IX

505 47 79
                                    

En definitiva, como Shirabu supuso a primera hora de la mañana, aquel había sido un buen día. Ajetreado como siempre y con una descompensación en la sala del lado a la cual Mara insistió que debía asistir y tomar todas las notas mentales que su capacidad cerebral le permitiera ya que se encargaría ella misma de hacérselo saber a su guía para que lo interrogara. Claro, asistió, observó, tomó notas mentales y, en efecto, a mitad del día fue interrogado, también orientado, por supuesto. El castaño se mantuvo durante el día envuelto en una bruma cálida que le proporcionaba una energía inagotable e inalterable. Durante varios momentos se encontró pensando en lo ilógico e infantil que era aquella reacción, sin embargo, no podía evitar dibujar un rictus de sonrisa en su boca y empujar aquella autoreprimenda hasta el fondo de sus pensamientos y continuar respirando con la sensación de nívea incandescencia envolviéndole el pecho.

Shirabu puso su firma en la hoja de papel sujeta a la tabla frente a la cama 6, luego le dirigió una mirada cordial al hombrecito enjuto y calvo hasta la mitad de la cabeza que le sonreía desde la cama. 

–Bien, Shirabu-san ha firmado su orden de alta, ha sido avalada por su guía también–Mara a su lado le habló con calma al hombre mientras le posaba una de sus manos sobre el hombro–, podrá irse a su hogar en cuanto se presenten por usted.

El hombre asintió sonriendo más ampliamente, esta vez haciendo que sus ojitos se vieran sólo como dos ranuras. Acto seguido Mara le dedicó una pequeña reverencia y comenzó a caminar hacia la salida de la sala haciéndole un gesto con la mano al castaño para que la siguiera.

Kenjirō le dedicó una pequeña reverencia al hombrecito que en silencio continuaba sonriéndole y salió de la sala junto a la enfermera.

–Ahora iremos personalmente a dejar en buenas manos al señor Ishikawa. 

Mara habló despreocupada mientras hacía una especie de saludo en dirección a un hombre canoso de bigote espeso y cejas pobladas que yacía en una silla de ruedas.

– ¿Por qué debemos ir? Él no estaba en nuestra sala. Y de cualquier modo ¿Por qué debo ir yo también?– El muchacho le habló con voz plana repasando distraídamente la que había sido la última hoja de registro del hombre en la silla de ruedas. Estaba en la sala contigua y recordaba vagamente haber ideado un esquema antibiótico para él junto a Stefan.

–Ran me lo ha encargado, no puede dejar su sala después de un incidente menor con lo nerviosa que es y Stefan no luce muy feliz de andar paseándose con un labio partido.

–Ah...

 –Además, me pareces muy animado hoy, desbordas energía como para que vayamos hasta el estacionamiento y luego subamos hasta aquí por las escaleras –Mara soltó una risita aguda acomodándose el flequillo. Shirabu le dedicó una mirada poco agradable que ella ignoró.

–No subiré cinco pisos por la escalera.

– ¿No? Imaginé que después de hablar con tu chico guapo habías recargado tanta energía como para subirlas diez veces corriendo. Aunque pensándolo mejor deberías guardarla y ocuparla en otras cosas... Con él, claro.

Por un momento las mejillas de Shirabu ardieron abrasadoramente. Por unos segundos se descolocó totalmente, al parecer la Mara amable de dentro del hospital podía mutar a voluntad a la Mara molesta de afuera una vez establecía un lazo de amistad. Al recomponerse y encontrarse con la expresión risueña de la morena se sintió irritado y volvió a dedicarle una mirada que irradiaba agresividad.

–Métete en tus asuntos con Stefan y su labio partido ¿Qué fue lo que le hiciste a ese pobre hombre?

Ella deshizo su sonrisita y le dio una mirada aguda mientras fruncía los labios. Shirabu sonrió con suficiencia. 

Fear and feelsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora