Mort-dida© - Cap. 13

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Mort-dida ©

Capítulo 13

Cuando el último de los muchachos terminó de bajar y los demás de echar la última palada de tierra sobre los cuerpos, David se sonrió satisfecho. «Soy un líder nato», pensó.

—Listo David, por fin terminamos. No nos quedó perfecto, pero tal vez después podemos volver con sus familiares y hacer algo diferente, o simplemente dejarlo así por si acaso quieran recuperar sus cuerpos y darles cristiana sepultura. ¿Qué hacemos ahora? —preguntó aquel grupo de improvisados sepultureros.

—Bueno, creo que lo único que queda es irnos por fin. Volveremos a la ciudad. Sé que estamos más cerca del pueblo, pero no vivimos ahí. Una vez lleguemos, informaremos a las respectivas autoridades para que ellos se encarguen y nosotros, debemos olvidar todo lo que aquí pasó.
A los "cerebritos" les digo que no suban fotos ni videos, ni nada que tenga que ver con este día. Dejemos todo en manos de los que saben qué hacer.
Ya podremos pedir por las almas de los caídos; por Rebeca, Catalina, Elías, don Jorge, etc.

—Espera un poco... ¿Dijiste Catalina? ¿Acaso ella está...? —preguntó uno de los chicos.

—Sí, lamentablemente no logró salvarse. Yo no pude hacer nada, Rebeca y el soldado, junto a otro tipo, nos rodearon; luchamos, ella intentó escapar, pero la atraparon. Cuando fui en su ayuda, era demasiado tarde... ¡Fue horrible! No quiero recordarlo. No sé cómo, pero logré llegar al bus y el resto ya lo saben. Aquí estoy, rescatando a cada uno de ustedes.

Todos callaron en forma solemne. Catalina y Rebeca eran muy queridas por el grupo y todos a su manera, las recordaban.

—¡Ahora, vamos! ¡Suban al bus! —ordenó David.

Uno a uno, los jóvenes comenzaron a subir al bus y uno de ellos recordó a otro compañero.

—¿Y Oliver? ¿Alguien sabe algo de él?

Todos se miraban buscando una respuesta, pero ninguno lo había visto.

—David, debemos buscar a Oliver. No sabemos dónde está.

—Si nadie sabe nada, debe estar muerto. Tenemos que irnos. No podemos perder más tiempo aquí. Esas cosas pueden aparecer aquí de un momento a otro. El que quiera buscarlo, que se quede. Yo, me largo. Así que, ¿quién se baja a buscarlo?

Todos se volvieron a mirar entre sí, pero ninguno atinó a bajar.

—Listo. Lo que suponía. Todo mundo quiere lo mismo. Nos vamos entonces.

—¡¡Espera!! Yo, me quedo a buscar a Oliver.

Quien había tomado la decisión de quedarse, era Felipe, un amigo de Oliver que precisamente era su compañero de ese trabajo de investigación por el cual estaban allí.

David le miró e hizo una mueca de sorpresa e indiferencia, seguida de un ademán como una reverencia.

—Sus deseos son órdenes, su majestad. Puede usted bajar cuando quiera. Aquí tiene una linterna y desde ya mi más sentido pésame por su novio.

Felipe no dijo nada, tomó la linterna y comenzó a bajar la escala del bus lentamente, mirando por última vez a todos sus amigos como buscando en ellos, una respuesta, un apoyo, o quizás que alguien lo convenza de lo contrario. Pero otra vez, reinaba el silencio en el bus. Solo el frío viento de la pampa, se imponía con su silbido, haciendo recordar que era una misión suicida. Pero la decisión estaba tomada.
«Bajo, lo busco y si lo encuentro... después ¿Qué?» —pensaba, Felipe—

Con Felipe afuera, David se sentó y encendió el motor del bus. Felipe caminó hacia el cerro de piedras y no quiso mirar atrás. El bus iluminó a Felipe y comenzó a retroceder lentamente.

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