CAPÍTULO VII

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LA SEÑORA DE LA CASA GRANDE

Transcurren dos semanas desde mi llegada a la cocina para que tenga la oportunidad de estar en presencia de la Señora de la Casa. Es la primera vez que la tengo tan cerca, en realidad es la primera vez que la veo.

Sucede una tarde mientras limpio la cocina, el resto de las cocineras descansa, se supone que el Señor y la Señora saldrán y comerán fuera, con el dueño de la Hacienda contigua. Los rumores corren tan rápido. Pero yo aún debo limpiar, mi obligación es tener la cocina impecable, para mí no hay descanso, además, aunque los señores comerán fuera, aún se debe dar de comer a los trabajadores, aunque su comida casi no implica esfuerzo, verduras y arroz cocido, una porción de frijoles, nada que desgaste a las cocineras.

Estoy arrodillada en el suelo cuando la puerta que conecta a la cocina con la casa principal se abre, no es muy común que suceda, sólo la usan las esclavas encargadas de llevar la comida hasta la mesa del gran comedor y en esta ocasión, ellas no son. En su lugar, entran dos pequeñas niñas de entre diez y siete años. Levanto la vista por el alboroto creado con su entrada y enseguida sé que son las hijas del Amo, visten hermosos y finos vestidos, su piel blanca resplandecen entre las telas que las envuelven, su cabello rubio cae en grandes rizos y estaban adornados con moños del mismo color de sus vestidos, el de más pequeña rosa y el de la más grande blanco. Parecen muñequitas hechas para ser vistas, son hermosas y delicadas. Con todo lo que había estado sucediendo, me olvidé de que el Amo es padre de familia, que tiene dos hijas y que aún espera a un varón.

Me quedo embobada al verlas entrar, es la primera vez que las tengo tan cerca y estaba intrigada, sólo había logrado verlas de lejos, y eso fue años atrás. La más grande parece sentir mis ojos sobre ella porque se digna a verme, sus ojos eran marrones, no había nada del Amo en ella, sus rasgos son finos, sus ojos grandes y no tiene los pómulos altos, su cabello es demasiado rubio, el del Amo es más oscuro, su boca es pequeña, es toda una muñequita, pero debe ser como su madre. No es eso lo que me sorprende, lo que me obliga a bajar la cabeza con rapidez no es que recordara mi posición, es la mirada de esa niña, ella apenas tiene escasos diez años y sus ojos revelan tanta prepotencia como jamás le he visto al Amo.

Me ve con desdén y desagrado, su hermoso rostro se convierte en una mueca que le resta todo el carisma, no puedo decir que la belleza porque sigue siendo preciosa, pero toda la gracia que parecía poseer se esfuma. Me niego a creer que una criatura como ella pueda intimidarme tanto, pero después de verla no vuelvo a levantar la cabeza. Me concentro en seguir limpiando.

-Quiero comer- ordena la más grande. Su voz es demandante y demasiado chillona, tiene un fuerte tono de capricho que no cuadra con su rostro tan angelical.

La otra pequeña que brinca alrededor se ríe con fuerza, su voz suena más amable pero no me atrevo a verla, ni siquiera quiero intentarlo.

-Lo siento, niña, pero su madre me ha ordenado que no les dé nada de comida- incluso Aliba habla con un tono sumiso. Casi me atrevo a decir que también tiene la cabeza abajo, eso me demuestra que no importa la edad, importa el rango, de otra forma le hablarían con más respeto a Aliba, que seguramente las conoce desde su nacimiento.

-¡Pero yo tengo hambre!

-¡También yo!

La más pequeña imita el tono de su hermana mayor y grita aún más, si no es igual que su hermana, no tardaría en ser como ella.

-¡Quiero comer!

-¡Quiero comer!- repiten ambas.

Por primera vez me sentí alegre de sólo encargarme de la limpieza de la cocina, no debía lidiar con dos pequeñas que gritaban con la autoridad de ser las dueñas de la Hacienda. Y eso aún estaba por verse, después de todo, el Amo aún podía tener un varón.

AL NORTE DE TUS OJOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora