NOTA DE SUICIDIO

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Queridísimos anfitriones en esta farsa que ha resultado ser mi vida:

No tengáis en cuenta la ironía, porque sí es verdad que pretendo agradeceros todo lo que habéis hecho por mí. Ambos habéis sido unos padres medianamente decentes, a pesar de vuestras disputas en las que siempre me implicabais y la separación que tanto me marcó según los psicólogos a los que los dos me llevasteis. Quiero que sepáis que no os culpo de nada, que, si llegué a ser la inútil que ambos me consideráis, es sólo por méritos propios. Lo cierto es que para la mierda de educación que me habéis dado no sólo es un milagro que sepa hablar, sino que incomprensiblemente soy una tía con muchísimo talento. Lo sabríais si os hubieseis fijado un poco más en mí. Pero ¿qué más da? Supongo que para vosotros era más relevante el problema de la pensión alimenticia que yo provocaba.

¿Sabéis una cosa? ¡Que os jodan a los dos! Estoy harta de todo. Me he dado cuenta de algo que ya es inevitable: no encuentro ningún motivo para continuar con esta mierda de existencia a la que yo misma me he condenado según vuestras impertinentes intromisiones en mis pensamientos. Al darme cuenta de que, hiciese lo que hiciese, el mundo seguiría girando, empecé a preguntarme qué pasaría si yo no siguiese en él. ¿Alguien lo lamentaría? ¿Quién me echaría en falta? Sería muy esperanzador pensar que habría alguna persona que me llorase, pero me estaría mintiendo descaradamente. ¿Amigos? Nunca los tuve. Nunca me dejasteis. Siempre que escogía a alguien a quien entregar mi confianza, no resultaba de vuestro agrado. ¡Vivan las malas compañías! Queríais que tuviese amigos normales. Normales. Yo. Que soy de todo menos normal. ¡Claro, como si fuese algo tan sencillo! Ni en los cuatro internados en los que me encerrasteis, ni en los últimos tres institutos públicos de los que acabaron echándome, podía librarme de la etiqueta de marginal, de bicho raro. Si vosotros, amadísimos padres, fuisteis el principio de mi decadencia, la sociedad fue mi estertor final.

No es de extrañar que me haya encerrado en mi propio mundo. La literatura ha sido siempre mi vía de escape. Y gracias a todo el tiempo que he podido dedicarle, tengo que admitir que soy una escritora cojonuda. Vosotros me diríais que me falta modestia. ¿Pero qué es la modestia? Es un método infalible de que los demás reconozcan tu talento. Y como yo no quiero ni necesito nada del resto del mundo, no pienso caer en la trampa de la falsa humildad. Sería demostrarme a mí misma que me habéis enseñado algo. Y no. Ni siquiera esa mierda he aprendido de vosotros. Nunca permití que dejaseis huella en mi mente. Aunque lo hubieseis hecho, sería más bien una advertencia, quizás una norma más que saltarse, un motivo más por el que os enfadaríais conmigo. Pero eso no es nada extraño, es de lo más convencional cuando tenéis por hija a una... ¿cómo lo definíais vosotros? ¡Ah, sí! ¡Una hija de Satanás! Bien, me convertiré en todo aquello que creéis que soy por una sola vez, aunque vaya en contra de mis principios. Eso es algo que sabríais si os hubieseis molestado en prestarme algo más de atención que al perro.

Pero mi objetivo no era llenar vuestras estúpidas mentes con un pequeño atisbo de mi sabiduría. Lo que pretendía con esta entrañable carta de una hija a sus queridísimos padres, era dar a conocer la postura que los últimos dieciocho años vividos a vuestro lado- lo que viene siendo toda mi vida- me ha llevado a adoptar. Estoy cansada de la rutina que os empeñáis en imponerme, coartando mi libertad, mi tesoro más preciado.

Odio tener que levantarme cada mañana para asistir a un cuarto instituto en el que, no sólo no me enseñan nada, sino que tengo que compartir aula con una pandilla de niñatos dos años menores que yo, que se creen los amos del universo. ¿Y pretendéis que los considere amigos míos? ¡Ni en cien años intercambiaría una sola palabra con uno de esos inútiles sin vocabulario!

Aborrezco las atroces comidas en las que nos reunimos cada sábado, fingiendo que somos la familia feliz- o al menos eso intentáis vosotros, amonestándome por no imitaros.

Detesto la burda seriedad de mi cuarto, que nunca me dejasteis personalizar. Luego os quejabais de la extraña manía que la niña había cogido de Dios sabe dónde de vestirse de negro. Supongo que se convirtió en una constante cuando traté de mimetizarme con mi escritorio para que me ignoraseis como hacía yo con vosotros: quid pro quo.

Desprecio enormemente los discursos que tanto vosotros como los directores de todos los centros por los que fui pasando os empeñabais en regalarme con tanta paciencia, criticando mi falta de atención y mi poca disposición hacia las normas de un mundo adulto que- decíais- ya debía ser el mío.

Además, maldigo esa manía vuestra de incluirme en tantos grupos de terapia para gente antisocial. Solo tratar de recordar sus nombres me da una jaqueca horrible.

Nunca os pedí amor o cariño, solo os suplicaba que trataseis de dejarme tranquila, viviendo la vida a mi manera. No quería estupideces de a las ocho en casa, no salgas con esas pintas, hoy vienes a comprar ropa conmigo y te la elijo yo que ya estoy harta de que salgas como una pordiosera...

Suerte que permitisteis por lo menos que estudiase el bachillerato artístico; cuando se vio que en el científico-técnico que habíais escogido para mí no tenía ningún futuro, claro. Así al menos pude dar rienda suelta a mi creatividad. Os sorprendería saber cuántas cartas han llegado del instituto para advertiros de la violencia que vuestra hija plasmaba en todas sus obras. Y, sobre todo, os sorprendería saber cuántas veces respondisteis que era debido a un trauma infantil y a la falta del cariño en el hogar, que solo queríais verme acabar el curso aprobando y que cuando cumpliese los dieciocho me echaríais de casa a patadas. Los profesores pueden ser muy crédulos cuando quieren. Jamás probaron a llamaros. Y las cartas siempre pasaron por mis manos antes que por las vuestras. Deberíais saber que a vuestra hija se le da de maravilla imitar cualquier tipo de escritura. Como el de las cartas de los maestros que realmente recibisteis. ¿Para qué molestaros con la verdad si jamás os interesó?

¿Qué pretendo evidenciar con toda esta palabrería? Pues está muy claro. No quiero seguir aguantando estoicamente esta mierda de vida. Llevo demasiado tiempo pensando en ponerle fin, esperando el momento adecuado y concretando la manera precisa. Y al fin he llegado a una conclusión. Como siempre- o eso decís que suelo hacer- tomaría el camino más simple, el más fácil. Puede que escoja saltar a las vías del tren, o hincharme a pastillas, o ahogarme en el mar. ¿Cuál os parece mejor? El mar es muy poético, claro que las pastillas me permiten quedarme en casa, pero son muy caras. Así que decidido: voy a saltar.

Ya está definido el cómo. ¿Cuándo, entonces? Cualquier momento es bueno desde que tengo uso de razón. ¿Ahora quizás? Es el mejor momento. Podría subir a la azotea y saltar. Son seis pisos. Si no me mato es que Dios -en el cual no creo- me odia tanto como vosotros. Así de simple: subir unas cuantas escaleras; encaramarme al borde del tejado; extender los brazos al frío aire de la noche y dejarme caer, como si volase, como si escapase muy lejos de aquí cruzando el viento a toda velocidad.

Pero ¿sabéis una cosa? No me apetece. No pienso hacerlo. ¿Por qué? No lo sé. ¿Y por qué sí? Tengo tantos motivos para seguir viviendo como para morir. No sé... Nunca he visto Egipto, o Grecia, o Nueva York... Quizás ahora tenga una oportunidad. Además, soy cobarde, demasiado como para acabar con todo. O puede que sea toda una heroína, consiguiendo dejar la salida más fácil a un lado por primera vez en mi vida. Seguiré con el camino, aunque no me quede nada ni nadie en que apoyarme.

En fin, para que no creáis que os hice leer esta macabra nota para nada, os pediré que cambiéis el modo de verla. A fin de cuentas, no es el anuncio de un suicidio, pero sí una carta de despedida. No sé hacia dónde iré, o lo que me espera. Pero tengo la vaga esperanza de que, sea lo que sea, será mucho mejor que la vida que ambos me habéis regalado. No tengo recursos para sobrevivir, pero ya había decidido poner fin a mi existencia, así que la decisión está tomada: prefiero morir a continuar con esta farsa que ya ha durado demasiado. Esto no es un hasta luego, es un claro adiós, ahí os pudráis. Eso sí, con mucho cariño de vuestra amadísima hija. Hasta que os vuelva a ver, que espero que no sea nunca. Un saludo nada cordial:

C.R.A.

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