Eduardo me volvió a ofrecer hacer el trayecto en su coche. Tenía garaje con acceso directo a la oficina, que estaba a escasos diez minutos de La primitiva. Me dijo que por el barrio de Juan de la Cierva no era muy fácil aparcar, y que después me devolvería a este mismo lugar. No vi por qué no aceptar.
Salimos de la cafetería, después de pagar yo la cuenta de los dos últimos cafés. Tuve que insistirle, pero no me gusta el hecho de que el hombre sea el que pague por simple tradición o cortesía. Aunque tenga mucho más dinero que yo, dos cafés puedo permitírmelo, y así se lo manifesté. Levantó las manos en señal de rendición y me dijo, sonriendo, que no iba a oponerse a la igualdad entre sexos.
Nos montamos en el Mercedes Maybach que ya había visto alguna vez en la puerta del hospital cuando venía a recoger a Isabel. Era un coche impresionante. Color negro brillante, cristales tintados, climatizador de aire en el interior, y todos los extras que un turismo puede tener. Un auténtico lujo.
Nos pusimos el cinturón y arrancó.
- ¿Tienes calor? – preguntó – Acabo de poner el aire acondicionado, en seguida lo notaremos.
- Un poco de calor sí tengo – alegué, sin revelar el verdadero motivo de mi infierno interior – Qué coche más increíble. Yo tengo un Peugeot 206. Estoy muy contenta con él, para ir y venir de los sitios no necesito más. Pero, para el futuro, ¡ya me dirás el secreto para conseguir esto! Por curiosidad...
- En mi caso no ha sido más que mucho trabajo y algo de suerte...
- ¡Al saber le llaman suerte! – exclamé – ¿Sabes? Cuando estudiaba en el instituto mi profesora de lengua valenciana nos hizo un control oral por grupos y en el que estaba yo respondimos correctamente a todo. Los demás compañeros exclamaros que habíamos tenido suerte con las preguntas, pero en realidad yo, por lo menos, había estudiado un montón. No me parece justo que se infravalore el trabajo alegando que es "cuestión de suerte".
- Vaya, Leira, la verdad es que nunca lo había visto desde ese punto de vista. Creo que la suerte es un factor que hay que tener en cuenta, pero cierto es que no hay que achacarle a la diosa Fortuna todo lo que nos ocurre. ¿Es suerte que esté contigo hoy?
Mi nombre en sus labios sonaba diferente a como lo hacía pronunciado por el resto del mundo. Era como escuchar el sabor de la mejor copa de vino. Oír sabores, oler colores, degustar melodías. Eduardo creaba conmigo sinestesia.
- Supongo que, en este caso, tendré que agradecer a la diosa Fortuna, como bien dices, esta tarde tan agradable. Pero si no hubiéramos querido no habríamos hecho por quedar y conocernos. Así que... lo dejamos en tablas entre la suerte y la voluntad.
En escasos cinco minutos llegamos al garaje de su oficina en la calle Cataluña. Entramos por una rampa y descendimos dos plantas para, finalmente, detener el coche en una plaza realmente amplia. Salimos del vehículo y Eduardo me guio hasta el ascensor. Era de los ascensores que me gustan, pues las paredes eran espejos y, en silencio hasta subir a la quinta planta, nos contemplé a los dos en nuestro reflejo. Intentando no atraer su atención me acicalé el vestido y me atusé el pelo. Él, mientras tanto, escribía un mensaje en su teléfono.
El ascensor se detuvo y me indicó que saliera yo primero, extendiendo el brazo en señal de cortesía. Eduardo salió detrás de mí y abrió la puerta de la oficina, la única que había en esa planta, tras sacarse las llaves del bolsillo del pantalón. Estábamos en el ático del edificio y vaticiné que las vistas de la ciudad iban a ser dignas de ser contempladas.
- Adelante, señorita.
Entramos a la oficina, era realmente elegante. Mientras Eduardo se quitaba la chaqueta del traje y la colgaba cuidadosamente en el perchero de la entrada, yo me dediqué a inspeccionar la sala, amplia y muy luminosa. Tenía un sofá color crudo, un escritorio de madera de roble macizo repleto de papeles, dos marcos con fotos, uno de sus hijos y otro de la familia completa, pero debía ser de hace tiempo porque los niños eran pequeños. También había un flexo de luz y una figura de mármol blanco de la Victoria alada de Samotracia.
