Savannah
Observo fijamente la imagen que me devuelve el espejo y por primera vez me doy el lujo de compararme realmente con la chiquilla que era hace cuatro años, cuando estaba libre de culpa. Antes del accidente una sonrisa sincera y radiante siempre adornaba mi rostro, pero a raíz de éste mi felicidad se esfumó por completo, mi vida social se vino abajo y me aseguré a mí misma que nunca volvería a pasar por algo como eso. Y, en consecuencia, el resentimiento que siento contra mí misma, y la vida en general, no ha hecho más que ir en aumento.
Aprender a vivir con el dolor de una pérdida es difícil, pero lo es aún más cuando eres consiente de que te has perdido por completo y no crees que exista nada que devuelva esa chispa de vida a tu interior.
En ese momento necesitaba de mi familia y amigos para salir adelante, sin embargo, el miedo hizo de las suyas y me alejó de todo lo que amo, y lo sigue haciendo. Quiero estar rodeada por los brazos de mis padres y sentirme segura por un momento, los labios del chico que amé sobre los míos recordándome quién soy en realidad y devolviéndome la tranquilidad ahora tan escasa en mi día a día y las tardes de chicas con quien consideré mi mejor amiga durante años diciéndome que no todo está perdido. Pero es imposible, me he encargado de echarlos a todos de mi vida a patadas.
No me percato del momento en que las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas, aunque tampoco hago nada por impedirlo. Ni de que estoy temblando tanto que tengo que aferrarme al lavabo para no caer y, mucho menos, soy consiente de cuánto tiempo llevo ya encerrada en el baño.
—¿Savannah? —Escucho la voz de Jareth, pero no respondo, no tengo la fuerza necesaria en este instante para hacerlo—. ¿Estás bien? Llevas mucho tiempo ahí metida.
Silencio, es la única respuesta que puedo ofrecerle a cualquiera. Y parece que eso le preocupa, porque empieza a forcejear con la puerta en un intento fallido de abrirla. Exclama una maldición y farfulla algunas preguntas frenéticamente, pero ya no reparo en lo que dice. Estoy más concentrada en intentar estabilizarme lo más rápido posible, pero me toma al menos dos minutos calmarme y lograr moverme sin trastabillar. Mojo mi rostro para terminar de despejarme, viendo como mis manos no han dejado de temblar, solo que ahora los movimientos son menos perceptibles.
Abro la puerta y trato de rodear el cuerpo inmóvil de Jareth que me mira en busca de una explicación. Una que no estoy dispuesta a darle, y cuando lo nota decide que es buena idea sostenerme con fuerza de la muñeca para evitar que me vaya.
Su entrecejo está fruncido y es más que claro que busca comprender la situación o sacar suposiciones a su manera.
—Suéltame —exijo, mas mi voz sale en un débil susurro que demuestra lo mal que estoy.
—¿Estuviste llorando?
—No te metas en mi vida, ¿quieres?
—Solo intento ayudar.
Aprovecho que ya no me sostiene con la misma fuerza y me aparto bruscamente en busca de mi espacio.
—No quiero, y mucho menos, necesito tu ayuda. —Me doy la vuelta y camino hasta la puerta pasar salir de la habitación—. Nos vemos en clases.
Evito reparar en lo que pasa a mi alrededor. Mi cuerpo avanza por los pasillos en busca del salón donde tendré la siguiente clase de manera monótona. Me siento como una especie de robot. Muerta en vida, creo que ese sería el término adecuado.
La mayoría me ve con curiosidad, seguramente preguntándose quién es la chica nueva, pero tener la atención de la muchedumbre ya es algo a lo que estoy acostumbrada. Al menos ellos no me miran con lástima, porque ese sí es un sentimiento que no soporto, aunque yo muchas veces sienta lástima por mí misma.
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Convaleciendo al corazón ©
JugendliteraturDesde un trágico acontecimiento que puso su mundo de cabeza, Savannah decidió encerrarse en sí misma para proteger su frágil y destrozado corazón de otro golpe brutal. Pero sus planes se ven truncados cuando sus padres deciden enviarla a un internad...