Abono para las plantas.

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Los utensilios de jardinería colgaban de la pared, pinzas, martillos, tijeras. Oxidados, pero funcionales.

La chica de largos cabellos verdes en forma de rizos que le caían a la altura de la cintura bailando con el viento avanzó hacía la cajuela de su automóvil carmesí.

La ciudad estaba dormida, por lo cual, sus vecinos -unos viejos sin ganas de seguir viviendo- no se percataron del cuerpo inerte que aquella chica de cabellos brillantes sacaba con esfuerzo de la angosta cajuela.

Lo colocó en su hombro izquierdo y lo cargó hasta el oscuro sótano, pasando por el vestíbulo, la sala y la cocina, los utensilios de jardinería colgaban de la pared.

 "Está despertando".

Pensó, por lo cual trato de hacer más rápido su trabajo, lo amarró a una larga mesa plateada mientras desnudaba su cuerpo firme por el ejercicio, al percatarse que su víctima estaba inmóvil e inconsciente corrió escaleras arriba; al bajar se encontraba con una vestimenta diferente a pantalones deportivos, el overol estaba manchado mayormente por tierra mojada, se colocó sus flores favoritas en su largo cabello convirtiéndolo en una pradera artificial realmente hermosa. Admiró la cara de muchacho una vez más, esperando a que abriera los ojos.


Al hacerlo se veía desorientado, todo era borroso, trató de levantarse pero la ansiedad lo invadió cuando sus músculos no respondían a sus órdenes, trató de gritar, pero sus labios estaban unidos por gruesos hilos de nailon, las palabras se atoraban en su garganta, tratando de salir libres de sus labios.

Los utensilios de jardinería colgaban de la pared.

Tomó las pinzas y con el cerebro del muchacho en funcionamiento arrancó el dedo medio de la mano izquierda, y así con todos los demás, la sangre salpicó en su cara. Deliciosa.

El cuerpo de la víctima se retorcía silencioso en la fría superficie. Brazos. Piernas. Orejas. Par de ojos. ¡Sangre!. Sangre espesa, fresca, carmesí.

El cráneo no le servía de mucho. Así que tomó el gran mazo que colgaba de la pared y lo agarró con fuerza en ambas manos.

"De todas formas, ya está muerto".

Y lo estrelló en su frente, justo en medio del par de cuevas vacías donde deberían estar los globos oculares; se escuchó claramente como los huesos crujían convirtiéndose en pequeños pedazos inservibles, bañados del hermoso color rojo. La chica sintió su corazón palpitar con fuerza, feliz, emocionada.

Tampoco el pecho le servía, era demasiado grande y estorboso para lo que ella necesitaba, tomó las tijeras y la navaja escondida en un cajón apartado. Incrustar la navaja en su piel se sentía como cortar una rebanada de pastel, suave.

Disfrutaría su cuerpo hasta llegar al tope del aburrimiento humano. Era una jardinera pero le gustaba sentir que estaba en un quirófano. La mala noticia es que ella no podía salvar su vida, un pecho no puede tener vida propia. Sería algo estúpido, (aunque gracioso).


A la mañana siguiente:


"¡Annie, que bonitas flores!" gritó el Sr. Rogers desde la entrada de su casa. "¿Cómo le haces para que crezcan tan rápido?" preguntó dudoso el viejo con un poco de curiosidad en la voz. Annie, la chica del hermoso cabello verde se limitó a decir: "Es solo un nuevo abono para las plantas". Y sonrió para sí, recordando al hermoso rojo tiñéndole la cara.

Fin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora