Shirabu no pensó que su cuerpo fuera a sentirse tan ligero en tan poco tiempo. Lo usual era que tras varios días de sueño reparador luego de semanas ajetreadas y estresantes de universidad y hospital sus niveles de cortisol bajaran y recobrara un estado basal aceptable. En ese momento, sólo había bastado un café acompañado de una charla y un par de noches de sueño tranquilo para descontracturarle la espalda y las ideas.
El reloj marcaba las siete con quince y él se encontraba de pie frente a las puertas de la cafetería del hospital increíblemente sopesando la posibilidad de saltarse el café matutino, algo inusitado para un pasante un día viernes. Finalmente se decantó por no consumirlo esa mañana, en cambio pidió un vaso pequeño de chocolate. Sí. Su ánimo había mejorado abismalmente en comparación a la última semana, sin embargo, por las mañanas nunca conseguía llegar a un umbral realmente aceptable de buen humor por lo que continuaba dependiendo del dulce. Pésima costumbre que a corto plazo no planeaba dejar.
Con su vaso de cartón en la mano se dirigió a la sala de vestuario. Le sorprendió que estuviera vacía, pero al aguzar el oído voces femeninas se escuchaban amortiguadas desde el vestuario femenino. Se sentó en el borde más alejado del mesón dispuesto a terminar su bebestible, de utilizar el vestuario antes de seguro se encontraría a más personas dentro dela habitación y tendría que terminar su café entre ellos obligado a saludarles o mantener una actitud serena, definitivamente un esfuerzo innecesario para esas horas de la mañana. Claro, también podía arriesgarse a terminar el chocolate en el vestuario y por algún motivo ensuciar su bata blanca. Eligió terminar de beber antes de cambiarse.
El sabor dulce siempre le resultaba más agradable por las noches y por las mañanas. Había sido una mala costumbre adquirida tras el primer semestre como universitario cuando la carga académica aumentó abruptamente y el sabor amargo del café comenzó a molestarle sobre la lengua. El azúcar había solucionado ese problema, por supuesto, y también otros como su apatía matutina –aunque parcialmente–. En efecto, a pesar de las altas probabilidades que tendría de padecer diabetes en el futuro debido a su alto consumo de azúcar, había descubierto que era una de las cosas que más le gustaban en el mundo. Tanto como el voleibol, tanto como leer y estudiar, tanto como superarse a sí mismo, tanto como Ushijima.
Sus mejillas ardieron inmediatamente de forma violenta. Hasta ese momento, si bien, aquel asunto comenzaba a pintar positivamente, no lo había arrastrado hasta su repertorio mental hasta ese instante.
Instintivamente metió la mano en su bolsillo y tanteó el móvil. Lo había dejado cargando durante la noche y al desconectarlo por la mañana una barra verde vertical anunciaba que la batería estaba completamente llena, aun así no lo había encendido. Lo extrajo y lo depositó pantalla arriba sobre la mesa, frente a su vasito de cartón aún lleno hasta la mitad. Meditando.
Shirabu observó su teléfono. La pantalla ennegrecida reflejando las luces blanquecinas del techo. Sólo debía pulsar el botón lateral, esperar a que prendiera y reinstalar las aplicaciones necesarias. Bien. Dio un sorbo largo a su chocolate, y al finalizar se relamió los restos de los labios, absolutamente consciente de que estaba dilatando un asunto absolutamente trivial. Al fin, tras chasquear la lengua con hastío pulsó el botoncito y tras un breve clic la pantalla comenzó a iluminarse.
Fueron solo segundos, sin embargo, algo se removió dentro del pecho del castaño. Encender el aparato estaba marcando de alguna forma un paso inicial hacia un destino incierto que no podía evitar hacerlo sentir un grado de perturbación. De un día para el otro había cambiado varias ideas, no obstante, en tan poco tiempo le resultaba imposible poder adquirir el control de sus emociones. Shirabu apretó y cerró las manos un par de veces, podía intuir que su buzón de llamadas y de mensajes estaría probablemente abarrotado de cuestiones provenientes de su madre y hermanos,pero también, imaginó con un vuelco en el pecho que entre ellas habrían algunas provenientes de Ushijima, según las menciones previas de Akaashi.
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Fear and feels
FanfictionLa primera vez que Kenjirō Shirabu comenzó a sentir el revoloteo incesante de mariposas en su estómago y conoció el sabor agridulce del primer amor, unilateral y escondido, tenía dieciséis. El tiempo pasa, los sentimientos cambian y aquello que a s...