Emily
La casa de Dean no había cambiado nada. Seguía siendo grande, cálida y acogedora. Un reflejo perfecto del tipo privilegiado que había vivido allí. Tras pasar junto a un árbol de Navidad del tamaño de mi apartamento de Nueva York y de un recibidor lleno de guirnaldas, nos detuvimos junto a una gran puerta de roble al final del pasillo. Era la primera vez que entraba en el despacho de Eli Cole. Ignoraba cuánto sabía acerca de las circunstancias que llevaron a que su hijo y yo rompiéramos, pero si conocía la historia, no hizo nada para hacerme sentir incómoda. Eli era mayor, llevaba tirantes y pajarita, un hombre de la vieja escuela que parecía un académico y podría haber pasado por un profesor en una película de Harry Potter. Era amable con todo el mundo, siempre, y nunca era maleducado ni condescendiente, como el resto de esta ciudad.
Esas cualidades hicieron que simpatizara con él de inmediato.
Vicious y yo estábamos sentados en cómodas sillas de cuero —de aspecto antiguo y recién tapizadas— frente al elegante escritorio de madera oscura. Eli no tenía un ordenador ni un portátil sobre la mesa. Solo una pila de papeles cuidadosamente ordenados a un lado y una gran biblioteca de libros de derecho de familia tras él.
Me sudaban las manos y entrelacé los dedos mientras meditaba sobre lo que Vicious me había dicho antes de que bajáramos de la limusina.
«Porque lo digo yo, Criada».
Sabía que yo era débil cuando se trataba de cosas relacionadas con él. Sabía que siempre que él estaba cerca, yo me enzarzaba en una batalla constante con mi ética.
Porque había querido besarlo aquel día a pesar de ser la novia de Dean.
Porque hoy quería mentir por él, solo para ver cómo asomaba una sonrisa a su bello y cruel rostro.
Apenas presté atención mientras Vicious y Eli debatían cuestiones de acuerdos prenupciales y de abuso de influencia, de testamentos y de precedentes para impugnarlos. Eli sacó un grueso volumen de derecho de las estanterías y hablaron sobre Jo y Harry padre. Ambos hombres se inclinaron sobre el escritorio y leyeron juntos una sentencia en el libro. Vicious parecía demasiado absorto en lo que estaba haciendo para preocuparse por que yo estuviera sufriendo una crisis nerviosa a su lado. Tenía demasiadas cosas en la cabeza y me empezaba a doler.
Estaba dividida entre las verdades de Vicious. La que me ofrecía y la que ofrecía al resto del mundo. ¿Y mi verdad? Era muy sencilla. No sabía qué era lo correcto y qué estaba mal. Solo sabía que la línea entre el bien y el mal se difuminaba cuando se trataba de él.
—¿Millie? —La voz de Eli me sacó de mi ensimismamiento. Pestañeé, me enderecé en la silla y sonreí con educación.
—¿Sí, señor Cole?
—¿Tienes alguna pregunta sobre lo que hemos hablado hasta ahora? Eli entrelazó los dedos y me ofreció una sonrisa amable.