Capítulo 31

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Savannah

Cuando llegamos al hospital nos despedimos de los chicos, quienes habían decidido llevar a Cody al parque durante toda la tarde con el fin de mantenerlo distraído, y nos dirigimos hacia la habitación donde nos aguardaban Jareth, todavía inconsciente, y Kara, quien había cumplido con su promesa.

Llevábamos unas tres horas conversando animadamente, aunque siendo sincera, no podía evitar mirar cada tanto en dirección a Jareth; en las que nos pusimos al corriente con lo que fueron nuestras vacaciones, así como me explicaron cómo fue que se enteraron de nuestra estancia en el hospital.

—Mis padres no saben del accidente, ¿verdad?

Alterno la mirada entre Zev y Kara.

Y aunque a mí no me había pasado nada grave, no quería ni imaginar cómo habrían reaccionado a la noticia, aunque dado el hecho de que no me han llamado ni están aquí, puedo deducir que no saben nada al respecto.

Lo único que cambió en ellos después de la muerte de Crisha, es que comenzaron a cuidarme más de la cuenta y cada vez que regresaba a casa con un moretón o rasguño palidecían como si me hubiera roto algo. Creo que ellos también temían perder a su otra hija.

—No —niega Kara, confirmando mis sospechas—. Como no quisiste pasar las vacaciones allá pensamos que te sentirías más cómoda así. Además, Connor nos dijo que físicamente hablando, salvo por esguince, estabas bien, así que tampoco creímos necesario contarles.

Les muestro una sonrisa que expresaba mi gratitud. Si antes no veía posible mantener una conversación estable con ellos frente a frente, mucho menos en estas condiciones. Ni mi salud mental ni la de ellos lo soportaría, y creo que apenas hubieran sabido cómo se dió el accidente me habrían cantado las cuarenta por ser una irresponsable, y aunque yo misma me lo recriminaba a cada segundo, no soportaría que alguien más lo hiciese en este momento.

Continuamos conversando de cosas triviales hasta que a los dos les gana el hambre y, al notar que ya eran las 3:00p.m., deciden salir a por algo de comer.

Ahora, al no contar con algún otro punto de enfoque, podía mantener toda mi atención en Jareth.

Reposo el codo sobre la camilla y sostengo el peso de mi cabeza sobre la mano, acomodándome en una posición cómoda para observarle.

Pasado un rato extiendo mi otra mano para tomar la suya. La leve sensación de frialdad que le caracterizaba en este momento no hacía más que perturbar la poca paz que lograba acumular, renovaba todas esas inseguridades que me susurraban al oído que no se recuperaría y que éste sería el final de nuestra historia.

Comienzo a trazar líneas sin sentido con mi dedo índice sobre su brazo, notando cierta necesidad por sentir el contacto de nuestras pieles.

Es tanta la atención que le presto que me es más que sencillo percibir su pecho subiendo y bajando al ritmo de su acompasada respiración. Aun así, al distinguir un leve, casi imperceptible, movimiento de su dedo, pienso que no es más que mi imaginación.

Con la esperanza de que se repita el movimiento me acerco todavía más a él, buscando con la mirada cualquier otra acción de su parte, por mímica que fuese, que me indicase que estaba recuperando la conciencia.

Pasan los segundos, incluso un par de minutos.

Nada.

Decaída vuelvo a mi posición original, sin embargo, justo antes de que desvíe mi mirada hacia el suelo, logro percibir el mismo movimiento, solo que esta vez ligeramente más notorio.

De manera instantánea pego un brinco, levantándome así de la silla y me acerco lo más posible a su cuerpo.

—Vamos Jareth, abre los ojos —suplico—. Puedes hacerlo, sé que sí.

Convaleciendo al corazón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora