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Paciente se presenta con opresión torácica, disnéico y visiblemente agitado. Al control de signos vitales presenta taquipnea con 24 respiraciones por minuto, taquicardia 110 latidos por minutos...

Shirabu Kenjirō llevaba media mañana escuchando casos médicos y realizando las anotaciones correspondientes, cabe destacar que eran muchas más aún cuando su profesor, un hombre enjuto y bajo de cabellos grisáceos bajaba tanto el volumen de su voz que parecía estar susurrándole a la pila de hojas que tenía entre las manos, sumado a ello el tiempo corría y tras esas extensas jornadas resolviendo casos en aula le seguiría el periodo maldito de resolución de casos como trabajos evaluados, mal necesario para al fin lograr poner un pie en el hospital y realizar la pasantía que le correspondía aquel año. Y ahí estaba, el maldito hombre había bajado la voz de nuevo justo cuando él estaba escribiendo un detalle que consideró importante. Dejó caer el lápiz sobre su libreta y se masajeó las sienes lentamente. A su lado, su compañero le daba leves codazos para llamar su atención. Shirabu giró hacia la derecha encontrándose con el susodicho y le lanzó una mirada inquisidora.

–¿Almorzaremos en la cafetería cuando termine este vejete? –Preguntó el muchacho haciendo un gesto con la cabeza hacia el hombre que al parecer susurraba conjuros contra sus papeles, su flequillo rubio y rizado se movió al volver a girar su rostro hacia él. Kenjirō se preguntó si odiaba más los lapsus de palabras inteligibles del profesor o a aquel rubio que interrumpía sus intentos por escuchar, o leer sus labios, a esas alturas no le parecía una idea tan descabellada para intentar. Observó el reloj clavado en el medio de la pared anterior del salón. Faltaban aproximadamente diez minutos para que el seminario terminara. Volvió a girarse al muchacho que no dejaba de mirarlo expectante y asintió.

Entonces, no podemos hacer el diagnóstico sin que tengamos gases arteriales en mano y un cultivo, sin embargo, en ese momento el paciente ya tendrá que estar... Shirabu comenzó a realizar anotaciones al mismo segundo que el profesor volvió a elevar el tono de su voz. La voz plana del hombrecito llenándole la cabeza y controlando sus manos para plasmar en el papel cada sílaba, estaba realmente concentrado, hasta que la vibración insistente de su teléfono móvil en el bolsillo lo sacó del trance. Intentó recuperar el hilo, pero no lo logró. Maldijo internamente al aparato y desvió la vista nuevamente al reloj que yacía clavado en la pared frente a la clase. Estaban en la hora. Qué más daba intentar volver a concentrarse.

Kenjirō metió la mano en el bolsillo de su chaqueta con rabia y extrajo el aparato, pulsó un botoncito plano en el costado y la pantalla se iluminó mostrando seis notificaciones pertenecientes a su grupo de antiguos compañeros de preparatoria. Ojeó los nombres de los remitentes de los mensajes y no se sorprendió al ver que cuatro pertenecían a Tendou Satori. Aquel muchacho de cabellos rojizos y despeinados al parecer en todos esos años no había cambiado su desesperante habilidad para parlotear. Los otros dos eran de remitentes distintos, uno de Eita Semi, antiguo armador, y a quien recordaba serio y un poco intenso, y el último correspondía a su antiguo as, Wakatoshi Ushijima. El castaño rápidamente presionó el costado del teléfono y la pantalla se oscureció. Volvió a darle un vistazo rápido al reloj de la pared, de un momento a otro sintió alivio de que la hora anunciara el término de la clase o de otro modo hubiese perdido tiempo indefinido tratando de concentrarse, porque estaba seguro de que no lo hubiese logrado fácilmente. El profesor, como si le hubiera leído el pensamiento, detuvo su discurso y pronunció exactamente las que Shirabu pensó, dando por finalizada la clase.

Tras esa mañana llena de ingresos, exámenes, signos y síntomas hipotéticos y mensajes de un grupo al cual pertenecía por viejas nostalgias que intentaba enterrar sin éxito, Shirabu se dirigió a la cafetería seguido de cerca por su compañero. Para desviar la atención de los pensamientos que comenzaban a aflorar dejó que éste le parloteaba algo acerca de los trabajos que se acercaban y vaticinaba cuán destruidos estarían si no comenzaban pronto los quehaceres, Kenjiro no lo tomó demasiado en cuenta. La primera vez había sido suficiente sufrimiento y estrés como para dejarse estar una segunda vez y pasar por el mismo suplicio, si bien para el muchacho que pensaba con lógica la medicina era una carrera más y por ende estaba hecha para que cualquier persona normal pudiera aprender y desarrollarse como médico, también era cierto que el leer una cantidad gigantesca de libros y memorizarlos y releerlos constantemente era una tarea que dificultaría el asunto para cualquiera, y por ende, de no tener un buen método, orden y responsabilidad, se convertiría también en un suplicio para cualquiera. Dejó sus cavilaciones sobre responsabilidad y disciplina para coger un envase plástico que contenía lo que sería su almuerzo del día. Su compañero le señaló un par de asientos en los que se ubicaron momentos después. Shirabu pensó que al menos durante ese lapso de tiempo hubo olvidado el real asunto.

Fear and feelsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora