''...slib alqidyis 'andru..."
...Jerôme.
Todavía estaba fresca, en mi cabeza, la imagen de Nadine corriéndose estrepitosamente en ''Al-Mandaloun". La forma en que gemía, se retorcía y, a la vez, intentaba disimular el orgasmo. Ese truco fue un gran acierto de mi parte. También significaba una herramienta para que ella accediera a casarse conmigo. No esperaba un sí inmediato. Sabía, dos meses atrás cuando lo planeé, que tendría un largo camino de esfuerzos para que Nani aceptase. Pero el solo hecho de proponérselo me dio alas. Si fui capaz de eso, todo era posible. Jamás pensé que llegaría a tener el valor para ello. Ella me había llenado de arrojo.
- Aquí tiene, señor.- la chica de la recepción me extendió un tarjeta.
- Muchas gracias. Es muy amable.- la tomé.
- Que tenga una buena noche.- sonrió.
- Igual usted.- asentí, agradecido.
Levanté la mochila y me la coloqué a la espalda. Eché a andar en dirección izquierda, dejando atrás rapidamente a la cordial chica. Anduve por unos pasillos que parecían eternos. Eran el Laberinto del Minotauro, versión lujosa. Puerta tras puerta, jarrón floral y cuadro en la pared. Me perdí por estúpido, pues arrojé al suelo el folletín del check-in. Al girar en una esquina, un empleado del hotel venía hacia mí hablando por el walkie. Me indicó por dónde se llegaba a los ascensores. Seguí, con su orientación, y di con ellos. Presioné el botón, entré y pulsé para subir hasta el sexto piso.
La música de espera era tan horrenda como aquello que Nadine me propuso la pasada Navidad. Bondage, disciplina, dominación, sumisión, sadismo y masoquismo; o eso decía Wikipedia. La idea de hacerle daño para excitarnos me parecía horrorosa. Ella lo deseaba con bastante ahinco, pero me negué rotundamente. Yo había jurado protegerla hasta del viento que la despeinara. Se molestó y me llamó retrogrado o algo así. Pero leí sobre ello, investigué y me convertí en una clase de experto teórico. Alquilé la habitación 421 del Radisson BLU para aceptar su petición. Era la última prueba de compromiso que me quedaba por darle, le había entregado todo lo demás. Quizás eso ayudaría a darle una respuesta positiva a mi pedida matrimonial.
Las puertas metálicas del elevador se abrieron. Salí de su interior y, nuevamente, caí en unas garras laberínticas. Justo en frente habían tres habitaciones. La del medio tenía, bajo la mirilla, un 433 tallado. A su derecha la 432. Este Teseo, a la espera de su Ariadna, había desentrañado el enigma: seguir a la diestra hasta toparse con su reserva. Paseé, mientras los números iban disminuyendo. Al final del pasillo, al lado de una ventana, se econtraba mi alojamiento. Introduje la tarjeta. La lucecilla roja pasó a ser verde, y tras un chasquido se abrió el cuarto.
Entré y busqué ciegamente, con mi mano en la pared, el interruptor de las luces. Encendieron. Era un lugar bonito y acogedor, justo lo que Nadine merecía. Yo acostumbraba traerla a un hotel siempre que deseaba tener una noche romántica con ella. Verdaderamente, en esta ocasión, era más necesario que nunca. Hoy tenía un plan extremadamente macabro y multipropósitos. Quería iniciarnos en el BDSM a lo grande. Me aterraba llevarlo acabo en la estancia universitaria pues, de enterarse alguien, seríamos automaticamente expulsados. Estaba atemorizado también -aunque era romántico- de que fuese mi primera vez en esto; mi primera vez con ella, en esto. Tenía miedo de que saliese todo mal, pero decidí correr el riesgo.Me dirigí hacia el dormitorio. Prendí la bombilla. Me quité la mochila, saqué un martillo y un paquete de clavos. Retiré el colchón, junto con el arrreglo del edredón y las toallas en forma de cisnes. Desarmé, a golpes, la cama de roble. Tomé los dos travesaños más largos y anchos. Los arrasté hasta el salón. Desocupé la pared donde se encontraba el mueble del televisor. Tomé uno de los tablones y lo coloqué contra ella, en diagonal. Puse un clavo en el centro y asesté un martillazo.