Las estanterías estaban repletas de libros a los que me acerqué enseguida para leer los títulos. Casi todos eran de psicología, neurología y teoría de la mente. Había también alguno de filosofía y biología, así como de poesía y arte. Imaginé que le interesaba esta última disciplina, pues en las paredes había varios cuadros. Identifiqué rápidamente los de Escher y El grito de Edvard Munch. Me giré hacia él.
- ¡Es maravillosa! No me dijiste que tu oficina era un ático. Me encanta. Siempre he querido vivir en un ático abuhardillado y tener en mi habitación miles de libros y una ventana con vistas al cielo para poder contemplar los astros antes de dormir.
- Aquí no tengo ventana de ese tipo, pero mira, ven ̶ mientras hablaba se dirigía a un ventanal enorme que daba a la ciudad de Getafe. Se podía ver la catedral, los tejados de las casas y edificios, las carreteras. Incluso el cerro de los Ángeles ̶ . Tengo la cristalera y lo que más me gusta es que da mucha intimidad. Por fuera tiene efecto espejo y no se puede ver el interior de la oficina.
- Me encanta – murmuré en voz baja absorta por el paisaje – estudiar aquí tiene que ser muy productivo. Me pasaría horas enteras con café, envuelta en libros y buenas vistas.
- Cuando quieras puedes venir. No te molestará nadie.
- ¿Tú tampoco? -respondí a modo de coqueteo-.
- Solo si me lo pides, vendría contigo –caminó hasta llegar a mi lado. Mirábamos por la ventana en silencio–.
- Eduardo... qué bien hueles. –dije sin retirar la mirada del horizonte. No podía no decírselo teniéndole tan cerca. Estaba cayendo en su red sin que hubiera hecho falta que hiciera nada– Adoro tu perfume, de hecho, es mi favorito de hombre.
- ¿Cuál usas tú?
- Hoy llevo Scandal by night.
Eduardo aproximó su rostro al mío. Tomó mi cabeza con su mano derecha, la ladeo levemente y respiró mi cuello. Aspiró, se retiró cerrando los ojos, y repitió la misma maniobra. Yo tenía calor, estaba ardiendo. Entre mis piernas empezó a nacer un cosquilleo muy agradable que, no iba sino en aumento. Se había tomado la licencia te tocarme, de acabar con la paz de mi piel. Hice lo mismo. Sujeté su cabeza con mi mano derecha, que ahora estaba apoyada en mi hombro llenándose de mi aroma, e introduje mis dedos en su pelo. Esto debió activar alguna tecla de alarma en él, pues se separó de mí lentamente, como si no quisiera hacerlo. Me tomó de una mano, y con la que le quedaba libre me acarició la mejilla.
- También hueles muy bien. Es delicioso. Tienes buen gusto.
- Gracias... –estaba completamente aturdida, solo quería seguir pegada a él, pero lejos de quedarme petrificada di pie a lo que, en teoría, habíamos ido allí– bueno, ¿hablamos de las clases de Sergio?
- Sí... claro. Siéntate, ponte cómoda. Voy al servicio un segundo.
Eduardo se ausentó un par de minutos en los que me dio tiempo, supongo que igual que a él, a recobrar la entereza. Me senté en la silla del escritorio, la que estaba frente a la suya y respiré lento y profundo varias veces. Me toqué las mejillas con mis, usualmente, manos heladas, intentando bajar mi temperatura.
- Bueno –dijo Eduardo tomando asiento en su lado del escritorio– una médica filósofa.
- Me gusta la filosofía, e imagino que te diría Isabel que formo parte del comité de bioética del hospital. No concibo la medicina sin la reflexión filosófica y ética. La ciencia sin filosofía, sin el saber humanístico, no sería más que técnica. Es precisamente la filosofía la que la hace más humana y los médicos no debemos olvidar que tratamos con seres humanos, con circunstancias muy diversas... y con miedo.
- ¿Te refieres a que deberíais ser más cercanos?
- Sí. Cuidar del otro implica escucharlo, mirarle a los ojos cuando nos cuentas qué les ocurre, no solo recetar medicamentos y teclear en el ordenador nuevas dolencias que añadir a su historial. No todas las enfermedades se curan con pastillas. Sabes muy bien de lo que hablo.
- Sí, por supuesto. De hecho, a nuestros pacientes los animamos e insistimos en la importancia de que, en caso de que necesiten medicación prescrita por el psiquiatra, no abandonen la terapia psicológica. Hablar, escuchar... las palabras son parte de los que somos, de lo que nos hace humanos, como antes decías.
