Mort-dida© - Cap. 9

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Mort-dida ©

Capítulo 9

Oliver no pudo más. La repulsión de ver a su amiga devorando los interiores de su compañero, era algo insoportable y muy doloroso. Por lo que, entendiendo que no había nada que hacer, también bajó del bus y corrió adentrándose en el desierto para unirse a sus demás compañeros.

Tal vez fue la diosa fortuna la que lo hizo abandonar el bus, porque apenas Rebeca terminó de comer, comenzó a caminar hacia la parte delantera del bus y con la poca conciencia que le quedaba, se sentó en el lugar del chófer y echó a andar la máquina, porque tenía presente que debía llegar a la ciudad, aunque no sabía por qué ni para qué. Pese a su estado, no había perdido la orientación, por lo que dirigió la marcha en el sentido opuesto, ya que sabía que hacia allá, estaba la ciudad. Precisamente era la misma dirección en donde se encontraba David, esperando el regreso del bus, y también la misma dirección desde donde venía el soldado y un poco más atrás, Catalina.

Rebeca, no dimensionaba por qué tenía las manos llenas de sangre, ni por qué su cara tenía además de sangre, un tono algo oscuro, como un verde petróleo y sus ojos se veían algo amarillos y con unas venas moradas. Estaba como mutando y se sentía mal por ello. Sentía miedo y un poco de sueño.

Por su parte, más allá, David estaba en el auto con la música muy fuerte. Pero aún no lograba hacer partir el motor. Por lo que decidió bajarse y pensó que tal vez, si empujaba un poco el auto hasta llegar a la cuesta, podría intentar echarlo a andar con el impulso. Así que sin más, comenzó a empujar el auto despotricando contra todos sus compañeros, no olvidando a sus respectivas progenitoras.

El soldado tenía una sola misión en su mente; matar y comer. Y con ese plan, seguía corriendo por la carretera.

Catalina, en cambio, solo quería ver a sus amigos y guarecerse segura nuevamente en el bus; llegar a su casa, darse una buena ducha y olvidarse de todo. Y ese espíritu de supervivencia la instaba a continuar su camino.

Los demás, estaban dispersos en diferentes puntos de la pampa de ese desierto. Solo se había formado un pequeño grupo de cuatro personas que discutían si escalar un cerro pedregoso era una buena idea.

Oliver, estaba solo. Muy retirado del resto. Notaba con miedo que dentro de poco, se escondería el sol y no solo se haría de noche, sino que también comenzaría a hacer mucho frío. Tal vez más del que podría soportar. Tenía que encontrar pronto un lugar donde pasar la noche. Él era el único que logró percatarse que alguien se había llevado el bus. ¿Pero, quién? ¿Rebeca? No. Era imposible. Ella, no era ella. Él lo vio con sus propios ojos. Su amiga se comió al chófer y de paso a su compañero. Ya para el pobre de Oliver, nada parecía tener sentido.

El plan de David, le rindió frutos, porque luego de unos pocos intentos, logró que el auto partiera. Por lo que de inmediato y a gran velocidad, enfiló rumbo hacia donde se había ido el bus. En su cabeza solo podía imaginar las mil maneras en las que se iba a vengar de los que lo habían abandonado.

Pero no contaba con que se iba a encontrar con la sorpresa que de frente a él, se aproximaba el bus. Apenas lo divisó, hizo una mueca de sonrisa traviesa y pensó en darles el susto de sus vidas a sus compañeros, yendo directo hacia el bus, simulando que los iba a chocar de frente, sin que ellos supieran que a centímetros del impacto, viraría para que aprendan la lección y luego de eso, ya vería de qué forma se encargaría de cada uno. Así que prosiguió la marcha rauda contra el bus.

Oliver, logró encontrar una especie de cueva, no muy grande, pero lo suficiente para estar un poco más seguro y abrigado.

Sus otros compañeros, ya habían logrado alcanzar la cima de aquel cerro pedregoso y decidieron allí quedarse a pasar la noche. Si el frío era muy fuerte, entre ellos se brindarían calor.

Los que habían huido solos, estaban pensando en cómo evitar pasar una mala noche, porque ya se notaba lo helado del aire y todos estaban con ropa para capear el calor. A ninguno se le había pasado por la mente, pasar la noche en aquella desolada ubicación. Tal vez, sus padres estarían ya preocupados y tratando de localizarlos por teléfono, pero no había señal y a muchos ya se les había ido la batería. No entendían cómo un viaje que no era la primera vez que hacían, se había convertido en una pesadilla. En parte les confortaba saber que estaban lejos de aquel soldado y de los demás zombies. En el fondo, no era tan mala su situación.

A Catalina también la pilló la noche, la oscuridad del desierto y el frío insoportable de la pampa. Pese a que en su cintura traía un chaleco, el que se puso apenas sintió la primera brisa helada. Sabía que no era nada comparado al frío que vendría más tarde. Por lo que decidió echar a correr para entrar en calor. Si tenía suerte, el bus estaría muy cerca.

Mort-dida © - Capítulo 9
Autora: Ann E. Rol
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Portada - Eve Sanchez

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