–Este sí es un extra. Dedicado a la mujer más importante en mi vida: mi hermana. –
El taconeo incesante haciendo eco contra las paredes de cemento y el espacio amplio del estacionamiento subterráneo del hospital le martillaba las sienes como si la reverberación del sonido de sus propias pisadas fueran pequeños piececitos pisoteándole sobre la cabeza. Rebuscó en su bolso, de un color combinado con el color de los tacones, haciendo sonar los cachivaches que tenía dentro sumando ruido al taladro que ya sentía en la psiquis, hasta que dio con la llave a distancia del automóvil. Pulsó el botón y la alarma aguda le atravesó la cabeza cual rayo. Incluso sintió que se la había partido.
Sostuvo la manilla de la puerta y tiró de ella sin fuerza, con los dedos y el brazo entero hechos de jalea. Desde el hombro le resbalaron dos correas distintas, pertenecientes por supuesto a dos bolsones distintos. Depositó sus ojos sobre las dos huinchas arrugándole de forma burda la manga de la chaquetilla. Volvió a suspirar de forma cansina y lanzó ambos bolsos hacia los asientos traseros del auto. Al diablo si era peligroso. No se daría el trabajo de abrir el portamaletas, no ese día. Al diablo su uniforme desplanchado y las pertenencias de Shirabu, incluso el computador.
Mara Ishibuya no se consideraba una mujer de mal carácter ni de temple frágil, sin embargo, ese día en particular y, a pesar de haber transcurrido en un 80% de forma tranquila y bastante amena a su juicio, había tenido un cierre caótico psíquicamente. Maldito fuera Shirabu si no lograba arreglar sus malentendidos amorosos después de haberla tenido con el alma pendiendo de un hilo cada vez que veía a su guía dando vueltas por el pasillo, con los nervios crispados falsificando su firma de la forma más perfecta posible para engañar exitosamente el ojo de águila de la encargada de la farmacia del hospital y recibir los cambios de medicación, oh, y su corazón en taquicardia permanente mientras recibía el nuevo ingreso con ayuda de Ran y Stefan, porque sí. La suerte no estuvo de su lado y la cama 6 se desocupó más rápido que nunca y fue solicitada con la misma inusitada rapidez.
Suspiró, no podía culparlo en realidad. Ella se había ofrecido a cubrirlo. Y así lo había hecho. Después de todo de ser descubiertos ella perdería su trabajo y el muchacho claramente tendría consecuencias académicas y, ambos tendrían consecuencias legales.
Se dejó caer contra el asiento del conductor, incluso la superficie acolchada se le hizo dolorosa en los músculos de las piernas y la espalda, dolor que trepó como garras hasta su cabeza. Mara chasqueó los dientes y se mordió el labio con fiereza, sin importarle que tal vez aquel gesto resquebrajara su bonito labial carmín. Asió la puerta por la manija interna y tiró de ella con más fuerza de la debida. El sonido que hizo al cerrarse fue un nuevo garrotazo para su cráneo. Se mantuvo viendo el frente con postura cansada, la mano izquierda aún apoyada en la manilla, la derecha sobre el tablero tanteando la llave. Idiota. Ni siquiera había puesto la llave en el contacto.
Inspiró contando tres tiempos y dejó salir el aire en cinco. Finalmente se apoyó con toda la espalda contra el respaldo del asiento, dejando a su cuerpo aferrarse a una relajación transitoria y a su cabeza sacar consuelo de ella. De verdad esperaba que Shirabu hubiese tenido la decencia de hacer un buen uso del tiempo robado a la vida que le había conseguido. Que le habían conseguido, después de todo las muchachas habían aceptado ser parte de esta triquiñuela. Mara, a pesar del cansancio que se había echado encima emocional y físicamente de forma gratuita, no podía sentirse arrepentida. Porque a pesar de sus ideas desesperanzadoras en cuanto al amor, había una pequeña porción de su subconsciente que siempre comenzaba a hacerse camino por entre los caminos resquebrajados y las cicatrices corroyentes de su corazón hasta ver la luz, esa porción más dulce, frágil y romanticona, esa porción que Mara detestaba profundamente de sí misma pero que envidiaba y admiraba por igual de las demás personas.
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Fear and feels
FanfictionLa primera vez que Kenjirō Shirabu comenzó a sentir el revoloteo incesante de mariposas en su estómago y conoció el sabor agridulce del primer amor, unilateral y escondido, tenía dieciséis. El tiempo pasa, los sentimientos cambian y aquello que a s...