Doble rechazo

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Llegué a la casa de Michel a las dos de la tarde. Las gotas de sudor me corrían por la cien, el calor era insoportable. Venía de tomar unas fotos en una fiesta infantil. En los últimos días me llamaron mucho para que tomara fotos en cumpleaños, bodas y diferentes celebraciones. En todas me dijeron que me recomendó Mónica. Llevaba más de dos semanas sin verla y no pude agradecerle. Necesitaba verla con urgencia.

La señora Maira me sirvió un plato de sopa. Comía mientras veía a mi amiga terminar una maqueta en el comedor. Ella cursaba el cuarto semestre de arquitectura.

-¡Terminé! -exclamó, y celebró perreándole a la mesa. Michel era una loquilla. Siempre me hacía reír con sus locuras.

-¿Ya te desocupaste de todos tus trabajos? -le pregunté.

-Por hoy sí. ¿Por qué? ¿Quieres ir a cine?

-No, de hecho quería saber si podías acompañarme a casa de Mónica. -Levantó las cejas y me ofreció una mirada pícara.

-La verdad es que eso de ser violín a mí no me gusta.

-Me da pena ir sola, acompáñame... ¡hazlo por tu amiga!

-Nojoda Daniela, ¿a ti cuándo te han puesto nerviosa? Ves solita y bésale esa trompa que yo sé que te mueres por besarla. -Sentí un calorcito pendejo subir a mis mejillas.

-Uno nunca sabe quién de verdad es el verdadero amigo. Muchos «te quiero amiga», pero a la hora de la verdad cada uno está solo. Eso es así -lo decía en broma. Trataba de sobornarla. Al final lo conseguí y aceptó acompañarme.

Me bañé y opté por ponerme mi conjuntico rojo de faldita y blusa top crop. Según mi amiga me quedaba muy sexi. Me definí los rizos y adorné mi maquillaje con una estrellita de papel que coloqué en mi frente.

La mamá de Michel nos prestó su auto con la condición de que la lleváramos al centro comercial. Cuando íbamos saliendo noté a mi amiga bastante nerviosa. Se subió al carro de prisa y aceleró como si estuviera participando en unos arrancones. Miré por la ventana para ver qué la alteró. No vi a nada ni a nadie raro. Solo a un sujeto parqueado en una moto azul. No supe quién era porque llevaba casco y chaqueta negra, pero todo me pareció muy normal.

Llevamos a la señora Maira al centro comercial. A eso de las tres de la tarde llegamos a casa de Mónica. Al bajar del carro las piernas no me funcionaban con normalidad, las sentía pesadas. Mis manos estaban frías y sudorosas. El corazón me latía tan fuerte que podía sentir los latidos en mi cerebro. Con la presencia de Mónica mi cuerpo sabía lo que era la verdadera adrenalina.

Toqué a la puerta. Mi pulso estaba temblando. Esperamos unos segundos. Se escucharon pisadas. Venían hacia la puerta. El corazón me latía más rápido. Estaban quitando el seguro... ¡Dios, casi muero! Solté un suspiro cuando vi a su novio frente a mí. Ok, no pensé en la posibilidad de que él estuviera en la casa. Me quedé muda. Ese hombre me daba tanta rabia que ni siquiera pude dirigirle la palabra. Aunque no era un hombre maduro, debía tener algunos dieciséis años. Se veía menor que Mónica.

-Buenas tardes, ¿está Mónica? -preguntó mi amiga.

-Dame un segundo. -Se fue pero dejó la puerta entreabierta. Vi que se detuvo en la primera habitación de la casa. Abrió la puerta con sigilo-. Te buscan -dijo en un susurro.

-¿Quién? -preguntó Mónica de mala gana.

-Daniela.

-¿Cuál? Tantas que conozco.

-La de la agencia.

-¡Ay no! Dile que estoy dormida. -Nicolás miró con pena hacia nosotras. Mejor dicho, miró con lástima. Y es que nadie se puede imaginar la vergüenza que me dio, la decepción y lo ridícula que me sentí. No sabía ni cómo reaccionar. No sabía ni cómo me llamaba yo. Todo se me olvidó, y otra vez apareció el incómodo vacío en el pecho recordándome quién era y que Mónica Porter aunque decía quererme, demostraba todo lo contrario.

La segunda oportunidad - Romance LésbicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora