Que la punta de las narices de ambos se hayan tocado ese día en el maizal de la granja fue tan fortuito como afortunado. No por los pocos segundos que duró el encuentro o las consecuencias que luego tendría en la relación de ambos, sino por lo poco que Zuma sintió que significó para Chase al principio. Los primeros días pensó que el que Skye casi los viera era la única razón por la que él no quiso darle unos cuantos centímetros extra de proximidad a sus labios. Pero mientras pasaban los días en los que ambos se evitaban tan enfermizamente, se hacía más evidente que había una capa extra que destapar.
El sonido de las olas no puede dividirse en golpes; es un flujo constante de altos y bajos. Para el labrador aprender eso era la piedra angular del surfeo. No hay momento en que el mar se deje de mover, por lo que no había momento en el cual bajar la guardia. El que no hubieran olas tan grandes esa ciudad costera no era excusa para relajarse. Ese momento con el pastor era la cresta de la ola, y luego fue cayendo hasta que se disolvió en el flujo constante de los sucesos que involucran ser parte de un grupo de rescatistas. Pero a pesar de que ese punto alto parecía no haber existido nunca, el sonido del mar en las mañanas frías le recordaba que en cualquier momento podría volver a pasar.
Pocas son las veces en que son llamados al mismo tiempo a las misiones. Son específicas del mar, de la costa, de la Isla Foca, o de rescates que involucren a todo el equipo. Bien hecho, amigo. Tú también. Conversaciones limitadas a dos frases estereotípicas. Zuma casi no recordaba la última vez que se saludaron al despertar. Él no podía culparlo, pues procuraba esperar a que alguien más despertara para poder salir de su casa. En algún momento se dio cuenta que ese actuar era involuntario, y se volvió casi doloroso darse cuenta que lo hacía a propósito. Mientras más consciente se volvía de ello, más ansioso se ponía. Llegó a pensar que Chase estaba molesto con él.
Cuando los pies de un joven Zuma fueron a parar a la orilla del canal debajo del puente de Bahía Aventura, fue cuando le faltaron las fuerzas para seguir viviendo. Abandonado por malos dueños, como cientos de cachorros todos los días, Zuma deambuló sin saber dónde estaba. Comía basura, o sobras. Dormía bajo los bancos de los parques. Ni siquiera él sabía si venía de una ciudad diferente. Lo que siempre cuenta es que no paró de caminar una vez entendió que estaba solo. Entonces llegó a esa ciudad, y huyó de la luz de los autos bajo la sombra de un gigante de metal cerca al agua. Si se hubiera quedado dormido, esta historia no se estaría contando. Lo que lo detuvo fue el sonido de ladridos bajando desde un sendero verde adyacente. Una figura bajaba tambaleando y cayendo torpemente. Claramente era otro cachorro, pero era difícil decir cómo lucía. Los instintos se le encendieron en ese momento y se preparó para una huida que no podría concretar en su situación. En medio de esa oscuridad las luces del otro lado del puente llegaron a iluminar por breves segundos un rostro canino de orejas largas, pelaje oscuro y ojos pardos relucientes, con una expresión de preocupación y asombro que quedó impresa en su memoria.
A veces se preguntaba si Skye realmente no los había visto. Durante esos segundos de trance en que esos ojos pardos relucientes lo atraparon nuevamente, perdió de vista el panorama. Haciendo un ejercicio mental suponía que era posible que al menos algo de ese encuentro haya sido evidente para una cachorra aviadora con ojos de águila. ¿Cambiaba en algo su situación? Lo hubiera notado las primeras dos semanas, pensó. Lo que quedaba era lo que tenía en frente. Sin ser evidente para nadie más, parecía que no pasaba nada cuando no pensaba en ello, como una ola más que se llevó mar adentro la brisa del tiempo. Con ese pensamiento se iba a dormir por las noches, mientras con la pata pasaba una caricia sobre la punta de sus labios, para sentir lo que nunca fue.
Una noche de películas siempre tiene a alguien o algunos que se van temprano a dormir. Los más obvios fueron Rubble y Marshall, quienes habían protestado por aburrimiento que les traía una película que no era de superhéroes. Skye y Rocky también partieron sin hacer ruido, hasta que quedaban Zuma y Chase. Cada centímetro de su cuerpo le gritaba que se apegara a la rutina, desde el momento en que sintió el peligro de quedarse a solas con él, que se vaya con los primeros. Pero estaba atado desde la garganta con un nudo de nervios y rencor propio por no hacer algo antes. Tres semanas después estaban ahí, y él esperaba que pasara algo que rompiera esa tensión que solo era visible para él.
Su cabeza no se movía para verlo, aunque quisiera. Separados por cuantos cojines había para cada cachorro, sería muy obvio para arriesgarse. Y entonces se escuchó el click del remoto que apagó la televisión de golpe. Oscuridad bendita que le dejó respirar con libertad. Mirando al vacío en el que Chase debía estar, se sintió ligero y aliviado, y se encendió la pantalla nuevamente. El destello de luz que le mostró facciones que alguna vez lo habían salvado en su momento más patético, en una marea retirada luego de una tormenta, cuando sintió la primera ola de su vida subir a través de ojos pardos brillantes y macizos, y que se condensó en el océano de su vida junto a él. Y entonces entendió que esa capa que debía retirarse nunca estuvo ahí, o más bien nunca estuvo cubierta. Presión en el pecho y dificultad para respirar, como al nadar. Igual de cerca que en el campo de maíz, igual de hermoso que la noche en que lo rescató, Chase se iluminó en la noche con la luz del televisor, presentado ante Zuma, quien sentía su respiración sobre él.
"¿Por qué dejaste de mirarme?", preguntó Zuma.
"Porque me ahogaba cada vez que lo hacía."
"Pues yo siento que me ahogo ahora mismo."
"Yo también. Pero no diría que es algo malo."
"¿Qué se supone que significa?"
Chase se movía de costado como buscando una entrada, y sus ojos se dormían entrecerrados en la bruma del momento. Zuma lo imitaba instintivamente, siguió el flujo, iba a tomar la ola. No quiso decir nada más. Ambos ojos se cerraron.