Vicious
—Joder, por fin —dije a la vez que abría la puerta del Range Rover rojo de Trent. Era un buen coche de alquiler, teniendo en cuenta que solo había venido de Chicago a pasar las fiestas. Me quité las Ray-Ban Wayfarers y lo fulminé con la mirada.
—¿Cómo que por fin? He llegado antes de que salieras de la terminal. Trent arrancó y empezó a conducir.
Tenía muy mal aspecto. Bueno, para el aspecto que solía tener Trent, en todo caso. El cabrón era agradable de ver. Con su piel color café con leche, su constitución de jugador de rugby y toda una serie de cualidades de esas que hacían que las mujeres mojaran las bragas, era quizá el más apuesto de los cuatro socios de CBAS. Solo que ahora tenía los ojos enrojecidos, barba de tres días y necesitaba un corte de pelo. Urgente.
—Me refería a que mi padre por fin ha estirado la pata —dije. Me giré hacia el asiento de atrás y recogí la bolsa de viaje Armani.
También me refería al hecho de que había sido un viaje infernal. Todo se había ido a la mierda desde el momento en que había recibido una llamada para comunicarme la muerte de mi padre. Con las prisas de no perder el avión me había olvidado el cargador del móvil. Se había terminado la batería y no había habido vuelos a San Diego o Los Ángeles durante horas. Finalmente, al aterrizar, había podido comprar otro cargador y llamado a Trent para que me recogiera.
Saqué el teléfono y comprobé si tenía llamadas y mensajes de Eli Cole. No había ninguno. Solo dos llamadas perdidas de Emily. Ella podía esperar. Primero, necesitaba saber cuándo se haría la lectura del testamento. No tenía sentido contactar con ella hasta que supiera cuándo tenía que hacerla venir a All Saints. Era crucial que estuviera aquí, en segunda fila, lista para cuando necesitara tender mi trampa a Jo. La descomunal erección que me crecía cada vez que pensaba en Emily no tenía nada que ver con ello.
—¿Puedes centrarte por un momento en algo que no sea tu maldita herencia? —dijo Trent. Todavía estaba enfadado por haber dejado preñada a aquella bailarina. Miré al cielo.
—Ya. ¿Cómo está Valenciana? —Valenciana era la stripper. Y, por desgracia, ese no era su nombre artístico.
—Está bien, hemos decidido que... ¡No me refería a eso! Quería decir que deberías estar
triste por la muerte de tu padre.
Saliendo de San Diego hacia All Saints encontramos un atasco. Me pregunté si Jo estaría en casa y, de ser así, si era demasiado pronto para echarla.
—Créeme cuando te digo que mi padre se ha ganado mi odio a pulso.
—¿De dónde ha salido eso? Nunca te he oído decir una mala palabra sobre él. Me esforcé para no mirar al cielo otra vez.
—¿Es que te crees que soy una chica de quince años? Y, hablando de niñas, ¿dónde está el cabrón de Dean?
—En casa de sus padres, por supuesto. Es Nochebuena y, yo en tu lugar, no me sorprendería mucho si pasa a saludar. Y ya te vale, mira que haber contratado a su exnovia. ¿De qué va todo eso, Vic?