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Vicious

Solo podía pensar en acostarme con ella. No quería hablar con ella sobre la vida. No quería conocerla mejor. Ya estaba rompiendo aproximadamente cinco mil reglas al pasar el día con ella. Cada minuto que pasábamos fuera de la cama era un riesgo. Pero parecía que cuanto más me comportaba como un cerdo, más me preguntaba por mi profesión, mis aficiones y mis preferencias.

A nadie le habían importado nunca todas esas cosas. Nunca. Su interés por mí no me hacía sentir bien. Me hacía sentir extraño.

A continuación, nos dirigimos a Broadway. Recé para que no tuviera realmente planeado que viéramos una obra. No tenía nada contra los espectáculos de Broadway, pero si uno de ellos se convertía en un obstáculo para llegar al sexo que tanto tiempo había deseado, estaba dispuesto a prender fuego a toda la maldita calle. Ya había empezado a hacer los cálculos en mi cabeza. A calcular la sentencia por prender fuego a un edificio lleno de gente. Me acusarían de pirómano, quizá incluso de intento de asesinato. Eran crímenes graves. ¿A qué me enfrentaba? Quince años, como mínimo. Cada estado era distinto, pero Nueva York era duro con sus delincuentes.

Quince años.

Joder, aun así valdría la pena.

—¡Vicious! —Emily me sacó de mi ensimismamiento. Me había puesto a caminar más rápido que ella, a pesar de que no tenía ni idea de a dónde íbamos. Lo único que quería era terminar de una vez.

—¿Qué? —siseé.

—¿Has oído algo de lo que te he dicho? Por supuesto que no.

—Claro que sí.

—¿Ah, sí? —Se detuvo en seco y cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿Qué he dicho? ¿A dónde vamos a continuación?

Eran ya más de las seis de la tarde y al día siguiente era el último día laborable antes de Navidad. No estaba de humor para adivinanzas.

Miré sobre su cabeza hacia el cartel de neón de un salón de tatuajes y pestañeé una vez.


—Quieres hacerte un tatuaje —dije, rotundamente.

Por la expresión de sorpresa que puso, supe que había acertado.

—¿De qué? —insistió ella.

—De... —Me di un poco de tiempo para pensarlo, a pesar de que no lo necesitaba. La conocía. Mejor que la mayoría, de hecho—. Un cerezo en flor.

—Que te jodan.

—Eso es lo que he llevo todo el día intentando contigo. ¿Dónde te vas a hacer ese tatuaje? No quiero que sea un problema en nuestra sesión de sexo.

—En la nuca —contestó—. No te preocupes, será bastante pequeño.

Asentí y noté cómo mi pene se agitaba dos veces. Al parecer, también contaba con su aprobación.

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