Un nuevo ataúd.

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Copos de nieve cayendo con paciencia, blancos, helados, finos. Un leve viento mueve las hojas de los árboles dirección al este mientras que los lobos aúllan al otro lado del bosque, produciendo una melodía irrepetible. 

Golpes sordos sobre pedazos de madera; sube su antebrazo para limpiar el perlado sudor que inundaba su frente en aquella oscura noche de a mediados de otoño, el ataúd casi estaba terminado, las medidas eran correctas, el color tal vez no le haría justicia a su ya pálida piel, pero al fin y al cabo, solo era un caparazón que debía ser encapsulado.

Caminó unos pasos hacía delante con la mirada pegada a sus pasos; zapatos blancos, camisa blanca, pantalón blanco... Simplemente era su color, o al menos era el que quería representar, ocultando la oscuridad que lo consumía en las noches de insomnio, donde tenía que crear ataúdes para diferentes personas y así olvidar lo que sus manos llegaron a hacer sin que el tuviera la oportunidad de detenerlas. 

Posada sobre la cama se encontraba una mujer con los intestinos fuera de su lugar, mientras que su morena piel se cubría parcialmente del carmín característico de la sangre fresca. En su rostro no había expresión alguna, sus labios permanacían cerrados al igual que sus párpados, las largas pestañas acariciaban sus ya pálidas mejillas.

-Es hermosa, ¿no lo crees?

-Cállate, déjame en paz.

-Tú y yo somos uno, acéptalo y vive el placer que provoca la muerte.

Sus brazos se tensan al verla ahí recostada, y por un momento se quiso engañar a él mismo, -solo está dormida- se dijo, pero la voz en su cabeza, esa que tomaba posesión de sus sentidos se carcajeaba en silencio, perforando las esquinas de su podrido interior. 

Los recuerdos de como aquella mujer llego a ese estado devastador eran escasos y la mayoría borrosos; recordaba sus delicadas y frágiles manos recorrer su firme pecho, como la delgada tela se iba deslizando por sus bronceados hombros descubriendo un cuerpo desnudo, recordaba haberla invitado a salir, recordaba como del día a la noche terminaron enredados en un momento de placer en que ambos estaban conscientes, no había olvidado como era sentir sus senos rozar en su piel y sus labios buscar los suyos. 

Efectivamente todo se vio cubierto por manadas de nubes negras cuando su yo principal se iba desvaneciendo frente a la fuerza que el otro representaba, obligándolo a realizar actos perversos que ningún ser humano era digno de protagonizar, retomando la conciencia horas después, descubriéndose de nuevo fuera del recinto. Construyendo un nuevo ataúd.

Fin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora