Capítulo X

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"…hafizah allah wakhadhani…"

…Rajul.

Enseguida se durmió profundamente. Retiré un mechón de su frente. ¡Se veía muy follable!. Mejor así que llorando a moco tendido por su novio muerto, moribundo o lo que sea. ¡Ja, su puto novio!. El cabrón irresponsable que pasó un semáforo en rojo, a toda velocidad, con su mujer en el jodido asiento trasero de una bicicleta. Malditos occidentales; no tienen ni puñetera idea de cuidar lo que es suyo. Si tan solo la tuviera para mí la follaría, la volvería a follar y la disciplinaría si se pusiese insufrible. Pero no. Yo venía de casa de Majnun, de concertar un compromiso con su hija.

Era la única salida. Las contraindicaciones de follar son el embarazo. Y a esa perra la embaracé pero bien. ¡Joder!. Yo siempre soy el miserable en todo. El que se come el marrón mientras la vida hace oídos sordos. Tuvimos que planear el enlace entre ella y yo. De otra manera, Majnun me cortaría los huevos, o peor. No es que me importase, pero a ella la lapidarían entre su padre, hermanos, tíos, primos, abuelos y todo hombre que pasase por allí con ganas de matar. ¡Hay que joderse!.

Acaricié la mejilla de Nadine. Seguí de largo por sus hombros y el costado de su torso. Al llegar a sus caderas, introduje mi mano entre su ropa y piel y paseé las yemas de mis dedos por su abdomen: ¡ella era tan suave!. Dibujé con mi índice el contorno de los músculos definidos de su panza. Era de estas mujeres modernas que se ejercitan, de las que exprimen al máximo su físico para gustar. Continúe palpando hacia arriba y me detuve al sentir las falanges de mis dedos contra unas masas firmes de carne. Inmóvil, pensé profundamente si debía o no, si el Corán aprobaría esto. ¿Y qué si no lo hacían? Quisiera ver que harían Alá y Mahoma en mi lugar. ¡A la mierda!.

Capturé en mis manos la enorme teta izquierda de Nadine, por encima del brasier. Doblándome un poco, pude meterme por dentro del sujetador y apretar el seno delicioso en mi palma. Mi polla empezaba a despertase, y su pezón también. Se endurecía al tacto, al jugueteo de mis dedos. Me dirigí hacia el otro pecho. Ella comenzó a moverse y me retiré bruscamente. Si me atrapaba manoseándola se cabrearía muchísimo. Aunque no entiendo el posible enfado, pues a su cuerpo le encantaba mi sobada; nada más había que ver sus pezones como piedras para darse cuenta. Simplemente se revolvió en mi regazo, buscando más comodidad, pero sin despertar. El roce de su cabeza con mi entrepierna me excitaba mucho.

Cuando di por sentado que no se despertaría, proseguí. Llevé la mano a su pantalón y, con un poco de esfuerzo, logré desabotonarlo. Bajé la cremallera y comencé a tocarla. Apoyé mi palma en su pubis y acaricié hasta la entrada de su coño, por encima de las bragas. Luego seguí hacia la derecha y noté sus muslos musculados, tal como el abdomen. Mi polla dolía de la erección que me provocaba seguir su contorno. Una vez que llegué a sus nalgas, mi miembro comenzó a latir debilmente. Con mi mano izquierda lo liberé de mis pantalones y lo envolví con mis dedos. Lo subí y bajé lentamente, mientras tocaba su delicioso culo. Tan firme como sus tetas y terso cual seda.

Aceleré el ritmo de mi paja. Deslicé la mano a través del elástico de las bragas de Nadine. Con mis dedos llegué a su clítoris. Junté mi índice y corazón y lo rocé con ellos, aumentando gradualmente el ritmo. Ella volvió a moverse, pero esta vez no me eché atrás. Abrí esos dos dedos en pinza y los cerré, recogiendo entre ellos su clítoris y apretándolo con delicadeza. Bajé hasta la entrada de su coño y palpé: estaba húmeda. Eso hizo que me palpitara toda la polla. Le puse más velocidad a mi mano izquierda. Sabía que no aguantaría mucho más, que estaba a punto de correrme.

Introduje mi dedo del medio en el coño húmedo de Nadine; pero lo saqué, contrariado. ¿¡Mierda, esto un puto maricón!?. Se sentía algo parecido a una cuerda, y supuse que con eso se amarraba la polla para esconderla. ¡Qué puto asco, joder!. Pero tenía todo un coño común y corriente; así que volví a acercar las yemas a su rajita y las hice entrar. Advertí algo duro, algo... ¿metálico?. Sus entrañas hicieron resistencia, pero al final cedió. Tiré del cordel hacia afuera y salieron tres esferas metálicas unidas al cordón. No era un jodido marica. ¡Gracias a Alá!.

Un Oasis En... BeirutDonde viven las historias. Descúbrelo ahora