CAPITULO X

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Falia me despierta una hora antes de lo acostumbrado, todo es más oscuro y frío de lo usual. Me sacude ligeramente e interrumpe los sueños que enseguida se borran de mi mente.

-Anda- me dice con voz ronca por el sueño -Nos espera un día largo y no podemos retrasarnos-

Asiento y me levanto en la oscuridad, me toma un par de segundos recordar que es la fiesta de la hija del Amo, hoy es el gran día, a eso se debe todo el alboroto.

Busco mi ropa en la oscuridad y me visto cómo mejor pude. Estoy adormilada aún por lo que mis movimientos son lentos, bostezo con frecuencia y me froto los ojos intentando despertar. Entre toda mi ropa siento la camisa del Amo, pero decido que ese día la dejaré bajo la cama, está demasiado oscuro para que alguien vea lo que hago y realmente dudo que, en todo el día, alguien tenga la oportunidad de pasarse por la cabaña, además, es casi imposible que se atrevan a venderme de nuevo, así que la camisa estará a salvo bajo mi cama.

Abandonamos de la cabaña con paso aflojerado, el cálido aliento que exhalamos se enfría apenas sale de nuestras bocas. Me abrazo con fuerza para evitar temblar, pero no funciona. Sigo con frío hasta que el fogón calienta toda la cocina, media hora después de haber entrado. Una hora más tarde, ya todas estamos completamente despiertas y de un lado a otro.

Las cocineras no tienen una sola pausa, pican y cortan verdura, fruta y carne en grandes cantidades, y aunque el día anterior se había preparado una parte de lo que se cocinaría, todavía queda demasiado trabajo. Incluso Aliba me pide ayuda, ella debe preparar el desayuno para el Amo y su mujer y apenas es capaz de respirar con tanto qué hacer.

-Charlotte, ve a los establos, se nos acabó el huevo y nadie ha traído más. Asegúrate de traerlos de los nidos del lado izquierdo, son los que pueden comerse.

Asiento y salgo con rapidez, debemos hacer el trabajo rápido y no hay tiempo para retrasarse, así que si Aliba me necesita para algo más que limpiar la cocina yo no tengo por qué complicar todo reprochando algo que no forma parte de mis deberes.

La obedezco y atravieso los campos casi corriendo. Cerca de la Casa Grande se registra mucho movimiento, esclavos limpian el frente y se adorna con grandes moños rosas en la entrada principal, parece que será un gran acontecimiento, pero todo se centra en la Casa Grande y sus alrededores más cercanos, las plantaciones quedaban muy lejos como para que se involucren. Desde la distancia se ve la caña y el maíz, ya son de tamaño considerable y el maíz no tardará en ser cosechado, es un mundo aparte y lo extraño, anhelo sentir el aire libre, y poder alejarme de la Casa Grande; en las plantaciones todo era más tranquilo y nada era tan complicado. Extrañaba eso.

El gallinero está cerca de los establos, me meto y sorteo las gallinas que se arremolinan en mis pies en busca de algo si Aliba necesita más de los que le llevo, así que me aseguro de no dejar más que unos cuantos. Los acomodo en el mandil que tengo atado en la cintura, lo doblé formando una especie de bolsa de tela donde deposito los huevos con mucho cuidado. De nuevo sorteo a las aves, teniendo mucho más cuidado porque ya tengo el frágil encargo. El establo y sus alrededores están inusualmente solitarios, todos debían estar ocupándose de algo relacionado con la fiesta, o simplemente a esa hora el establo siempre está vacío. Mientras camino entre el establo, cuido no pisar ninguna suciedad de gallina, no quiero apestar la cocina con ese olor.

Intento contar los huevos que llevo, en caso de que Aliba me pregunte cuántos se me ha ocurrido traerle. Miro directamente a mi falda intentando calcular la cantidad.

-¿Puedes tú sola?- cuando escucho su voz casi termino por soltar el mandil que contiene los huevos. Incluso suelto una pequeña exclamación de susto por lo cerca que estuve de arruinarlo todo. Agarro la tela con más fuerza y me prometo no soltarla por nada.

AL NORTE DE TUS OJOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora