Capítulo IX

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"...al'iintzar..."

...Nadine.

Ibamos dejando atrás calle por calle. Yo estaba sentada, y con las piernas muy juntas. Tenía los brazos extendidos y tensos, al costado de los muslos. Apretaba el asiento acolchado, fuertemente con mis manos. Bajé la mirada. Mi pie se movía sin parar, presa de un tic desesperado. Llevaba años y meses viviendo en Beirut, y jamás fui a un hospital. No sabía cuanto faltaba para llegar. No sabía ni siquiera si sería suficiente hacerlo. Una lágrima nació en mi párpado inferior izquierdo y se me despeñó por la mejilla.

Me volteé hacia atrás y apreté los labios. Lo vi. Mi llanto se tornó caudaloso. Allí estaba mi Jerôme. El hombre que me hacía vibrar con su voz, con su toque, con esa mente en extremo pervertida. Allí yacía mi amor; mi único y verdadero amor, muriendo encima de los asientos traseros. Era inevitable que parte de mí se estuviera yendo con él. Sorbí por la nariz. Si yo me hubiese quedado en casa, estudiando o algo así, hubiera sido distinto. Él no hubiese cruzado, a todo trapo, aquel semáforo en rojo y ahora estaría bien. Todo esto es culpa mía por no saber decirle que no, por querer verlo, por haberme enamorado de él.

Hundí mi rostro en las palmas de mis manos. Rompí en verdadero llanto. Gritaba, me quedaba sin voz, hacía ruidos al inhalar. Los hilos de saliva colgaban de mi boca. No le prestaba atención a nada; a nada que no fuese mi dolor, mi ira, mis ganas absolutas de estar perdiendo la vida alli atrás, y Jerôme aquí delante, descomponiendose en piezas como lo estaba haciendo yo ahora mismo. Sentía escalofríos en toda la columna vertebral. Temblaba, como si estuviese la ciudad a menos treinta grados Celsius. No podía terminar todo así, no debía. Si habíamos tenido una vida tan de mierda, si eramos lo único bueno que nos pasó jamás... ¿dónde coño estaban ahora la puta justicia poética y el puto Walt Disney de los cojones?.

Sentí una mano en mi hombro y una voz.

- Toma -dijo Rajul mientras me tendía un pañuelo- y límpiate. Todo saldrá bien. Confía en mí.

- ¡No tienes ni puta idea!- llorando todavía, tomé el pedazo de tela.

Rajul dejó de observarme y agachó la cabeza. Se mantuvo par de segundos mirándose los muslos, luego levantó la vista a la carretera. Su rostro no tenía rastro alguno de expresión.

- Lo... Lo siento.- posé los dedos de mi mano izquierda sobre sus nudillos, que sostenían el volante.

- Tranquila. No pasa nada. Si yo estuviera en tu lugar, también me pondría así.- sonrió comprensivo.

- Gracias... por todo en general.- hablé, me limpié la nariz.

- Lo haría por cualquiera. A parte, también debo ir al hospital- volvió sus ojos a mí.

Me soné los mocos par de veces más y metí el pañuelo en el bolsillo derecho de mi pantalón.

- Hemos llegado.- anunció mi acompañante.

Era un edificio alto. En su entrada principal había un inmenso cartel: Hospital General de Beirut. Rajul metió el auto por un acceso lateral. Condujo y maniobró por las pequeñas calles del recinto hasta quedar frente a unas puertas enormes de cristal transparente. En el medio, en letras rojas, se podía leer la palabra Emergencias. Una chica dentro de la sala nos miró. Agité desesperedamente los brazos, pidiéndole auxilio. Le dio palmadas a otros dos enfermeros que estaban con ella, que corrieron hacia nosotros. La muchacha abrió la puerta y vino directo a mí. Bajé la ventanilla del coche.

- ¿Qué pasa?. ¿Se encuentran bien?.- preguntó.

- Mi novio y yo acabamos de tener un accidente de coche. Ayúdenos.- contesté.

Un Oasis En... BeirutDonde viven las historias. Descúbrelo ahora