SEIS

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Cada vez estaba mas cerca no solo la partida de Aang sino que las grandes fiestas de otoño estaban por empezar. En la Nación del fuego había festivales llenos de color y decoraciones además que en el Palacio se hacia un gran baile lleno de invitados. Zuko se debatía entre invitar a Aang o no al baile, no sabia como iba a reaccionar y tenia miedo que dijera que no, caminaba de un lado a otro por los pasillos del palacio. Hasta que vio a Aang con lo que parecía ser una carta entre las manos, no tenia su típica sonrisa y casi corrió cerca de Zuko sin levantar la mirada.

Olvidando por completo su plan, lo siguió hasta que se encerró en su habitación; espero un par de segundos detrás de la puerta antes de tocar. Pero no obtuvo respuesta y volvió a tocar suavemente.

—Soy yo. ¿Puedo pasar? —no hubo respuesta y Zuko estuvo apunto de irse para darle tiempo, pero la puerta se abrió un poco dejando ver la cara de Aang.

—Pasa — dijo con una voz extraña que preocupo a Zuko. El entro y vio unas hojas sobre el escritorio de Aang.

—¿Estas bien? —pregunto sentándose en la cama junto a Aang, quien volvió a tomar las hojas y las apretaba entre sus manos.

—No lo se, me llego una carta — con la voz temblorosa, le extendió las hojas que tenia entre las manos, Zuko las vio pero no sintió correcto leer el mismo la carta —es ... es de mi madre, cuando yo aun no nacía. Le pidió al monje Gyatso que me cuidara, al parecer sabia que seria un niño —dijo  forzando una sonrisa y Zuko pudo ver como las lagrimas empezaban a acumularse en sus ojos —mi padre ya no podía cuidarme, porque el murió en los ataques. Ella pensaba que me vería crecer, solo... ahora el monje Gyatso pudo rescatar sus cartas. Ella ... ella también escribió algo para mi, se suponía que lo leyera cuando tuviera veinte años, sería como si habláramos teniendo la misma edad. Solo quería que fuera feliz...quería verme ser un adulto— al final parecía que ya le costaba hablar, como si las palabras se le fueran atorando en la garganta.

Zuko lo abrazo pensando que tal vez nunca sabría como se sentía pero si se había sentido solo, Aang se aferro a su traje como si fuera un niño pequeño apunto de soltarse a llorar.

—No tienes que hablar de esto si no quieres, esta bien.

—Tampoco creo que pueda guardármelo —Aang suspiro cansado, sacudiendo la cabeza como queriendo ahuyentar las lagrimas — necesito sacarlo. No sé si estoy enojado o solo es la sorpresa pero esto es algo que siempre supe, siempre supe como murieron mis padres solo que ahora...no se que hacer.

—Estas en terreno enemigo, los que te hicieron tanto daño están aquí. Es lógico que no estés bien — Zuko froto suavemente su espalda sin saber muy bien que decir.

—Pero no quiero venganza, no hay ningun enemigo y no debo regresar a conflictos del pasado —Aang se apartó de repente, bajando la mirada tratando de retomar la compostura — debo ser maduro y ver más allá de esta clase de conflictos personales, no tiene —pero se vio interrumpido por un re soplido de Zuko.

—Eso es algo que nunca entendí de ti, ¿por qué no puedes enojarte? ¿Por qué no nos odias? Aquí están los que arruinaron ti vida y solo los miras con una sonrisa.

—¿Que gano yo con eso? ¿Sentirme peor, amargar más mi existencia, arruinar mi estadía aquí? —dijo en un tono muy similar al enojo, pero parecía querer bajar la voz y ocultarlo.

—No, lo que ganas es un poco de cordura. Ni siquiera los adultos reprimen tanto sus emociones, nadie puede vivir sin ellas y tu no puedes vivir negando las tuyas —Zuko bajo la voz, no gritaba pero era firme en sus palabras como si el hubiera comprendido algo también —no me importa si no quieres una venganza o gritarle a alguien, solo se que no estás bien. Mereces enojarte y estar triste, así como mereces reír y ser feliz.

Aang cayó de rodillas al suelo y empezó a llorar, se abrazó a si mismo ni siquiera intentando esconder en los más mínimo lo que sentía. Zuko decidió que había hechos suficiente y que Aang necesitaba un tiempo a solas, se acercó para abrazarlo por última vez.

—Así esta mejor —susurro más para si mismo palmenado el hombro de Aang quien lo miro un segundo sin intentar dedicarle una buena cara — les pediré afuera que te dejan solo un tiempo, hablaremos cuando estés mas calmado —Aang asintió y volvió a sentarse en su cama, Zuko salió cerrando la puerta tras el, antes de irse escucho como el maestro aire lanzaba algunas cosas.

Camino hasta encontrar a una sirvienta a quien le pidió que no molestaran al monje, le dijo que estaba un poco indispuesto y que nadie fuera a verlo hasta que saliera solo.

Pero ya estaba por salir la luna y Zuko no había tenido noticias de Aang, empezaba a angustiarse pero lo vio sentado en el jardin, en medio de los arboles frutales donde el princioe solía ir a leer, Zuko se acercó lentamente algo nervioso pues luego de meditar sus palabras se dio cuenta que pudo ser algo brusco.

— Hola —Aang lo miro con una pequeña sonrisa, en su rostro no había rastro de lágrimas o dolor, solo parecía pensativo.

—Hola ... ¿Como estás?

—Mejor,  no sabia que estaba tan enojado. No me gusta como me mira la gente, como si me tuviera lástima, como si fuera un prisionero torturado y arrancado de su hogar, como ... como si no fueran ellos los culpables. Nunca había podido expresarlo abiertamente.

—No creo que debas guardar tu dolor, solo terminará explotando en tu cara —Aang lo vio un segundo dudoso como si hubiera más palabras atorada en su garganta.

— Eso ...¿Eso le paso a tu rostro?

—Algo así... callé tantas cosas, hasta que se volvió insostenible para mi y cuando no pude más, solté todo frente a la peor persona. Zhao nunca a sido muy paciente con niños gritones.

—Lo siento —Aang se quedo en silencio sin saber que más decir.

—Se lo que la gente dice de mi, desde mis malos modales hasta mi falta de humanidad. Nunca he tenido la necesidad de desmentirlo.

—Tal vez te guardas todo para vez —Zuko lo miro un segundo antes de soltar un suspiro y pareció pensar un poco aus palabras —pero no tienes que contarme nada, si no estás listo

—  Tu me hablaste de tu pasado, mereces escuchar un poco del mío.

Zuko empezó a hablar de la presión de sus padres, cuando su tos dejó el trono y finalmente de su primer y fallido amor. Fue como si no existiera nada más y Zuko en mucho tiempo pudo sentir verdadera paz, sobretodo cuando Aang le dijo que no fue su culpa.

Una historia tan vieja como el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora