Óscar, el sobrino de Mónica, empezó a llorar a la una de la mañana. Era la madrugada del lunes. Michel y yo intentamos calmarlo. Le preparamos avena, le cantamos canciones de cuna y vimos muñequitos en YouTube junto a él. No se tranquilizaba con nada. Lo único que quería era a su mami.
Me detuve a observarlo: estaba rojo de tanto llorar. «Pobrecito»,
pensé. Yo lo entendía. En la vida puedes sufrir por cualquier cosa, pero si tu mamá fue una buena madre, no hay peor sensación que saber que la perdiste para siempre.
Mientras me mecía con él en la mecedora de mimbre en la sala de mi casa, volví a sentir aquel vacío en el pecho. No lo sentía desde el día en que fui con Mónica a pintar el mural. Pensé que era el inicio para mi recuperación. Puedo decir que me sentí contenta en ese corto tiempo. Moni tenía razón, yo debía enfrentar al mundo por mi cuenta. Alguna vez mi madre debía morirse y yo creí que empezaba a entenderlo. ¡Me equivoqué!
Aquella madrugada no volví a entender un carajo. El vacío del pecho apareció y con él aparecieron lágrimas en mis ojos. Necesitaba estar sola y llorar. Los gritos del niño me ponían nerviosa. Se lo entregué a Michel. Acabé encerrándome con llave en la habitación de mi madre.
Mi amiga insistió en que le abriera, me decía que por favor no me hiciera daño. Intentó abrir la puerta, supongo que con una tarjeta o algo así, pero no lo consiguió. La escuché hablando por teléfono. No entendí lo que decía, pero sabía que era referente a mí. Después de cortar esa llamada escuché que su celular timbró. No presté mucha atención, pero me pareció oír esto: «Eres un loco, imbécil, hijo de puta. Deja de llamarme a toda hora». Mi amiga no decía esas groserías. Creí que lo aluciné. Decidí pasarlo por alto.
A los veinte minutos el niño se calló. El silencio fue agradable. Volví a sentir que se preocupaban por abrir la puerta, esa vez la forzaban con tanta precisión que fui consciente de que podían abrirla. Me arropé pie y cabeza porque no quería que Michel me viera en semejante estado.
-¡Vete! -le dije, cuando sentí que se sentó en mi cama. Me sorprendí de que hubiese podido forzar la cerradura. Ella no sabía ese tipo de artimañas.
-Nunca le he hecho caso a un duende, esta noche no será la excepción. Así que acostúmbrate a mi presencia. -¿Han sentido ese mini infarto que da cuando uno escucha a la persona que le gusta? Bueno... el mini infarto fue poco. Yo creí que me iba a morir ahí mismo al escuchar la voz de Mónica. Intentó desarroparme la cara, pero no la dejé. En su segundo intento ya no pude seguir forcejeando y ella acabó quitándome la sábana del rostro. En ese momento entró Michel con un vaso de agua.
-¿Por qué la llamaste? -le pregunté a mi amiga-. ¿Acaso piensas que yo soy un caso más de beneficencia?
-¿Qué es eso? -preguntó Mónica, ignorándome. Le quitó a Mi el vaso de agua y lo olió-. ¡Uy no, esto no se lo des más! -Le devolvió el vaso como si supiera que el agua traía sedantes, mi amiga me sedaba cuando yo perdía los estribos. «Prefiero verte dormida a verte muerta», decía Michel. Pero asintió sin convicción y nos volvió a dejar solas-. La beneficencia la tendrás que hacer tú, duendecillo -me dijo, mientras se quitaba los tenis.
-¿Por qué yo?
-Discutí con Nicolás y cuando él se pone histérico es mejor dejarlo solo. Así que básicamente no tengo a donde ir esta noche.
-Sabes bien que te puedes quedar aquí -le dije sin pensar-. Te puedes quedar hasta viviendo si quieres. -Me sonrió y apagó las luces para acostarse a mi lado.
-¡Ven! -susurró, y en medio de la oscuridad pasó una mano por mi hombro. Quedamos abrazadas. Yo con mi cabeza en su pecho y ella con su corazón acelerado. Quise preguntarle por qué no dejaba a Nicolás, quise proponerle que se viniera a vivir a mi casa. Pero no. Preferí callar porque sabía que decir eso era una pérdida de tiempo. Su novio era un auténtico desastre, estaba muy lejos de merecerla, pero ella me lo dejó muy claro días antes: era lo más importante de su vida. Luego estaba yo, con la esperanza de que me hubiera mentido y tratando de ocupar ese lugar.
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La segunda oportunidad - Romance Lésbico
Teen FictionElla me hablaba de esperanzas, pero ganarme su amor fue la única esperanza a la que me aferré. Fue mi amor con mentiras y mi mentira sin amor. Aunque sufrir por ella era el precio que debía pagar para aprender cosas que de otra manera yo no hubiese...