Sin Cadenas.

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Bajó las mangas de su suéter color pasto, el sudor le perlaba la cara y su rostro se enrojeció cada vez un poco más; las personas la miraban de manera incomoda, preguntándose

"¿Un suéter? Estamos a 40°"

Pero seguían su camino, al pasar el día se olvidaban de la chica del suéter verde.

Retomando la vida de la chica...

Al ver que nadie más la observaba, echó carrera en las ultimas cuadras para llegar a casa, buscó las llaves, tambaleante, entre su bolso carmesí e ingresó en el vestíbulo, el fría del aire acondicionado le hizo marear, y lo primero que realizó fue deshacerse del caliente suéter que la cubría. Destapando sus brazos.

Comenzó a temblar incontrolablemente, sintió su nariz taparse por la mucosa de su sistema, aviso de que las lágrimas estaban por salir.

Corrió desesperadamente a su habitación (sus padres aun no llegaban) y la ansiedad se apoderó de ella al no encontrar fácilmente lo que buscaba.

Rebuscó entre los cajones, bajo la cama, la ropa sucia, en su mochila. Nada. No estaba por ninguna parte. Ya no aguantaba más, la ansiedad se apoderaba de su sistema.

Corrió a la cocina, ¿Dónde los guardaba su madre?

"Rápido, rápido".

Tenedores, cucharas, ¡Cuchillos!

Sufría, elegir entre uno de ellos era sufrir. Cerró los ojos igualmente verdes que tanto la hicieron sobresalir en la secundaria y extendió el brazo abundante de cicatrices, tomó el primero que sus frágiles dedos rozaron, el mango era grueso y al abrir sus ojos vio que era de color rojo y con una punta afilada. Perfecto.

Sonrió como una niña pequeña al recibir un juguete que deseaba con el alma, sus ojos se cristalizaron.

Regresó a su habitación con el cuchillo en mano, sus ojos reflejaban demencia.

Se sentó con la espalda apoyada en la única pared índigo y hundió el cuchillo en su piel. Sintió como la sangre brotó por la herida recién hecha, un corte vertical; libre, sin cadenas, su sonrisa se amplió de manera psicópata, la cual la impulsó a hacer los cortes más profundos, haciéndose uno con el instrumente.

Lloraba. Sudaba. Sintió como su corazón daba su última carrera antes de apagarse para la eternidad.

 Escuchó la puerta abrirse y los pasos su madre correr con ferocidad por el largo pasillo a su habitación, desesperada, pero los gritos se hacían cada vez más lejanos, como un susurro en medio de una ciudad despierta. Melodiosos.

La tranquilidad la llenó por completo y se vio inmersa en una oscuridad relajante.

Fin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora