2. El escape

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Cada día que pasaba, Cherven era más grande. Es mi mejor amigo, pero si crece demasiado ya no podrá estar conmigo, (Porque los dinosaurios no son mascotas) y aunque quiero que se quede a mi lado siempre, también quiero lo mejor para ambos, y, de pasar esto, lo mejor sería que nos separemos lo antes posible.

De hecho, lo más probable es que tenga que quedarme con él el resto de mi vida. (Porque, a menos que la máquina se arregla sola no voy a poder volver)

Mientras pasaban los días me di cuenta de que me equivoqué respecto al carácter agresivo de Cherven, no parecía querer atacarme con el paso de los días, más bien se volvía cada vez más cercano a mí. Un día incluso rechazó la oferta de una manada de dilophosaurus para quedarse conmigo.

Tengo que decirlo, nunca tuve un amigo como él. La verdad, a veces incluso podemos entendernos.

Además, esta es una oportunidad única para estudiar la conducta de los dinosaurios, dinosaurios en plural, porque con la ayuda de Cherven puedo acercarme a otros dinosaurios. (La verdad, acercarme a dinosaurios herbívoros, a los otros es un poco más difícil, y tengo que observarlos desde lejos)

Un día, mientras Cherven estaba cazando, (sinceramente, algunos dinosaurios quedan ricos si se los cocina correctamente, aunque como el dilophosaurus es muy joven, normalmente roba huevos) salí a dar un paseo. Como ya pasaron ocho meses desde que me subí a la máquina del tiempo, era invierno (siendo honesta en el bosque casi siempre hacía frío, por lo que lo empecé a llamar el "Bosque Helado"), y el bosque donde vivíamos estaba cubierto de una gruesa capa de nieve.

El bosque se veía precioso, los rayos que se filtraban a través de los árboles pelados y la nieve relucía como diamantes.

Mientras paseaba, comencé a pensar que alguien o algo me observaba. Al principio pensé que era Cherven, que intentaba hacerme una broma. Pero luego me di cuenta que no era el dilophosaurio, porque de ser así, habría revelado su presencia.

Cada vez estaba más asustada, porque si hay un dinosaurio que acecha y ataca cuando menos te lo esperas, y que usa increíbles estrategias de cacería, ese es, sin duda, el Deinonychus. Lo que más me preocupaba, era que los Deinonychus nunca cazan solos, entonces hay por lo menos tres.

Me quedé muy quieta, esperando que solo me lo haya imaginado y en realidad solo es una criatura de la prehistoria, pero si en verdad son Deinonychus, podría considerarme muerta en ese mismo instante.

Antes incluso de prepararme, un Deinonychus saltó de detrás de un arbusto, y me miró fijamente. Tenía los ojos pardos, piel de color grisaseo y me llegaba a la altura de la cintura, por lo que seguramente es menor que Cherven. Después de pasar casi siete años leyendo sobre dinosaurios, y pasar unos ocho meses atrapada con ellos, sabía que ese Deinonychus solo intentaba atraer toda mi atención para que otros dos (quizá tres, nunca se sabe) me ataquen por los lados o por detrás. Intentaba vigilar a ambos lados por si otro se acercaba, pero era como si los ojos pardos del dinosaurio no me permitieran girar la cabeza o salir corriendo, de hecho parecía que tenía los músculos duros y los pies clavados en el suelo.

Con horror, escuché algo moverse a ambos lados de mi, y, antes de que pudiera hacer algo, dos Deinonychus más aparecieron.

No eran muy diferentes al primero, excepto porque los otros dos eran un poco más grandes que el primero, y eran de color grisaceo.

Me quedé muy quieta, esperando a que los dinosaurios me ataquen, me maten y me coman.

Estaba esperando el momento del ataque, cuando Cherven apareció de detrás de un arbusto y se interpuso entre los Deinonychus y yo. No se porqué, pero los Deinonychus parecieron acobardarse por la presencia de mi amigo, pues me lanzaron una última mirada de codicia y se escabulleron entre los arbustos.

Nunca vi a mi amigo actuar de esa forma, quiero decir mostrar un carácter agresivo. Sin embargo, cuando se volvió hacia mí, fue como si de repente volviera a ser la cría de dilophosaurus con la que viví ocho meses.

La verdad, me sorprende que Cherven (que sigue siendo una cría) haya logrado asustar a tres Deinonychus solo. Pero no sé por qué me quejo, porque si Cherven no hubiera llegado a salvarme, quizá no estaría contando el cuento.

De regreso en la cueva, vi que mi amigo había robado unos huevos, que parecían del estilo de los gallimimus.

