Rutina.

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Todos los días parecían ser iguales, la misma estresante rutina.

La misma cuidad, las mismas personas, los mismos sonidos que contaminaban el ambiente.

Comenzaba a hartarme de tener que levantarme en el mañana.

En la misma habitación, misma hora, misma familia.

Luego procedía la escuela, ¿tenía ganas de ir? No, claro que no, pero, si odio la escuela más odio estar en casa, sola, sedentaria, aburrida.

Mismas materias, mismos maestros, mismo horario.

Receso, parte relajante del día, según mis compañeros de clase.

Mismo mar de gente.

Obligada a platicar con personas que odiaba, prefería irme a un lugar apartado del instituto, aunque caminara más de lo normal y nunca alcanzara a llegar a la siguiente clase. Lunes, historia. Martes, matemáticas. Miércoles, artes. Jueves, civismo. Viernes, ingles. Rutina.

El aire estaba igual de contaminado que en otros lugares del mundo, mismo lugar; todo era una rutina la cual no podía romper, me consumía poco a poco.

¿Por qué no terminaba de golpe?

¿Por qué estar aquí?

El suicidio pasó por mi cabeza más de una vez; era una opción tentadora. Pero hacer eso también sería romper la rutina.

¿Será que me da pavor que eso llegue a suceder?

Misma calle, mismo autobús.

Dicen que el suicidio no termina con la oportunidad de que la vida sea peor, sino que elimina cualquier –mínima- posibilidad de que alguna vez mejore.

¿Se supone que son palabras de aliento?

Mismas palabras vacías.

Pero no importa que haga o intente mejorar, siempre vamos a tener quejas de todo, es normal, nada es perfecto.

Mismos humanos insaciables.

Aunque, tampoco quería ser una cobarde, huyendo de la vida, creo que hay personas con peor suerte que yo, hay cosas peores que una aburrida rutina.

O eso creo.

Fin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora