UNO

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En el templo aire del sur, Aang estaba algo enfurruñado seleccionando que cosas se llevaría para su primer trabajo, no es que estuviera enojado por viajar o alguna cosa similar, solo no le gustaba la idea de que su primer trabajo importante fuera en las catacumbas de la Nación del Fuego, con la traducción de antiguos escritos que debían rescatar. Si bien era considerado el prodigio del aire control que no debía ser arriesgado, a sus 16 años quería hacer algo mas interesante. Los monjes habían insistido con su fluido manejo de muchas lenguas, usando sus amistades al rededor del mundo para encerrarlo en ese país.

Aunque tenía pocas cosas, le dejaron llevar un pequeño saco con lo indispensable para su viaje, que duraría casi seis meses; guardo algo de ropa, pergaminos y dos de sus más grandes tesoros, el primero consistía en algunas hojas y libros llenos de dibujos de flores y paisajes, el segundo de su secreta afición. Libros de romance, que no estaban permitidos en los templos del aire por ser considerados vulgares, pero Aang agradecía que desde pequeño le permitieran hacer viajes porque así, pudo hacerse de una pequeña colección con las historias más populares. Estaba distraído guardando sus tesoros con gran delicadeza que casi se asusto cuando tocaron la puerta, se apuró en terminar antes de abrir.

Para su sorpresa no era uno de los viejos amargados que se la pasaba regañándolo, sino que era su tutor, el monje Gyatso que llego con una sonrisa amable en el rostro; le dijo a Aang que ya casi era hora de irse y le dio un par de consejos para su futura estadía en la Nación del Fuego, sabiendo los pasados problemas que hubieron con los templos del aire. Aang solo asentía a todo lo que le decía sin objetar nada, tratando de recordar todo lo que le decía, hasta que el monje tuvo que irse, sin embargo antes de salir le extendió un paquete envuelto cuidadosamente en papel, Aang lo vio con mucha curiosidad y estuvo a punto de abrirlo pero la mano del monje Gyatso lo detuvo.

—Tal vez no sea muy apropiado que lo abras aquí —le guiño un ojo antes de apartar la mano, haciendo que Aang entendiera de inmediato que se trataba de otro libro.

—Gracias —dijo abrazándolo, el parecía ser el único al que no le molestaba su particular afición —te voy a extrañar.

—También yo mi niño. Cuídate mucho.

—Te lo prometo. Gracias.

El monje salió de la habitación, sabiendo que no podría despedirse después y dejo al chico solo. Aang salió poco después para despedirse de sus amigos y se fue en su bisonte volador con rumbo a la Nación del Fuego. Trato de disfrutar el trayecto lo más que pudo, volando entre las nubes relajado y tratando de no pensar que estaría encerrado casi medio año en la ciudad capital y muy probablemente en las catacumbas del palacio real. Desgraciadamente el viaje le pareció más bien corto y cuando menos lo espero llego a la costa de la Nación del Fuego donde unos guardias los esperaban para escoltarlo hasta el palacio, también le dijeron que no podría llegar al palacio con el bisonte volador y debía dejarlo un poco antes aunque podría verlo casi todos los días. En ese momento cuando lo llevaron hasta el palacio no pudo evitar sentirse como un prisionero.

Cuando llego al palacio le dieron una pequeña habitación, que era un poco más grande que la que tenía en el templo aire, esta contaba solo con lo necesario: una cama, un escritorio y un armario; además que ahora podría leer sus libros sin temor a que alguien lo viera, también pensó que podría colgar sus pinturas por las paredes. Solo cuando término de acomodar todas sus pertenencias le informaron que debía presentarse personalmente con el Señor del Fuego antes de tomar su día libre como mejor le pareciera.

Aang se presentó en la sala del trono bastante nervioso, no solo por el sofocante calor de la sala también por las inquisidoras miradas que recibía y lo hacían sentir que examinaban hasta el más mínimo de sus movimientos. Se arrodillo frente a la familia Real a la que apenas se atrevió a darle un pequeño vistazo encontrándose con el señor del fuego y su familia que consistían en su esposa y dos hijos, una chica y un chico que tenía un ojo quemado.

Una historia tan vieja como el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora