"…bayn yaday Allah…"
…Rajul.
Mis párpados comenzaron a abrirse lentamente. Todo a mi alrededor lucía jodidamente difuminado. Un ruido constante se me colaba por los oídos, haciendo aún más intenso el puto dolor de cabeza. Me palpitaba de la conmoción. Las punzadas replicaban directo en mi cuello. Estaba totalmente desorientado. Pestañeé par de veces, y mi ceño se frunció para adecuarme las pupilas a la luz. Levanté mis manos a la altura de la mandíbula, apoyándolas en la misma superficie donde descansaba mi rostro. Me costaba un poco respirar. Cada bocanada de aire era un puñal en mi pecho.
Haciendo un esfuerzo, conseguí erguirme. El incómodo sonido, que azotaba mis tímpanos, se detuvo automáticamente. Me eché hacia atrás, hasta que mi cuerpo descanso en lo que parecía ser un respaldo. Llevé mis manos a ambas sienes. Las masajeé, con las yemas de los dedos, en un intento por calmar los latidos intermitentes de mi cráneo. De a poco, fui abriendo los ojos. Los contornos comenzaban a tomar, lentamente, nitidez. La molestia al inhalar disminuía. Iba sintiendo cada parte de mi cuerpo otra vez. Estaba volviendo a la realidad.
Supe, casi con toda certeza, que me encontraba en la cabina de un automóvil. Entonces me fueron llegando los recuerdos. Conducía rumbo a casa, luego de terminar la reunión con Majnun y sus familiares. Me dirigía a la Avenida General de Gaulle con la intención de girar a la izquierda. Pero se me cruzó ese puto chico en bicicleta… y esa chica. El jodido semáforo estaba en verde para mí. Pisé el freno tan rápido y fuerte como fui capaz. Hacer memoria a partir de ese momento era imposible. No sé si me los había llevado por delante, o no; supuse que sí, pues no había margen para más. Si los maté iría a prisión, a pesar de que la culpa era suya.
Me cubrí el rostro con las palmas de las manos. Algo dolió muchísimo. Alcé mi mano derecha, la extendí hacia delante y bajé el espejillo plegable encima del volante. Tenía un corte horizontal en el centro de mi nariz. Estaba hinchada, enrojecida, ligeramente deformada y con restos de sangre seca en las fosas nasales. Era una fractura de tabique, sin duda alguna. La toqué con mi dedo índice. Fue insoportable. ¡Putos niñatos!. Debía ir rápido al hospital, pero si me iba del lugar del choque, sería mucho peor para mí.
Pensé en mi dolor de cabeza y que necesitaría una tomografía. Ojalá no pasara a mayores porque, si el choque no había acabado con la vida de esos bastardos, yo mismo los mataría. Maldita juventud de putos drogatas y maricas, que no hacen una mierda por el país. No estudian, no trabajan, no son nada. Se dedican a meterse cosas, cocaína o pollas por el culo, indistintamente. Pero la culpa es de los padres. Mucho modernismo y demás gilipolleces, pero unas zurras a tiempo evitan que un niño se vuelva escoria cuando crezca. Solo queda el consuelo de que Alá los castigará a todos. También al hijo de puta de Alssariq, que me vendió este jodido Mazda 323, esta puñetera lata de sardinas sin airbags ni cinturones de seguridad. Pero claro, tampoco soy un jeque; es lo que tiene conducir una asquerosa hormigonera por seiscientas setenta y cinco layras mensuales.
Suspiré. Apreté los párpados. Bajé la ventanilla y ladeé la cabeza hacia la izquierda, haciéndola reposar en mi hombro. Abrí los ojos. Allí estaban; la bicicleta toda torcida a cuatro metros y ellos en el suelo. El chico se encontraba bocabajo con la chica encima, abrazándolo. Tiré la manija de la puerta y la empujé hacia afuera. Medio atolondrado y con dificultad, salí del vehículo. Me dirigí hacia los jóvenes arrastrando los pasos. Un frío helado, impropio de Beirut, me recorrió todo el cuerpo al observar el gran charco de sangre debajo de los cuerpos, cuyo manantial nacía de una brecha horrible en la frente de él.
Me arrodillé junto a ellos. Puse mi mano sobre el hombro del chico y lo agité. No respondió. Ni siquiera movió una puta molécula. Estaba jodidamente muerto. No era la primera vez que asesinaba a alguien, así que el impacto fue nulo. Probé a reanimar a la chica. Tampoco dio señales de vida. Asesino, puto asesino una vez más. Estaba tan acostumbrado a que me llamasen así.