6. El primer café

35 4 0
                                    


A la mañana siguiente me desperté realmente emocionada. Salté de la cama y bailé, tarareando mis canciones favoritas. King George fue la más repetitiva en mis melodías. Entre botes y movimientos de cadera elegí la ropa que me iba a poner para el encuentro de aquella tarde. El color negro es realmente elegante y la sobriedad mezclada con elegancia son infalibles en mis métodos de conquista.

Había estado dándole vueltas a la elección de la indumentaria mientras intentaba conciliar el sueño y al final me decanté por un vestido negro de algodón muy ligero y agradable al contacto con la piel. Tenía botones a modo de decoración en vertical desde el pecho hasta el ombligo, sus finos tirantes dejaban al descubierto los hombros y las clavículas, y acababa justo por encima de la rodilla. Era perfecto para la cita y para mi mañana de trabajo en el hospital, pues con la bata no se vería nada que no quisiera mostrar. Para el calzado elegí unas cuñas bajas color camel. Eran mis favoritas de entre mis más de veinte pares de zapatos de verano. Realzaban los glúteos y me permitían andar con comodidad y naturalidad.

La mañana en el hospital transcurrió con mucha normalidad. Parecía que teníamos más camas disponibles en la UCI para hospitalizar a los nuevos pacientes que llegaran con síntomas de gravedad. Este dato llenó de alegría a toda la plantilla, pues parecía que el estado de alarma funcionaba y nos llegaba, poco a poco, el respiro que tanto habíamos deseado. Atendí a varios pacientes de oncología y supervisé a Isabel mientras ponía los goteros con la quimioterapia a quienes tenían la cita aquel día para el tratamiento.

A la hora del descanso, fui a la cafetería junto a Juan y Esther. Nos sentamos en una mesa un poco alejada del resto de la gente para poder conversar con algo de intimidad. Antes de comenzar a hablar pedimos el menú del día. Ensalada de primero y pasta a la carbonara de segundo. Yo pedí la ensalada sin atún y la pasta sin bacon.

- ¿Cómo vais con vuestras enfermeras? – preguntó Juan. Felipe no es mal tipo, pero ha vuelto a ponerse la pulsera y ¿sabéis qué? Un paciente se ha negado a que le atendiera él. Era una señora mayor, que, por lo que me ha contado después de su enfrentamiento con Felipe en petit comité, perdió a sus padres en la Guerra Civil y es muy combativa. No quiere saber nada de los fachas.

- Pues vaya – respondió Esther – Entiendo su sensibilidad, pero igual se ha pasado, ¿no? Me refiero a que Felipe le está intentando ayudar y también vela por su salud.

- Pues creo que la señora Paquita ha actuado conforme a sus principios. Ese símbolo político denota, por desgracia en nuestro país, una determinada ideología y, entre otras cosas, este hospital está tan infrautilizado y tenemos pocos recursos por ese mismo pensamiento político. Espero que después del mal trago que ha pasado, Felipe se lo piense y no vuelva a ponérsela en el trabajo. Estamos en momentos muy delicados. Tanto políticos como sociales y económicos. ¿Qué piensas, Leira?

- Sabéis lo que pienso. De hecho, Isabel es de la cuerda de Felipe, pero procuro no mezclar política y trabajo. Por mi salud mental. Eso sí, pienso que, en nuestra profesión, tenemos que mostrarnos neutrales, o por lo menos no evidenciar nuestras ideas. Otra cosa es que nos pidan opinión directa o presenciemos algún improperio, como lo que te ha ocurrido hoy, Juan. En ese caso, sí hablaría con Felipe de nuevo. Sobre todo, por enseñarle discreción en el trabajo. En la calle que haga lo que quiera.

- Pues sí, realmente tenéis razón, – continuó Esther – aunque no creo que el chico lo haya hecho con mala intención... pero tendrá que aprender.

- Bueno, Esther, - dijo Leira - ¿Cuándo vas a hablar con Agustín? Creo de verdad que tienes posibilidades con él. De todos sus residentes, solo ha estado a solas contigo.

COMO LA VIDA MISMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora