Era el típico hombre que te gustaría poder decir que era tu padre. La cabeza bien alta, elegante, bien vestido, amable. Siempre saludaba con una ligera inclinación de cabeza cuando pasábamos . De niña me gustaba imaginarme historias sobre él. Se las contaba a mis compañeras, cada día una distinta, haciéndoles creer que era verdad hasta el último momento, cuando ya debía confesar. Jamás dudaban de mí, día tras día, mentira tras mentira. Era tal el misterio que le envolvía, que ninguna desconfiaba de que mis palabras sólo fuesen fruto de mi sórdida imaginación. Fue cuando descubrí mi pasión por la escritura. Parece mentira que una persona con la que apenas había cruzado una o dos palabras hubiese despertado en mí una pasión tan incontenible.
Cuando regresé del internado, todos decían que ya era toda una mujer. Has aprendido a comportarte, me felicitaban algunos, ahora ya puedes llamarte mujer. La educación es primordial para que te den el título de hembra profesional. O al menos así les parecía a los paletos de pueblo que descubrí a mi llegada al hogar. Llevaba tanto tiempo fuera que ya no me sentía en casa. A pesar de la tersura de las sábanas, a pesar del olor a lavanda que envolvía la colina, a pesar de que todos recordaban mis historias y querían escucharme recitarlas de nuevo... Pero ahí no pude complacerlos, pues el internado y la educación para convertirme en toda una mujer, habían acabado con mi pasión incontenible. O al menos la habían sepultado por completo.
Recuerdo cuando volví a verle. Paseaba con una de mis antiguas amigas, que insistía fervientemente en que debía contarle alguna de mis historias. Y yo trataba de alejarla de mí, porque no encontraba las palabras. Ya no encontraba las líneas trazadas que atravesaban mis ideas uniendo con lazos cada uno de los sucesos que se me ocurrían. Había perdido mi pasión, y en ese maldito pueblo todo el mundo se esforzaba por recordármelo. Cuando algo duele, que pongan el dedo en la llaga no es demasiado divertido.
Pero, en el último suspiro, cuando estaba a punto de lanzar un improperio impropio de una señorita como yo, levanté la cabeza y le vi de nuevo, dirigiéndose hacia mí, tal como le recordaba de antaño. Seguía igual. Quizás alguna que otra cana poblase su cabello oscuro; quizás la sombra de una barba le ensuciase el rostro; pero sus facciones duras y fuertes seguían allí. Sus ojos puros y cristalinos, de un gris inmaculado, continuaban centrando su atención en el suelo cuando pasaba ante alguien. Y, sin embargo, cuando llegó a nuestra altura, levantó la vista y la centró en mis ojos.
Pasamos el uno al lado del otro y nuestras miradas se cruzaron, se mantuvieron, se besaron. Los dos giramos la cabeza al reconocernos. Él, tan ajeno a ese pueblo... Yo, tan desheredada... Y nos comprendimos.
Sonreí. Volví de nuevo la vista al frente y comencé a recitar. Mi amiga me escuchaba asombrada. Convertí sus rasgos duros en los de un Zar que había huido de Rusia en un frío invierno, para encontrarse con una princesa deshonrada a la que devolverle su amor. Y ella me entregó el aplauso que tanto tiempo llevaba esperando. Había vuelto a desatar mi pasión prohibida: la imaginación, la dulzura de los cuentos que se creaban en mi mente sin freno. Y todo había sido gracias a él, a esa mirada. Desde ese preciso momento supe que lo amaría para el resto de mi vida.
Comencé a hacer coincidir mis paseos con los suyos, esperándolo cuando mis nervios me obligaban a salir antes por miedo a llegar tarde, y corriendo cuando mi cuerpo se negaba a reaccionar ante las quejas de mi mente excesivamente racional. Cuando sus ojos se cruzaban con los míos, mis piernas temblaban de un modo que jamás había conocido. Casi como si me estuviese penetrando con la mirada. Pues los efectos eran los mismos... Mi cuerpo se acaloraba, mis mejillas se sonrosaban, mi piel comenzaba a arder y mis piernas se negaban a sujetarme, hundiéndose ante el temblor de todo mi ser. Y a pesar de que me moría de vergüenza, seguí cruzándome con él cada día en el mismo lugar. Semana tras semana, mes tras mes, año tras año...
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11 ROSAS
Short StoryOnce historias independientes, monólogos de mujeres que cuentan lo que les ha tocado vivir. *** ÉL 11/09/2020 Una mujer se enamora de un pintor mucho mayor que ella que parece que sólo se interesa por su arte. LOCA POR ELLA 11/10/2020 Tras un encue...