Mort-dida© - Cap. 2

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Mort-dida ©

Capítulo 2

Pasaron largos minutos bajo el inclemente sol del árido desierto para Rebeca y el chófer del microbús; y a Catalina no se le veía por ninguna parte y tampoco aparecía. Por lo que la pareja se decidió a probar el peso del soldado por si existía la posibilidad de entre ambos cargar el cádaver hasta el bus:

-Vamos a ver si nos lo podemos, ya que su amiga está tardando demasiado en regresar y los demás chicos se pueden preocupar o alterar mucho -sugirió el chófer.

-Está bien. No es un largo trecho y lo único difícil será bajar la cuesta que es un poco empinada -respondió Rebeca.

-¡Así se habla señorita! Veamos, usted de las piernas y yo de los hombros, que es la parte más pesada.

-Bien, deje tomarle fuerte ambas piernas. ¿Contamos hasta tres y levantamos al mismo tiempo? -preguntó Rebeca.

-Me parece buena idea. Entonces ¡a la una!... -comenzó el conteo el anciano.

-¡A las dos!... -continuó Rebeca.

-¡Y a las... tres! ¡Aaaaah, me mordió, me mordió la mano! -gritó el viejo con desesperación y verdadero pavor. Al tiempo que retrocedía soltando al soldado y se miraba la mano que sangraba profusamente.

-¡Oiga, vuelva, no se vaya! ¡Tal vez lo mordió una víbora. Hay que buscarla y ver si no es venenosa o algo así! ¡Vamos al bus a buscar el botiquín para curarle esa herida! «Si la Cata estuviera aquí, ella sabría qué hacer -Cata, ¿dónde estás?» -pensaba con desesperación, Rebeca.

El chófer había llegado hasta la cima de la cuesta y comenzó a hacer señas y a gritarle a los pasajeros del bus para que lo ayudasen -algunos chicos se dieron cuenta y dieron la alarma de que algo malo estaba pasando allá afuera-.

En el mismo instante que algunos chicos se disponían a descender del bus, el hombre comenzaba también a bajar, pero era tal su desesperación que resbaló y comenzó a caer rodando cuesta abajo, golpeándose contra las rocas en su caída. Todo esto siendo presenciado por los chicos que bajaron del bus y también por los que se quedaron dentro.

Al ver el accidente, comenzaron a correr desesperados y más rápido a la falda de la cuesta para auxiliar al viejito herido, y se percataron que en la cima aparecía la silueta de Rebeca, la que también comenzaba su descenso para ayudar al desafortunado chófer. Esto, sus compañeros lo malentendieron y creyendo que fue ella la causante del accidente, corrían ahora con un doble propósito; ayudar al anciano y atrapar a Rebeca. Ya que al unísono se podía escuchar a los jóvenes gritar:

-¡¡Que no escape! ¡Hay que atraparla! ¡Mató a don Jorge!!

Rebeca, se encontraba lejos como para oír y darse cuenta de las reales intenciones de sus compañeros, así que seguía bajando confiada, pero a su vez, presurosa, para intentar ayudar.

Cuando esta, estaba a pocos metros de don Jorge, miró a sus amigos y notó que algunos le hacían señas de que mirase hacia arriba. Rebeca lo hizo y no podía dar crédito a lo que veían sus ojos almendrados; ¡era aquel soldado muerto! Y venía bajando la cuesta a toda velocidad detrás de ella.

Rebeca no lo pensó dos veces y emprendió una fugaz huída pasando incluso por entremedio de sus compañeros, gritando despavorida:

-¡¡¡Corran, corran! ¡Salven sus vidas!!! Ahí viene ¡¡¡Aaaaaaah!!!

El grupo se quedó por unos segundos inmóvil, hasta que uno alzó la voz y opinó que era mejor hacerle caso a Rebeca y comenzaron a correr hacia el bus, excepto Elías, uno de los chicos del grupo de los influencer que con teléfono en mano comenzó a grabar al soldado, quedándose un poco retrasado de la verdadera estampida que corría hacia el bus.

Cuando el soldado se acercaba más, Elías recién comenzó a correr sin dejar de grabar y mirar hacia atrás. Con tan mala suerte que tropezó con una piedra a pocos metros de llegar al bus, y cayó en forma pesada al suelo. Lo último que pudo grabar fueron los polvorientos bototos militares que estaban ya a su lado, mientras el soldado le mordía con avidez y voracidad el cuello, arrancándole un gran trozo de su piel haciendo que el grito de Elías fuese desgarrador.

Mientras tanto, otro chico llamado David, observaba incrédulo y presa del pánico lo que estaba pasando. No sabía si ayudar a Elías o seguir corriendo al bus, y su instinto de supervivencia, le hizo decidir por lo segundo, así que corrió gritando como loco, llamando con esto, la atención del soldado. Sus amigos le animaban a llegar porque el soldado había dejado a Elías y ahora iba tras él.

-¡¡¡Vamos, corre más rápido, que se está acercando!!! -le gritaban los del bus.

-¡Ya voy, espérenme, no me cierren la puerta, por favor! -suplicaba el joven, mientras corría. Ya a pasos de la puerta sintió que el soldado le tocaba la espalda casi alcanzándolo, así que dio un salto tremendo del susto, que hizo desestabilizar al soldado, el que rodó por la arena caliente, lo que el chico aprovechó para entrar de otro salto al bus, y los demás chicos comenzaron a cerrar la puerta en forma desesperada. Con tan mala suerte para él, que una de sus manos se quedó atorada con la puerta quedando esta afuera. Los gritos del joven se mezclaban con los de los demás muchachos que no sabían si abrir o no la puerta, mientras el soldado se había puesto en pie y caminaba hacia la puerta y por ende, hacia la mano del chico.

-¡¡Abran la puerta, no sean malditos, esa cosa me va a comer la mano!! ¡¡Abran, por favor!! -gritaba colérico, David.

-¡¡No la abriremos!!, ya tu mano está perdida.
¡¡Si la abrimos, ese soldado va a entrar y nos matará a todos!! -le respondían sus compañeros.

El soldado se relamía de gusto al ver "servida la mesa" con esa mano a su disposición, así que se acercó lentamente y cuando ya estaba a punto de propinar un primer mordisco; cayó desmayado al piso, con la cabeza ensangrentada y a su lado, una gran roca teñida por su sangre.

Mort-dida © - Capítulo 2
Autora Ann E. Rol
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