VII

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Mientras caminaba por el pasillo blancuzco y crema del hospital, ese momento parecía lejano e increíblemente a pesar de ello rondaba su cabeza incesantemente. 

Detrás de él un taconeo incesante y presuroso le hizo arrimarse a la pared, quien fuese tenía premura y Shirabu acuestas luchaba por movilizar las articulaciones y caminar. Se sentía cansado a pesar de haber consumido una buena dosis matutina de café acompañado de un muffin de chocolate. Cafeína y glucosa puros para funcionar, como llevaba haciéndolo las últimas semanas. Desde el fatídico fin de semana esclarecedor y dolorosamente purgativo sentía un yunque atado a su espalda, como si todo aquello le hubiera caído encima y se hubiera pegado a él como una enorme garrapata. Había intentado meterse en su rutina de estudiante y había devorado sus apuntes y sus libros, incluso había investigado temas nuevos y se había ofrecido voluntariamente a tomar a todos los pacientes de la sala 4, que compartía con Mara, y estaba agradecido por ello ya que se llevaban bien y trabajaban en coordinación y eficientemente por lo cual la mujer no había tenido reparos en que se hiciera cargo de todos junto a ella. Claro, también,por si las moscas había ocupado más tiempo del necesario en volver a su hogar y había limitado sus viajes a la universidad. No quería toparse siquiera con compañeros fuera de Stefan y alguno u alguna que veía dentro del hospital. Menos aún quería toparse con otro tipo de conocidos. Su vida de ermitaño tarde o temprano funcionaría. Pasaría el tiempo necesario en su madriguera. 

Cuando el sonido de los tacones se hizo casi insoportable para su cabeza sintió una mano posarse en su hombro. Giró con parsimonia, encontrando a Mara sonriéndole. Con ropa casual lucía más bonita y gentil, como las muchachas de sociedad abocadas a ser una buena esposa y repartir besos y regalos especiales para cada miembro de su familia en bolsas de tonos pastel durante las navidades.

– ¿Qué haces?

Shirabu la observó escaneando su rostro. La sonrisita seguía allí.

–Vamos tarde, es jueves. –Mara le deslizó la mano hasta la espalda y le dio un suave empujón. Comenzó a taconear de nuevo pasando por su lado, el castaño no tuvo más opción que seguirla a paso rápido hasta la sala que conectaba los vestuarios.

Estaba desierto a excepción de las dos muchachas, Ran y Michi, a las cuales Shirabu consideraba secuaces de Mara. Eran aún más chismosas y a diferencia de Ishibuya, ellas sí que proferían comentarios sin resguardar nada, además, siempre que las veía estaban juntas.

–Buen día Ishibuya-san, Shirabu-kun.

–Llegan tarde, es jueves.

Ambas hablaron en medio de una sonrisa que incluso las hacía ver similares. Si no fuera por la diferencia de estatura y el cabello castaño en melena de Ran en contraste con el rubio sobre la piel morena de Michi, para Shirabu, ambas podrían perfectamente ser como esas gemelas extrañas de las películas de horror.

–Lo sabemos. –Mara empujó al castaño en dirección al vestuario de hombres mientras saludaba a las muchachas y a Stefan con la otra mano, luego, tan rápido como un rayo se internó en el vestuario femenino.

Shirabu hizo lo mismo, en el vestuario masculino. Por algún motivo el que fuese jueves tenía a todos presurosos y no recordaba el motivo. Al salir, bata blanca en mano y estetoscopio en la otra fue recibido sólo por la morena. Kenjirō abrió la boca para decir algo, para preguntar qué estaba ocurriendo, qué diablos ocurría ese dichoso jueves, mas no profirió nada ya que la enfermera lo cogió del brazo y lo jaló hacia la salida. En menos de dos segundos Shirabu se encontraba en el pasillo caminando, casi trotando tras Mara. Stefan a su lado sonriendo socarronamente mientras saludaba a otras estudiantes y enfermeras de otros servicios. Mara habló.

Fear and feelsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora