Capítulo II

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''...mahw almawt...''

...Nadine.

Sonaba el claxon de los automóviles, pidiendo paso. Eran las doce del mediodía, hora punta, y un atasco monumental me había secuestrado en la intersección de las carreteras Charles Malek y George Haddad. Abrí la ventanilla para evitar cocerme dentro del coche. No tenía aire acondicionado, ni reproductor MP3, ni nada. Solo contaba con lo justo para no desarmarse en plena marcha. Pero yo adoraba este auto, pues Jerôme andaba a pie para que yo lo tuviese y no necesitara caminar. Era un Renault de segunda mano, que él había comprado ahorrando cada centavo posible de su estipendio estudiantil. Era mi primer auto. De hecho, no sabía conducir. Tuve que estudiarme el teórico, lo cual fue fácil, y mi chico me ayudó con el práctico.

El embotellamiento comenzaba a desenredarse. La luz verde del semáforo se puso para los que venían por Malek en dirección Oeste. Así era mi novio. Siempre protector, siempre galán. No se parecía en nada al típico hombre actual. Creía en el empoderamiento y la emancipación de la mujer. Detallista, romántico y pervertido como el que más. Agotaba mi paciencia que a veces me antepusiera a todo lo demás en su vida. Me trataba como una dama en lo cotidiano, y como una puta en la cama. Pueden decir lo que deseen, pero a las chicas nos gusta así.

El foco esmeralda correspondía ahora a los que bajaban por Haddad. Unos giraron a la izquierda, otros a la derecha. Recuerdo aquella vez, en mi cumpleaños. Alquiló una habitación lujosa de hotel para pasarnos allí la noche. Llenó el jacuzzi de pétalos rojos, prendió varitas de incieso y velas aromáticas, inundó el lugar con un hilo de jazz. Me hizo el amor, con amor. Pero yo estaba demasiado cachonda y le pedí que me follase con el alma. Me llenó bruscamente de su miembro, fue tosco en su toque y dijo una cantidad ingente de guarradas a mi oído, que sacadas de contexto solo podían ser articuladas por un enfermo sexual. Sencillamente, me provocó el orgasmo más intenso de mi vida. Luego de corrernos, vino a mí llorando y pidiendo perdón por haber sido demasiado agresivo.

El semáforo, finalmente, favoreció a los automóviles de mi senda. Puse en marcha el motor y aceleré. Amaba a ese hombre. Él borró, con su amor, los garabatos de mi ayer miserable. Redescubrí los besos en sus labios, el sexo en sus brazos, mi vida en la suya. Era absolutamente todo lo que deseé. Mi príncipe azul, sacado de una mezcla entre Men's Health y Disney. No lo cambiaría por nada del mundo. Ni de fuera tampoco. Mis ganas de verlo crecían a cada calle que avanzaba.

Pasada la Embajada de Austria, tomé el desvío a mano izquierda. Conduje par de manzanas por la calle Najib Trad. Aparqué el coche frente a Sursock Yards. Me bajé. Pasaron algunos autos y esperé. Cuando la vía estuvo despejada, crucé a la acera opuesta. Me arreglé la falda e insipré hondo. Por la cristalera se veía el interior del sitio. Me acerqué a la puerta y el encargado me abrió. Había llegado a ''Al-Mandaloun''.

Estaba atestado de personas. Era un lugar muy popular en Beirut para almorzar, quedar en una cita o irse de tarde de amigos. No me agradaban los lugares concurridos, pero este tenía su encanto. La decoración era fabulosa, al igual que el servicio y la comida. Adoraba el sitio a pesar del ruido de la gente, de los cubiertos contra la losa y la música. Levanté la cabeza y busqué con la mirada a mi chico. Lo ví. Estaba sentado en la mesa más céntrica, mirando su reloj nerviosamente. Me dirigí hacia él, sorteando el laberinto de mobiliarios y el batallón de camareros, que luchaba una feroz batalla contra la clientela. Jerôme percibió mi proximidad y se puso de pie.

Estaba como para comérselo. Llevaba una camisa blanca de hilo, ceñida, y unos pantalones cortos color crema, igual de apretados. Lo calzaban unos náuticos azul prusia. Iba complementado con reloj, pulsera, cadena y pendientes dorados. Era la viva imagen de la elegancia. En el Líbano, como en el resto de países musulmanes, estaba estrictamente prohibido besarse en público, pero él lo hizo. Me tomó de la cintura e incrustó sus labios contra los míos. Hundió su lengua en mi boca y hurgó en ella sin cesar. Me separé, casi sin aliento. Me escoltó hasta mi silla y la arrastó, poniéndose en el espaldar, para que yo me sentara.

Un Oasis En... BeirutDonde viven las historias. Descúbrelo ahora