Cap.3 Caminando a la deriva

142 63 105
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me levanto con la sensación de estar desesperado buscando a alguien y con una especie de sabor a sal en mi boca

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me levanto con la sensación de estar desesperado buscando a alguien y con una especie de sabor a sal en mi boca. Miro mi reloj de noche y marca las 12:30 a.m., sin embargo, decido levantarme a buscar un vaso con agua para quitar ese sensación incómoda en mi paladar.

—Eres como el viento, te pierdes y no siempre te encuentro.

Me detengo con el vaso a medio camino, escucho algo demasiado extraño. Pero solo niego con la cabeza, pues puede ser producto de mi adormecimiento, por lo que regreso a mi cama.

—Andrés, tienes que volver.

Esto es demasiado raro, siento como si me hablaran al oído. Me levanto otra vez y enciendo las luces de mi habitación. No hay nada fuera de lo normal, el televisor está apagado, las ventanas del costado izquierdo están cerradas y el baño tiene la puerta cerrada. Vuelvo apagar la luz y me pongo a ver Instagram para retomar el sueño, no obstante, escucho que tocan la puerta principal. «¿Qué pasa? ¿Compré un apartamento embrujado o qué?». Me levanto sin mucho ánimo, a ver por la mirilla quién es. Martín no puede ser, porque ese debe estar acostado con su mujer y mi hermano tampoco, porque está fuera del país a menos que haya vuelto antes sin avisarme. Miro atentamente y veo que quien toca insistentemente es Laura, no se le ve bien. Hago mi cabeza hacia atrás y dejo salir el aire contenido.

—¿Qué haces aquí a esta hora? —pregunto apenas abro la puerta. Su semblante muestra que estuvo llorando y bebiendo.

—Yo..., yo vine hablar contigo —contesta arrastrando las palabras.

—Pero no era necesario que vinieras hasta acá y menos en este estado. Siéntate, te haré un café cargado. —La tomo con cuidado por el brazo para ayudarla a sentarse.

La dejo en el sofá y me voy a la cocina a preparar el café para que se reponga un poco de todo lo que ingirió innecesariamente. Diez minutos más tarde estoy devuelta con ella y la taza con el contenido humeante.

—Ven, toma un poco. —Soplo antes de que beba—. Cuando se te pase el efecto, te irás a descansar a mi cama que yo dormiré en el sofá. Ella niega con un movimiento un poco brusco.

A través de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora