeza, y no es lo más adecuado para mí en este momento. He renunciado a la metafísica.
Cuando me dicen que lo hago bien, que le echo mucho valor, me dan ganas de gritarles que se equivocan, que no seré jamás un héroe, que después de Troya ya no aparecieron más Aquiles, Hércules o Ulises... Pero al final solo sonrío, con mis magníficas dotes de actriz. Tras años y años de fingir ante los demás que la vida es más alegre de lo que me parece, me he vuelto toda una experta. Les miro a los ojos, intento adivinar cómo de profunda se encuentra arraigada la estupidez en sus mentes, dejo que mi voz se haga cargo y respondo simplemente con un poco sincero “gracias”. Son libres de opinar lo que deseen. Pero no pueden arrebatarme el vacío, no pueden introducir en mi frío corazón ni una pizca de esperanza.
Cuando ya lo has perdido todo, te sientes como un lobo atrapado en el cepo de un cazador. Aullando de dolor, intentas hasta arrancarte una pata para escapar. Hay veces en las que se puede, hay gente que lo consigue. Pero no es mi caso. No hay patas que arrancarte cuando el problema está por todo tu cuerpo. Así que cualquiera que quiere ayudarme solo recibe un buen bocado de mis enormes y afilados colmillos. El miedo es muy cruel, nos vuelve irracionales. Cuando te ves entre la espada y la pared, cuando ya no hay más salida que dejarte atravesar el pecho por el filo plateado, no te paras a pensar que mañana volverá a salir el sol. El resto del mundo no lo entiende.
La gente insiste en animarme, en llamarme heroína. ¿Qué mérito tiene? Todavía no consigo entenderlo. ¿Soy una heroína por estar enferma? Dicen que sí, dicen que soy valiente por intentar sobrevivir. ¿Qué otra cosa podría hacer? Solo quiero que me dejen tranquila; que no me sonrían a la cara, para luego menear desesperados la cabeza cuando vuelvo la espalda. ¿Cómo quieren que mantenga la fe, si hasta ellos la han perdido?
Lucho, porque no puedo hacer otra cosa. Sobrevivo, porque la fuerza de voluntad que guardo en mi pecho es muy grande; de eso sí puedo sentirme orgullosa. Pero no soy una heroína; no soy un ídolo que seguir; no hay nada en mí que merezca admiración, aunque se empeñen en hacérmelo creer. Podría enumerar mis defectos, pero creo que la corta duración de mi vida no sería suficiente. Las virtudes, sin embargo, podría contarlas con los dedos de una mano. No quiero ser un ídolo, porque me hace sentir culpable por no poder ser mejor. Es una gran responsabilidad y no me siento con fuerzas para llevar más cargas.
Sé que puede resultar duro para el mundo encontrar a alguien como yo, que ha perdido la fe y la esperanza. Lo siento. Pero he aprendido a sobrevivir así, incluso podría asegurar que soy feliz. No necesito a un Dios, y menos ahora que miro desde tan cerca a la muerte; no necesito la lástima y la pena de nadie, me basta con mis propias lágrimas; no necesito que todos insistan en tratarme como al Cid Campeador, porque no lucho por nada que no sea yo misma.
No soy una heroína y no quiero serlo. Se me están agotando las fuerzas. Cuando luchas en una guerra no debes dejar que te ataquen por dos frentes, sería un error que te llevaría al total y absoluto fracaso. Solo hay que poner los ojos en los libros de historia. Napoleón siempre afirmó que había perdido la guerra en España, pero no porque este país fuera muy poderoso, sino porque no podía contener sus continuas rebeliones si al mismo tiempo tenía que enfrentarse a Rusia.
O Hitler, otro gran estratega, (aunque no muy buen ser humano) que acabó hundido entre el lodo por encerrarse entre Francia e Inglaterra, por un lado, y el gigante de la URSS por el otro. Cuando te encuentras en una situación así, no tienes más remedio que rendirte. Acepta las condiciones del enemigo, cede terreno, permite que te traten como a una valiente... Ya tengo suficiente con sobrevivir; esa es mi guerra, no hacer comprender al mundo lo equivocado que está. Si quieren etiquetarme con una categoría que solo existe en la ficción, allá ellos, no seré yo quien lo impida.
Quizás algún día pueda creer que los héroes existen, pero hasta que no vea a un tío con los gayumbos por fuera, capaz de parar las balas con los dientes y que diga llamarse Supermán, no trataré de intentarlo. Puede que las historietas de los cómics hayan dejado una huella profunda en mi forma de pensar. Siempre admiré a los personajes vestidos de lycra que arriesgaban sus vidas para solucionar los problemas del mundo, para salvarnos a todos... Esos serían los verdaderos héroes si existiesen. Sin embargo, yo no soy como ellos. Yo no salvo al mundo. Ni siquiera puedo salvarme a mí misma. Pero la gente quiere animarme, quiere que tenga esperanza, quiere que sonría a las puertas de la muerte para hacerles sentir mejor cuando no pueden hacer más que molestarme con comentarios estúpidos. Está claro que esta vez no podré escapar de ellos: me ha tocado ser una heroína.
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11 ROSAS
Short StoryOnce historias independientes, monólogos de mujeres que cuentan lo que les ha tocado vivir. *** ÉL 11/09/2020 Una mujer se enamora de un pintor mucho mayor que ella que parece que sólo se interesa por su arte. LOCA POR ELLA 11/10/2020 Tras un encue...