- Sí. Aunque sé que en psicología está obsoleta la terapia psicoanalítica, creo que es importante no olvidar la herencia de Sigmund Freud. La cura del habla... Las dolencias emocionales se atenúan, incluso llegan a desaparecer cuando las exteriorizamos. Por eso, intento siempre sacar un rato antes de acabar mi jornada para hacer ronda de visitas a los que me tienen asignados. Creo que es importante que sepan que nos importan, que no están solos.
- Eres una médica poco usual. Curas cuerpos, pero también almas – alargó su mano hasta la mía, que estaba posada encima del escritorio, y la cogió con ternura –Creo que vas a ser una gran maestra para Isabel en el hospital, y también para Sergio. Gracias.
- No hay de qué... ¿Cuándo quieres que empecemos las clases? Normalmente tengo turnos rotativos. Una semana de mañana y una de tardes. Esta la tengo de mañana, así que podría empezar mañana mismo. Le dije a Isabel que para que cunda el tiempo, lo ideal sería estar con él hora y media o dos horas.
- Me parece perfecto. Puedes venir la semana que tengas las tardes libres a casa los lunes, martes y miércoles, si te parece bien. Esta semana, como hoy ya es martes, podrías venir mañana y el jueves. Dejamos los viernes libres.
- Estupendo. Pues mañana podría estar allí a las cinco -saqué un cuaderno de mi bolso- ¿me das la dirección?
- Sí, apunta. Calle Beethoven, número 2, piso 3, puerta C. Está en el Sector 3.
- Anotado. Me encanta Beethoven, por cierto. En general me encanta la música clásica.
- ¿Algo en especial?
- Sí... me gusta mucho Carmina Burana de Carl Orff, Die Schöpfung de Hyden, el movimiento número 13 en concreto, el Hallelujah de Mozart, Julio César en Egipto de Händel... podría seguir un buen rato.
- Eres una caja de sorpresas, Leira. En casa solemos ir al Auditorio Nacional con frecuencia, el profesor de piano de Isabel toca en la Orquesta Nacional y nos regala bastantes entradas. Quizá pueda conseguirte algunas, si quieres.
- ¿En serio? Me encantaría, de verdad.
- Déjame ver qué puedo hacer... ̶ dijo mientras miraba su reloj. Vi que era un Junghans, marca alemana. ̶ Bueno, señorita, son casi las ocho, voy a tener que marcharme a por Sergio, pero me gustaría mucho seguir hablando contigo. Tienes un mundo interior muy rico y da gusto tener conversaciones interesantes con mentes tan brillantes como la tuya.
- Me vas a poner roja...Repetimos cuando quieras, ha sido un placer ¬ ̶ me levanté de la silla y puse el bolso en mi hombro ̶ por cierto, ¿eres alemán? Me fijé en tu apellido en la tarjeta que me diste. Y he visto el reloj, a mi padre le gustan mucho los relojes, los colecciona y sé que es una marca alemana.
- Sí, es un Junghans, una empresa de relojes de la Selva Negra. Fue un regalo de mi padre. Casi toda mi familia vive en Berlín. Yo nací allí, pero vinimos a España cuando era niño. Tenía diez años. Cuando tenía dieciocho me quedé estudiando aquí la carrera, y mis padres y hermana se volvieron a Alemania. Mi intención era volver, pero conocí a Diana y me quedé.
- ¿Te quedaste por amor?
- Supongo que al principio fue así.
- ¿Ya no lo es?
- La quiero mucho y hay mucho cariño entre los dos. Toda una vida compartida, Diana es mi compañera ̶ sentí que algo me atravesaba por dentro ̶ pero el amor evoluciona y se transforma en otras cosas, otros sentimientos.
- Perdona si he entrado en algo demasiado personal...
- No pasa nada. Seguiremos la conversación en otra ocasión, sin problema.
- Claro. Cuando quieras..
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.¡Hola! Aquí la autora. Quería agradeceros la lectura y que hayáis llegado hasta aquí. Ahora se avecinan muchas, pero que muchas emociones para nuestros protagonistas... ¡y poco predecibles!
Dad like si os gusta y comentad lo que os apetezca.
El vídeo de la cabecera de se Rammstein y el título de la canción significa "hueles tan bien..." 😍🤤
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COMO LA VIDA MISMA
RomanceLeira está en su quinto año de residencia en medicina. Eduardo es el padre de su nuevo alumno de clases particulares de Filosofía. Loewe 7 es el perfume que le hizo fijarse en él, y la inteligencia e independencia que la joven médica despre...