Con un cuchillo de piedra que fabriqué, rompí la cáscara del huevo y dividí el interior en dos partes (una para cocinar al fuego y otra para Cherven, que se lo come crudo), y me comí el revuelto de huevo de dinosaurio.

Cuando nos fuimos a dormir, todavía tenía los pelos de punta, y me encantaría que alguien experto en la conducta de los dinosaurios me contestara todas las preguntas que tenía en la cabeza: ¿Por qué los Deinonychus se fueron en cuanto Cherven apareció? ¿Que hacían tan cerca de nuestra cueva? ¿Y qué tal si se establecieron en el bosque donde vivíamos? de ser así, ¿Que deberíamos hacer?

Me quedé dándole vueltas a esas preguntas, pensando en respuestas convincentes.

Luego de lo que me parecieron horas, comencé a sentir miedo de verdad. Si los Deinonychus cazan en el bosque, significa que al menos una parte del bosque era suya, entonces no podemos quedarnos, ya que si los dinosaurios están en su territorio, se sentirán libres de hacer lo que quieran. Aunque Cherven haya logrado ahuyentarlos una vez, esas solo eran crías, y si en serio se establecieron, también debe haber adultos.

Como solo era cuestión de tiempo para que los Deinonychus encuentren nuestra cueva, a la mañana siguiente intenté explicarle el problema a mi amigo, y al parecer él me entendió, porque una vez que terminé de explicarle sus ojos brillaron de una manera que yo jamás había visto: era evidente que no le hacía ninguna gracia que unos Deinonychus nos echen de nuestra casa. Pero luego me miró, al parecer diciendo que comprendía.

No perdimos un segundo, recogimos todo lo necesario (las mantas porque como ya dije era invierno y hacía frío y algunos utensilios de cocina), y partimos esa misma tarde luego de asegurarnos que los Deinonychus no nos seguían.

El camino más corto para salir del bosque habría sido atravesarlo, pero como los Deinonychus viven en esa parte del bosque, vamos a tener que rodearlo para salir en la zona este del bosque, y luego virar al sur hacia el desierto. Por desgracia, nosotros vivimos en la zona oeste del bosque, entonces vamos a tener que rodear medio bosque. Aunque eso nos va a llevar unas horas más, es el camino más seguro (la verdad en las actuales circunstancias, podría ser el único camino).

Era una fría tarde de invierno, Cherven y yo al principio anduvimos bien, pero luego de unas horas el sol se ocultó, y el frío se acentuó aún más.

Como en la mayoría de las noches en el bosque se desató una nevada. Corrimos a refugiarnos, Cherven con más facilidad que yo, porque al tener huesos ligeros y pies veloces casi no le costaba caminar sobre la gruesa capa de nieve. Por desgracia yo no tenía huesos ligeros, mucho menos pies veloces y la nevada casi nos tapaba a los dos.

Luego de muchos esfuerzos, por fín encontramos una bonita cueva (me refiero a que era pequeña y seca, por lo tanto fácil de calentar), con unas ramitas, que por desgracia estaban mojadas, encendimos un fuego pequeño y debilucho, me senté junto al fuego con los brazos alrededor de las rodillas y me detuve a pensar en mi vida anterior, en las caminatas por los parques con Lía y otros compañeros, las tormentas, en las que me sentaba a hablar con mi mamá junto al fuego, en los largos juegos de ajedrez con mi hermano mellizo Joaquín, en mi otro hermano, Tomás, que se fue a la capital a estudiar medicina, a quien vi por última vez un mes antes del accidente... mi mamá, mis hermanos, Lía, mis amigos del colegio... ¿Que estarían haciendo ahora? ¿Cómo se sentirá ahora Joaquín, solo, sin compañía, ya que mi mamá trabaja todo el día? Sin darme cuenta las lágrimas acudieron a mi tristeza. Nunca en mi vida me sentí tan nostálgica, recordando todas esas tardes lluviosas con juegos de ajedrez, los paseos, pero sobre todo, extrañaba a mis seres queridos.

Al parecer, Cherven se dió cuenta que me sentía triste, porque se acercó y me lamió cariñosamente la mejilla.

A la mañana siguiente, la nevada se detuvo, pero hacía un frío glacial. Emprendimos la marcha, solo se escuchaban nuestros pasos en la nieve.

Continuamos el viaje durante unas horas, sin decirnos nada. A medida que avanzabamos, el clima iba volviéndose más cálido, hasta que casi no encontramos nieve. Cuando llegamos a los lindes de la zona este del Bosque Helado, hacía mucho más calor y ya no había nieve.


Atrapada con dinosauriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora