Junseol y Jay han sido mejores amigos desde que se conocieron; sin embargo, todo cambia entre ellos cuando Junseol decide confesar sus sentimientos a Jay, quien la rechaza debido a que él tiene sentimientos por otra persona. Ambos se alejan por un...
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TRES MESES DESPUÉS
¿Qué tanto podría cambiar la vida en unos meses? Siempre me había preguntado aquello. Creía que era imposible que algo que se suponía era estable cambiase; supongo que me equivoqué.
Justo cuando pensé que nada peor que ser rechazada por mi mejor amigo podría pasar, el destino y la suerte se aliaron y me demostraron que no estaba en lo correcto y me hicieron pasar una gran pesadilla, que para mi mala suerte, parecía nunca querer llegar a un final. Fue como si haber sido rechazada por décima vez hubiera desbloqueado algún nuevo nivel en la maldición de mi vida. Cómo si las cosas malas ya no solo sucedieran en lo romántico, sino que también en lo familiar.
Durante la segunda semana de vacaciones, mi madre descubrió que mi padre la engañaba con una mujer cuyo nombre ni fotografía quiso darme. Evidentemente, ella se lo recrimino y, a raíz de eso, mi padre le pidió el divorcio a mi madre. Por supuesto que ella aceptó, pues dijo que no quería seguir en un matrimonio donde los sentimientos ya no eran mutuos y que prefería ahorrarse más dolor. Juro que lo entendí, en serio lo hice; sin embargo, no quise aceptarlo. O, mejor dicho, no supe cómo aceptarlo.
Aun así, era la relación de mis padres y, se suponía que no debía entrometerme, por esa razón no solté ninguna palabra durante todo ese mes. Discutían, no dejaron de hacerlo; se dijeron las palabras más hirientes jamás dichas por ellos mientras que yo solo lo escuche y lo soporte, en silencio. Aun cuando dijeron que yo había sido un error, no hice nada. Era lo mejor, o eso pensé. Solo quería que terminara. Quería que dejaran de lastimarse y, a la vez, dejaran de lastimarme.
Al siguiente mes, el divorcio se realizó. Mis padres se separaron y creí que con eso la paz quizás vendría, pero de nuevo me equivoque. La paz jamás llegó y, creo que en parte fue debido a lo último que le dijo mi madre a mi padre: «Puedo arreglarlo por mi cuenta, no te necesito». Supongo que mi padre lo tomó de manera literal y decidió dejarnos sin un hogar. Se consiguió un buen abogado y cuando el divorcio comenzó, se aseguró de no dejarnos nada, ni siquiera techo. La casa era suya, por lo tanto, mamá no pudo exigir quedarse con ella, aún cuando había motivos para hacerlo.
Nos quedamos en la calle. No teníamos casa, ni comida, ni dinero. Ambas supimos que debíamos empezar desde cero, y así lo hicimos. Busque trabajo con locura y mamá igual. Dos semanas después, conseguimos un pequeño lugar para rentar, el espacio no era suficiente para dos y el estado del lugar no era el mejor, pero fue lo que teníamos y lo aceptamos.
