"…alhulm…"
…Jerôme.
El grito de Nadine le hizo el amor a mis oídos.
- ¡Sí, joder!. ¡Sí!. ¡A... cepto!.-
En ese momento, sentí el impulso animal de no detenerme. Era un día demasiado bonito para dejarlo así, sin más. Sentía el viento rebotarme en el rostro, los autos tocando su claxon para saludarnos, la luz cegadora del sol bañándonos y haciéndonos sudar. Nani se recargó contra mi cuerpo, como si estuviese muy cansada. Metió sus manos bajo la tela de mi camisa y acarició dulcemente mi abdomen. Esparcía las gotitas de sudor, con la yema de sus dedos, por toda la piel entorno a mi ombligo; me besó la espalda salada de manera ligera. Veía el Faro a unos metros delante. Pegué un volantazo, súbito y brusco, a la derecha. El neumático delantero se incrustó contra el bordillo de la acera. La bicicleta se sacudió, elevándose medio metro del suelo y otorgándonos la sensación de vuelo.
Aterrizamos, indemnes. Conduje, adentrándonos en la zona de la playa. Nani no dejó de abrazarme ni un solo segundo. Avanzamos por un estrecho sendero de asfalto que iba a dar al Faro. Me sentía muy feliz, casi eufórico. La playa estaba atestada de personas; se bronceaban, nadaban entre las olas, jugaban el volley. A lo lejos, se veían las regatas y los surfistas; incluso, más allá, la silueta de un barco mercante con cientos de contenedores se desdibujaba en el horizonte. Era la estampa enternecedora. Nani contra mí, sumando a la experiencia. Guardaría esa instantánea en mi cabeza, para siempre. Simplemente, el epítome de la perfección.
Luego de unos minutos pedaleando, llegamos al Faro. Me detuve y apoyé ambos pies en el suelo. Nani se bajó del asiento trasero. Yo me desmonté justo después. Le dediqué una mirada amorosa. Ella luchaba contra una ráfaga de viento costero que, lascivo, intentaba levantarle su falda azul de hilo. No pude contener una carcajada. Se me acercó; caminaba con las piernas juntas evitando la brisa pícara. Detuvo su caminar, falda apretada entre muslos, y se paró frente a mí para besarme, poniéndose de puntillas. Nuestra forma de juntar los labios era deliciosa.
Se separó de mí, mirando directamente mis ojos. Con mi diestra, aparté un mechón de cabello húmedo que resbalaba por su frente. Mi mano izquierda sostenía firmemente la bicicleta.
- Es hermoso.- sonrió Nani, echando un breve vistazo al mar.
- No tanto como tú.- le devolví la sonrisa.
- Te amo, Jota.- susurró en un tono dulce.
- Lo sé.- contesté, haciendo un puchero muy confiado.
Nani miró a su izquierda. Siguió con la vista el Faro, desde la base hasta la cúspide.
- Supongo que no estamos aquí por casualidad.- se puso las manos sobre las cejas, a modo de visera.
-Supones bien.- miré a la cima del Faro.
-Sígueme.- solté la bicicleta y mis pasos me llevaron hasta la puerta de la torre.
Una muy gruesa cadena y un gran candado eran los guardianes del lugar. Tomé el candado en mi mano izquierda. Lo observé detenidamente. Apreté los labios y mi frustración se escapó, instantes después, en forma de exhalación. Solté el candado y giré ciento ochenta grados sobre mis pies. Allí estaba Nani, casi al borde del sendero, donde empiezan a nacer las rocas escarpadas de la costa. Se deleitaba con el mar a sus pies; con el viento, el Sol, las nubes y el olor salado. Me dirigí hacia ella, con cautela, intentando no perturbarla. La abracé por la espalda y hundí mi nariz en sus cabellos. Ella acarició mis manos, que reposaban en su abdomen, y ladeó la cabeza a la derecha.
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