¡Surprise!

768 61 1
                                    

Michel llevaba un mes hablando solamente lo necesario. La mayoría del tiempo estaba absorta en sí misma, a veces llegaba a enojarse cuando intentábamos conversar con ella. Evitaba el contacto de cualquier persona. Pasaba horas encerrada en su cuarto. Yo le hablaba, aunque casi siempre me daba la impresión de que no me estaba escuchando. Es como si hubiese querido convertirse en un ser inerte.

Una tarde le estaba contando que me dieron trabajo en una heladería, y que a veces me tocaba lidiar con niños berrinchudos.

—Me dicen chocolate cuando quieren decir fresa. Tiran el helado al piso cuando se dan cuenta de que no es el que ellos querían. Es muy chistoso. Yo era así. ¿Lo recuerdas? —Se quedó en silencio.

Ella observaba un libro que sostenía entre sus manos. Ni siquiera lo estaba leyendo, pero esa fue la mejor manera que encontró para escapar del mundo. A Cristian lo metieron en la cárcel. Eso no compensaba la tristeza que marcaba a Michel. ¡Cuánto daño se le puede hacer a una persona solo por complacer nuestros deseos!

Desde la noche en que operaron a Nicolás no hablé con Mónica. Le escribí para preguntarle por su novio. Me contestaba él mismo por notas de voz. Eso me dejó claro que ella no deseaba hablar conmigo. No volví a molestarla. Así pasó el tiempo.

Eran las cuatro de la tarde de un agosto frío. Limpiaba las mesas de la heladería. El cerebro me pesaba del sueño. Llevaba varias noches sin dormir bien. Miré la hora en mi celular. Ansiaba que fueran las seis de la tarde para irme a casa. A esa hora terminaba mi turno.

—¿Puedes venir al parque de la primera? Te tengo una sorpresa. —Era un mensaje de Mónica.

—¿Cuándo? —respondí, y eso que me prometí no volverla a buscar. ¡Vaya masoquista!

—A las cinco y treinta. Espera en una banquita.

—Ok.

El trabajo que siempre terminaba en dos horas lo terminé en treinta minutos. A las cinco de la tarde estaba libre y la dueña de la heladería me dejó salir más temprano. Llegué al parque ronda. Esperaba impaciente. Instantes después sentí unas manitos delicadas tapar mis ojos.

—Adivina quién soy —me dijeron, era la voz de un niño, pero no reconocí quién era. Me mantuve en silencio por varios segundos.

—No sé —respondí. El niño quitó sus manitos de mis ojos. Se puso frente a mí. Quedé atónita. Era Jonathan. Lucía su cabello largo. No mintió en su carta: estaba recuperado por completo. Mónica lo llevó al parque y lo dejó para que hablara a solas conmigo.

Las palabras sobraron. Nunca fui de las que abrazaban, pero me abalancé sobre él. Lo llené de besos. Era el chico más valiente que conocí jamás en mi vida. Era mi héroe. Existen personas que te salvan con el mero hecho de nunca rendirse. Jonathan me salvó cuando me enteré de que se curó del cáncer. Yo lo vi al borde de la muerte, con tubos y cables por todo el cuerpo. Su mamá lloraba al lado de su camilla creyendo que nunca iba a recuperarse, pero dentro de él ardía una fe que a mucho nos falta.

Fe en creer que puedes vivir para entregarle al mundo lo mejor de tu alma. Fe en saber que la vida termina cuando mueres, si sigues respirando es una señal clara de que tu propósito en la tierra no ha llegado a su fin. Él se aferró a su propósito: escribir historias que inspiren a los humanos que perdieron la esperanza. Su fe en que realizaría un cambio en el mundo acabó por salvarlo.

—Yo no sé cuál es mi propósito —le dije, mientras él buscaba juegos en mi celular. Cansado de no encontrar ni un solo juego se inventó su propio juego: jugaba a ser youtuber. Jonathan siempre encontraba solución a los inconvenientes.

La segunda oportunidad - Romance LésbicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora