Capítulo 27

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Jareth

Subo la última maleta a la cochera y apenas la cierro, camino en dirección a una chica mucho más relaja y animada a cuando llegamos, que me devuelve la sonrisa. Una vez a su lado veo a mi padre que mantiene una mirada seria en su rostro, a Elodia tratando de ocultar una sonrisa y procurando no dejar de aparentar madurez, y a Cody, quien está triste porque llegó el momento de despedirse.

Me agacho para quedar a la altura de mi hermanito y le alboroto el cabello en un gesto cariñoso—. No estés triste campeón, estaré de vuelta antes de que lo notes —le animo, aunque sé que no es cierto, y como me gustaría simplemente meterlo en el coche y llevarlo conmigo.

Si por él fuera me tendría que quedar aquí o vendría cada fin de semana, después de todo no estoy tan lejos y mi padre tiene el dinero más que suficiente como para estarme llenando el tanque. Sin embargo, no volveré si acaso hasta dentro de unos 3 meses y si no, será hasta dentro de cinco; y el único motivo por el que lo haría sería por la misma promesa que le hago cada vez que vuelvo a poner un pie aquí.

—Te voy a extrañar.

Lloriquea, dando un paso en mi dirección para enseguida arrojarse a mis brazos con tal impulso, y debido a que me encontraba equilibrando mi peso sobre las puntas de los pies, que termino cayendo al piso con él a cuestas. Cody suelta una risita contra mi pecho, y cuando levanta la cabeza me encuentro con sus ojitos cristalizados. Sé lo triste que está, porque cuando me vaya volverá a estar solo todo el tiempo.

—Yo también, Cody. Te quiero.

Me incorporo y lo dejo en los brazos de Elodia para que irme sea más fácil, puesto que por lo general suele sujetar mi pierna o se echa a llorar desconsoladamente para evitar que me vaya, cosa que en este momento no creo poder controlar del todo.

La situación me hace sentir como un terrible hermano mayor, porque en lugar de asegurarme de que esté bien y no le haga falta nada, yo mismo huyo de todo lo que conlleva llevar el apellido Morrison.

Savannah ya se había despedido de ellos, por lo que con un simple Adiós de mi parte, avanzamos hacia el coche y nos subimos al mismo.

—No eres un mal hermano —afirma a la vez que se abrocha el cinturón como si hubiera leído mis pensamientos.

—¿Cómo...?

—¿Que cómo lo supe? —me interrumpe mostrándome una sonrisa divertida—. Creo que después de pasar tanto tiempo juntos hemos aprendido a leernos, ¿no lo crees, Morrison?

No le respondo, por más de acuerdo que esté con sus palabras. Simplemente enciendo el auto y emprendemos nuestro viaje de regreso al internado.

Para ser sincero no sé cómo describiría estas vacaciones, y no por el hecho de que hayan sido malas, en cambio, han ido estupendas. Pero han pasado demasiadas cosas, por ejemplo, he vuelto a besar a la chica que me gusta, mas ni ha sucedido de nuevo ni hemos hablado de ello como para saber en qué posición nos deja eso, porque con ella estaría más que dispuesto a entablar una relación seria, y quién sabe, quizás hasta formar una familia en un futuro, si así lo quiere ella también.

Me gustaría sacar el tema y decirle cómo me siento, pero me aterra que reaccione igual que la última vez, no solo porque eso significaría ser rechazado, sino porque en esa ocasión nos alejamos del otro, y eso es lo que menos quiero.

Desearía tener la certeza de que ha superado esa parte de su pasado que le dice que no merece ser feliz, y así como se ha permitido volver a tener amigos, esté abierta a la idea de un noviazgo. Pero en fin, el que no arriesga no gana, así que sacaré el tema en cuanto lleguemos.

Convaleciendo al corazón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora