Roces

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Pasó casi una semana. Michel seguía desaparecida, y a mí me era imposible conciliar el sueño. El no saber dónde está la persona que más quieres, ni saber cómo está, es un sentimiento que te desespera. Yo quería salir corriendo por toda la ciudad hasta encontrar a mi mejor amiga.

La buscaba entre la gente. Quería hacer cualquier cosa con tal de encontrarla, pero me sentía atada de pies y manos. Mi esfuerzo no era suficiente. Las cosas estaban complicadas: nadie daba ninguna pista, ni nadie la vio pasar por el lugar en donde encontraron el carro. Todos sordos, todos mudos, todos ciegos. Solo servían para ponerse a ventilar suposiciones absurdas: «Se fue con un hombre», decían. ¡Típico!

Esa tarde regresaba de pegar carteles en las calles. Iba preguntando de casa en casa. Al mostrarles la foto de Michel todos decían lo mismo: «Primera vez que la veo». Mónica me acompañaba. Camila también iba conmigo. De vez en cuando, pero solo a veces, Nicolás se unía a la búsqueda. Él intentaba hablarme. Me preguntaba cosas sobre mí y sobre Michel. Siempre me mostré evasiva. No sé cómo no cayó en cuenta de que verlo era como si me dieran una patada en el estómago.

Eran las cuatro de la tarde. La casa estaba vacía. Maira y Marcus buscaban a su hija sin ningún descanso. Yo tampoco quería rendirme, aunque todo parecía más que imposible. La cabeza me dolía como si dos planchas me hubiesen estado comprimiendo el cerebro por ambos lados.

Me quité los tenis. Me tiré en la cama. Busqué mi celular y mis auriculares. Puse: El Cielo Nunca Cambiará - Melendi. Cerré los ojos tratando que mi mente quedara en blanco. La canción acabó. Volvió a repetirse. Mi cerebro fue apagándose. Sentía que los párpados de mis ojos pesaban cada vez más. La música se escuchaba lejana. Me estaba quedando dormida y era justo. Necesitaba descansar.

No estaba dormida por completo. Tampoco despierta. Un poco de ambas. Escuchaba los latidos de mi corazón como tambores: ¡chaca pum pum pum! Mi cuerpo podía moverse, pero por fin iba a dormir y a descansar. Estaba a punto...

«¡Míralo! El de la moto azul. Me acosa, me persigue todo el tiempo. ¡Estoy harta! ¡Daniela! ¿Estás escuchándome!»

Abrí los ojos de golpe. Me quité los auriculares. Escuché a mi amiga decirme esas cosas en un sonido límbico. Fue como una revelación. Fue un recuerdo de aquella tarde en que no la «escuchaba». Algunas cosas quedan en el inconsciente y se repiten en los sueños. Sí, era un recuerdo. Recordaba al tipo de la moto azul. No sabía quién era, pero por fin tenía algo. Algo mínimo, pero era más que nada.

Me puse los tenis de prisa. Salí corriendo. Agarré un taxi. Llegué a la casa Mónica. Nicolás estaba bajándose de su moto. Me vio llegar alterada y me detuvo antes de entrar.

-¿Todo bien? -me preguntó. Negué con la cabeza.

-¿Hay cámaras de seguridad instaladas cerca de aquí?

-Los Álvarez tienen cámaras en su casa. En el poste de la esquina también hay una, pero dudo que sirva. Hace mucho tiempo que nadie le hace mantenimiento ni nada. ¿Por qué lo preguntas?

-¿Te acuerdas de la tarde en que Michel y yo vinimos buscando a Mónica? -Él asintió-. Esa tarde cuando salimos de su casa ella estaba muy nerviosa, pero yo vi nada raro, solo a un muchacho con una moto. Estaba parqueado en la acera de al frente. Después cuando nos íbamos de aquí vi al miso tipo parqueado en la esquina con la misma moto azul. Yo no le presté atención en ese momento. -Seguí explicándole lo de mi revelación. Él me escuchaba atento e intrigado.

-Hagamos una cosa. Tú vas donde Camila y le preguntas si te puede facilitar el video de las cámaras de ese día y esa hora. Yo mientras tanto intentaré averiguar si la cámara del poste sirve. ¿Te parece? -Asentí, sin poder creer que era la primera vez que lo miraba sin rabia. Esa tarde empezó a parecerme un buen muchacho.

La segunda oportunidad - Romance LésbicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora