I.

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"Sarah Brooks ve en esa mesa" "Sarah Brooks, la cuenta" "Sarah Brooks ve a cobrar a ese cliente" "Sarah Brooks limpia la mesa nueve" murmuraba la zorra de mi jefa. Y esque si había algo realmente malo de trabajar de camarera en Johns era Madison Cartner, la crueldad y la maldad en persona. Intentar ignorarla era uno de mis objetivos vitales, aunque aveces resultaba imposible. Mi uniforme constaba de unos zapatos totalmente clásicos y normales negros, unos calcetines hasta la rodilla también negros, una mini falda de color negro, una camisa apretada con unos botones señidos al centro de esta, de color rojizo apagado, y un delantal que me rodeaba la cintura y se adaptaba a mis caderas de manera que quedaba como un poco zorra, pero así lo quería la jefa. Al lado de Johns, había un bar llamado "Culver's" donde las camareras eran jovencitas como las de aquí, aunque ellas iban enseñando las tetas y medio culo. Vamos, que se les podía ver el himen roto. Yo y mi compañera de trabajo, Amanda, nos reíamos de ellas a escondidas, cuando las veíamos provocar a los tios que intentaban pedir tranquilamente un café con leche. Las ventas de Culver's siempre habían superado las de Johns por ese mismo motivo. Así que a Madison se le cruzaron los cables y nos cambió el uniforme. A diferencia del de ellas, nuestro atuendo era aceptable. Giré la mirada, pesada, cansada y ví la mesa siete. Siempre estaba ocupada por ese chico misterioso, con el pelo de un actor porno, los ojos marrones que me podía perder perfectamente en ellos, los brazos músculados y trabajados, la sonrisa radiante y la piel exageradamente suave, parecía un sueño. Pero era mejor que un sueño aquél chico: era real. Me acerqué a él, con los pasos firmes y seguros. "No hagas el rídiculo, Sarah" me repetía mentalmente.

+ Buenos días. -- le sonreí -- ¿Le pongo lo de siempre?

Él estaba concentrado mirando el cuadro de al lado de la puerta, donde salía una ciudad pintada al estilo geométrico. En cuanto se giró a mirarme y sus ojos se encontraron con los míos, como cada día, el corazón me dió un vuelco, y allí morí y reviví tropecientas veces al segundo.

- Sí, grácias. --contestó con su habitual sonrisa de siempre--

Me alejé de allí y le ordené a mi jefa lo que quería aquél chico moreno, desgraciadamente desconocido. Siempre desayunaba sus dos tostadas de mermelada de melocotón, desde el primer día que empezó a venir en Johns, por aquél entonces, yo aún no trabajaba allí. Pero Amanda me lo ha contado todo: me ha dado la información necesaria para acabar de creerme que sí, que era el chico de mis sueños(eso ha sonado tan cursi que me arrepentiré dos segundos después de haberlo dicho) o el amor de mi vida. Pero no sé su nombre, ni Am lo sabe. Pero sé que algún día podré hablar o salir con él, y esa idea casi me hace atragantarme con la barrita energética de chocolate que me ha regalado Amanda antes de irse(su turno terminó hace veinte minutos, y sin ella el tiempo se me hace lento y aburrido). 

+ Sht, Sarah. --dice mi jefa, desde el otro lado de la barra- Aquí está el desayuno para la mesa siete. ¡Que mazizarro de tío!

Madison tenía veinte y cinco años. Era divertida, alegre, feliz, simpática y mil más adjetivos calificativos y positivos femeninos. Pero a mi no me caía bien. Me mandaba como si fuera su perro, y se comportaba como una niñita superficial a todas horas. Y más conmigo. Creo que el odio era mutuo. Fingí una sonrisa, y la idea de Madison flirteando con él me hizo retorcer las tripas.

- Grácias. --musité--

Cogí el plato con las tostadas, y me acerqué a él. Cuidadosamente, puse el plato encima de la mesa y dije lo más agradable posible:

+ Aquí está. 

Él como siempre, me sonrió. Por un momento, pensé que la química era mutua.

- Muchas grácias.

Y lo siguiente pasó muy rápido: giré para irme a servir a la mesa cinco, que llevaban diez minutos esperando, y él, sin querer, me dió un codazo en el brazo. En esas situaciones no sabía como actuar, qué decir. Y mucho menos si  el que me había dado el codazo era ese chico misterioso. Me sonrojé y al segundo él también. 

El norte, el sur, y la brújula ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora