La luna y las estrellas eran testigo de lo que sucedía una noche en los bosques de Luminia.

El silencio se vio interrumpido por el repentino crepitar de las hojas debajo de las pezuñas de un ciervo blanco que corría a toda velocidad por entre los árboles. Mirando de vez en cuando hacia atrás, como si verificara que seguía solo y que nadie lo estuviera siguiendo sin que se diera cuenta.

Corría con tanta seguridad, parecía que había recorrido aquel lugar tantas veces que logró memorizarse el camino a la perfección.

Hasta que, en un punto, en un claro del bosque, se detuvo en seco, pues de entre todo el bosque, un olor pareció saltar a su nariz de repente. Sus ojos azules miraban hacia todas partes, en alerta. Su pelaje parecía brillar con el brillo de la luna. Y sus orejas se alzaron cuando de entre los árboles escuchó el crujir de una hoja.

Su corazón latió con fuerza y quiso correr, huir, pero no lo hizo porque sabía que quien estaba detrás no era más que una cara bastante conocida.

—Rash... — susurró el hombre. Su silueta se veía más temerosa de lo que ya solía ser bajo la sombra. Sus ojos castaños se enfocaron en el ciervo y luego a donde había venido este. —No te siguieron? —

El ciervo pisó con fuerza el suelo con su pata trasera. El hombre sabía lo que eso significaba; los había dejado atrás. Pero no quería decir que ya no los estaban siguiendo.

—Bien. Tenemos que irnos, — dijo saliendo finalmente de detrás del árbol. Su voz combinaba a la perfección con su físico, un hombre adulto, temeroso, con algunas canas en cabello, lo había peinado hacia atrás, pero entre todo lo que había pasado había terminado algo desordenado. Su ropa era formal, como un traje de baile color vino que había sido pasado por las garras de un oso antes. Tenía ramas y hojas pegadas en todas partes. Definitivamente se veía en mal estado. —Noppa y Esmeralda ya nos están esperando, guía el camino, por favor — su voz era suave, pero no dejaba de sonar a la de un padre de familia amoroso.

El ciervo entendió de inmediato y se colocó al frente del hombre, caminando despacio y en silencio. De nuevo, seguía de forma segura, cosa contraria al hombre, pues él pocas veces había pasado aquel lugar, al menos de noche, pues sabía que aquel lugar se convertía en un lugar demasiado peligroso y poco frecuentado por personas de bien a esas horas.

De vez en cuando él echaba un vistazo hacia atrás para verificar que no les seguía nadie. Cualquier crujir de hojas bajos sus pies era motivo suficiente para alterar sus nervios.

Y no estuvo totalmente tranquilo hasta que a lo lejos vio una luz y un par de siluetas entre el bosque. Motivo suficiente para apresurar el paso.

—Creíamos que los habían capturado — habló una de las siluetas, una mujer cubierta con una sábana carmín. Aunque eso no era impedimento para ver sus ojos que centelleaban en un color rojo brillante.

—No, nos seguían, Rash los desvió y los dejó atrás— El hombre se acercó a la mujer para darle un abrazo con cuidado, pues a la altura del pecho sobresalía un bulto que también estaba cubierto por la sábana.

—Perfecto, tenemos que avanzar, después de que se vayan tendré que sellar el portal — dijo esta vez el otro hombre que estaba ahí. Su altura no rebasaba el metro. Cuando se quitó la capucha de su capa, se vio el rostro de un joven de unos 17 años, sus ojos verdes apenas eran visibles tras las gafas de profesor que llevaba puestas. sobre su cabeza llevaba puestas otras gafas, más enormes, parecían ser de soldador en un tono verde esmeralda que, bajo la luz de la luna, parecían brillar como una diadema de fiesta.

Los tres, acompañados por el ciervo, avanzaron hasta una estructura de rocas y piedras que se encontraba ahí. A simple vista parecían un par de columnas de unos dos metros echas de rocas. Como si ese hubiera sido en la antigüedad la entrada de una casa del mismo material.

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⏰ Última actualización: Oct 16 ⏰

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