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Los días se sucedieron con parsimonia y la normalidad de la rutina a la que Shirabu estaba acostumbrado. Las clases continuaron siendo dictadas a modo de análisis de casos de pacientes hipotéticos y los deberes continuaron escalando de complejidad, junto con el estrés propio de lograr dilucidar el mejor diagnóstico y las mejores acciones a ejecutar para que hipotéticamente este paciente ficticio lograse recuperarse o sobrevivir.

Tras la afirmación que hubo hecho a Ushijima acerca de la reunión no intercambiaron más mensajes. Kenjiro sólo respondió un par de mensajes dentro de la sala de chat grupal, los cuales tenían que ver con la junta y que Semi y Tendou encarecidamente pedían contestar. El castaño se sentía extrañamente liviano. Incluso por momentos se encontró sobre analizándose y buscando alguna irregularidad dentro de su propio comportamiento, sin embargo, no encontró ninguna, en cambio, atribuyó su inusitada calma a la paz antes de la tormenta, intentando convencerse de que no estaba siendo pesimista sino precavido, y teniendo en cuenta que quienes organizaban este asunto eran el antiguo bloqueador y setter, la precaución no estaba de más. Aun cuando supuso habrían madurado aunque fuera un poco.

Así pues, Shirabu continuó moviéndose con más soltura entre listas mentales de investigaciones que debía realizar para ayudarse a diagnosticar al paciente de la tarea y la laberíntica zona sentimental que se había esforzado por enterrar. Cada día se atrevía a dar un paso más dentro de ese terreno, extrayendo fragmentos, estudiándolos, e intentando juntarlos para tener una visión panorámica que poder comparar con lo que fuera que fuese a encontrarse sintiendo el viernes por la noche. Porque estaba seguro que en ese momento sería traicionado por su neo córtex y se le dificultaría espantar sentimientos adolescentes e innecesarios.

Hasta ese momento la construcción de un panorama entendible no había sido posible. Los sentimientos no eran como el cuerpo humano. No eran fácilmente analizables, mucho menos de forma objetiva, y tenía la impresión que siendo él mismo quién se estaba examinando no lograría ser objetivo jamás, y en caso de que eso fuera posible, no tenía idea de cómo. Por ende, no tenía nada claro a lo cual aferrarse momentáneamente y, por consiguiente, no tenía nada que lo asentara cuando el momento de cerrar al fin su etapa cliché de adolescente incapaz de olvidar a su superior se presentara. Era en esos momentos cuando asaltaba con fuerza su idea de la calma antes de la tormenta ya que el hecho de sobre pensar las cosas y no sacar nada en limpio no lo hacía sentir desesperado como normalmente ocurría.

El jueves por la tarde, mientras se encontraba terminando de redactar la sección de su trabajo que se había propuesto como meta diaria recibió un nuevo mensaje de Ushijima. Al ver su nombre en la barra de notificaciones no pudo evitar sentir un pequeño vuelco en el pecho, y suspirando se recriminó por ello antes de desbloquear el teléfono y leer.

Nos vemos mañana.

Shirabu observó el mensaje durante varios segundos sin sentir una emoción en particular, había algo, claro, algo como mariposas pero que en vez de batir sus molestas alas se encontraban suspendidas flotando, chocando de vez en cuando unas con otras, imperturbables pero aún presentes, y una vez más lo asaltó el pensamiento de que mantener la calma de aquella manera sólo significaba que la tempestad se avecinaba para su equilibrio emocional.

Claro, nos vemos mañana.

Respondió de vuelta y esta vez no obtuvo nada más. Se mantuvo unos momentos con el aparato entre las manos y la pantalla iluminada mostrando aquellos dos mensajes. En su cabeza se comenzaron a atropellar sentimientos y pensamientos que se remontaban a años anteriores en los cuales la mensajería entre ellos era inusitadamente fluida y variante, desde comentar cosas intrascendentales de su rutina hasta una que otra conversación nocturna que iba un poco más allá y traspasaba la línea de la cordialidad para dar un paso dentro de la confianza envalentonada que proporcionan las madrugadas para, al otro día nuevamente echarse atrás, y al siguiente dar muchos pasos dentro y otra vez echarse atrás. Kenjirō supuso que este resurgimiento de recuerdos y sentimientos había despertado por influencia de la inesperada actividad cibernética de su mayor para con su persona, es decir, para él el hecho de que la persona que admiraba desde la secundaria, la persona en la cual había depositado sus primeros sentimientos amorosos durante la preparatoria, la persona que luego de separar sus caminos aparecía en ciertas revistas deportivas que no dudaba ni un segundo en detenerse a leer, estuviera intercambiando nuevamente un par de mensajes con él por iniciativa propia era prácticamente una situación comparable a que el mismísimo santa Claus se comunicara con un mocoso de cinco años. La pantalla del teléfono se oscureció y Shirabu lo dejó sobre el escritorio.

Fear and feelsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora