Capítulo 4

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Savannah

No entiendo por qué me dejé convencer por Jareth, mucho menos con eso y para lograr algo que si no nada, poco me interesa, si él decide no poner de su parte no hay nada que yo pueda hacer, la directora tiene que entender que tiene voluntad propia y que las decisiones que tome, no tienen que ver conmigo.

Inhalo y exhalo, sintiendo como cada una de las emociones que he experimentado la última semana se entremezclan formando una bomba de tiempo que hará explosión en cualquier momento. Reprimo todas esas sensaciones, siendo consiente de que Jareth está afuera esperándome y que si tardo demasiado no tardará en percatarse de que algo va mal, no puedo darme el lujo de perder el control, que la situación me supere y que todo por lo que he estado trabajando se derrumbe sin más.

Estoy ansiosa, nerviosa y, sobre todo, asustada. No he vuelto a pisar una fiesta desde hace cuatro años, no era capaz de hacerlo sin terminar temblando como maraca y pasar la noche en un hospital si no salía del lugar, por lo que al final desistí, igual solo lo hacía por convencer a los demás de que estaba perfectamente bien, pero no es, y nunca ha sido así. Y ahora no tengo cómo librarme de la situación sin tener que demostrar mi vulnerabilidad, sin exponerme.

El golpeteo en la puerta me saca de mis pensamientos, devolviéndome a la realidad—. ¿Otra vez durarás una eternidad encerrada y saldrás llorando? —Será idiota. Su voz suena molesta, pero no lo culpo, lo más seguro es que mi personalidad tiene mucho que ver—. Ese no era el trato.

Termino de arreglarme y enseguida salgo del baño, traigo puesto un pantalón rosado, una camisa de encaje sin mangas color crema y una chaqueta de mezclilla que combino con unos tacones de plataforma cafés, he dejado mi cabello suelto y me puse algo de maquillaje; Jareth está dándome la espalda, pero a leguas se nota su impaciencia. Al oír el rechinar de la puerta cuando la cierro se da la vuelta a una velocidad impresionante con la clara intención de recriminarme por el tiempo que duré encerrada, mas, al verme, es como si las palabras se hubieran extinguido por el camino.

La intensidad de su mirada me pone incómoda, más aún con todo lo que mi cuerpo está experimentando con el solo hecho de saber a dónde iré. Sus ojos barren la extensión de mi cuerpo y cuando regresan a mis ojos, noto los suyos más oscurecidos de lo usual. No soy ciega, sé que está interesado en mí desde que llegué, aunque no logro saber si es porque realmente le atraigo o es por la famita que se carga, pero me es imposible sentir más que mis temores, por lo que cualquier cosa que hace me es indiferente, y por nada del mundo me involucraré de esa forma con mis compañeros, mucho menos con él, eso solo lo complicaría todo, aun cuando no existan los sentimientos en la ecuación.

—¿Nos vamos?

—S-sí... claro —murmura apenas encontrando las palabras para hablar—. Voy por las llaves.

No tardamos en llegar a su auto, donde me dedico a mirar la ciudad por la ventana. El camino resulta aburrido y ninguno de los dos hemos dicho palabra alguna desde que salimos del internado, ni siquiera ha prendido el estéreo, por lo que la atmósfera entre ambos —siendo ya difícil—, se torna sumamente densa y pesada.

Como deseo estar devuelta en mi casa, que todo sea como antes, pero sé que es imposible —más si no soy capaz de poner de mi parte—, así que me conformaría con estar de regreso en el internado y no tener que enfrentarme a mis demonios.

La culpa se vuelve más grande cada día, pero cuando es realmente insoportable es en su cumpleaños, porque me recuerda que jamás podré verla esbozando esa sonrisa que no tenía cabida en su rostro nuevamente, que no volveremos a jugar juntas, que ya no está a mi lado diciéndome cuando debo ponerle un alto a mi orgullo y enmendar las cosas.

Convaleciendo al corazón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora