Cyan Fawley, El sacerdote
Mi cuerpo parece un campo de batalla. Ya no hay venas sanas, las he corrompido a todas. Incontables heridas causadas por las agujas hacen imposible notar otra cosa que no sea el color violaceo que se ha formado gracias al azul y al rojo. Diviso que en algunas heridas puede ser que haya pinchado más de lo que debería, pero estoy seguro que pasó desapercibido. A veces la necesidad que tengo de volver a recurrir a las drogas y buscar consuelo en ellas me inhibe completamente los sentidos y nada más importa. Sé que soy prisionero de estas sustancias, sé que me tienen sujetado con fuerza y, sin embargo, he desarrollado una especie de síndrome de Estocolmo por ellas. Soy consciente de que me aniquilan día a día, y también soy consciente de que no voy a hacer nada para detenerlo.
Sé que debo levantarme, pero el solo hecho de pensarlo hace que me duela cada hueso y músculo que tengo y ni siquiera estoy haciendo algo.
Demacrado, logro salir de la cama. Me cuesta horrores pero lo consigo. Me quedo parado en el medio de la habitación.
Empiezo a escuchar una melodía y es tal la armonia que ingresa por mis oídos que entro en una especie de trance. Doy vueltas al compás de esta música que nunca había tenido el placer de conocer antes. En el mundo mágico no existen estas cosas. A veces me alegro de ya no estar ahí, y luego la nostalgia se abre paso, me siento miserable y vuelvo a intoxicarme. Es una especie de circulo del que no puedo escapar, o no quiero. No lo sé.
Me siento sobre la cama de nuevo, ahora totalmente mareado. Sin embargo, la melodía se rehúsa a salir de mi mente y se repite una y otra vez. Sin importar que mi cuerpo no quiera mantenerse de pie, me encamino hacia el baño y logro meterme dentro de la bañera. La música nunca deja mi cerebro y el agua tibia que cae sobre mi cabeza, hombros y termina por recorrerme todo el cuerpo me hace sentir renovado. Salgo y empiezo a hacer movimientos automáticos que mi sistema ya parece tener grabados. Me pongo pantalones negros, un traje formal del mismo color, zapatos de cuerina y como último detalle, el famoso clériman. Supuestamente el motivo de su uso es para dar testimonio de una vida diferente y consagrada a Dios, además que es signo de caridad pastoral para el bien de las almas... O algo así. No tengo idea. Solo lo uso porque creo que me queda bien y además tengo que jugar mi papel de Sacerdote a nivel completo, pero la realidad es que ni siquiera creo en Dios.
Siempre que intento pensar en los detalles de mi vida termino por darme cuenta de que soy un tumulto de incoherencias. Pero yo tengo respuesta para todo y con eso me reconforto y me conformo.
Me observo en el espejo. La apariencia convincente de un sacerdote es suficiente para estar satisfecho. Es hora de predicar.
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Sorprendentemente, la iglesia se encuentra casi llena. La gente que sigue viniendo claramente no me ha visto en mi peor momento y quizás es porque lo he disimulado muy bien, aunque no podría decir cómo.
Con todos sentados, doy inicio a la misa del domingo. En ningún momento la extraña pero atractiva melodía deja mi mente, parece que la tengo adherida al cerebro, pegada como una sanguijuela. Digo cosas automáticas, oraciones que he aprendido rápido ya que al ser del submundo mágico tengo buena memoria. Hablo de la palabra y la vida. Dios esto, Jesús aquello. Amén, amén, amén. Mientras tanto pienso en la música que solo yo escucho y me percato de que de alguna manera me está ralentizando, funcionando como especie de somnífero solo que no es capaz de derribarme. Pensé que era una imaginación de mi creación, justo como el enano, pero es muy sólida y lo más raro es que perdura mucho tiempo. Yo no podría mantener algo así por tantos minutos, en especial porque está por cumplirse una hora desde que empecé a oirla.
Poco lúcido como estoy, logro darme cuenta de que alguien está intentando hipnotizarme con efecto casi nulo. Sabiendo esto, dejo de enfocarme en la aglomeración de gente que se encamina hacia la salida de la iglesia y observo el tercer asiento donde un hombre encapuchado que ciertamente no estaba antes sigue sentado tranquilamente. Empiezo a sentir en grandes cantidades el poder que emana. No hay dudas de que es un ser poderoso.
La melodía finalmente me abandona cuando este hombre levanta la cabeza. Sus ojos me observan con una especie de cautela y cuidado, como si no supiera lo que está a punto de suceder y tuviera que estar preparado.
A lo lejos la puerta de la iglesia se cierra, dejándonos solos. El hombre se pone de pie y va hacia el pasillo que hay entre las bancas de la derecha y de la izquierda. En este punto solo unos pocos metros se interfieren entre nosotros. Mi corazón late como desgraciado pero no por miedo, sino por adrenalina.
Más preguntas se abren paso en mi interior cuando diviso su capa. Una capa del Submundo mágico. El hombre se saca la capucha y veo que debe ser unos años más joven que yo. 100 años más joven. Hago un esfuerzo pero no lo reconozco. Debe haber nacido después de que yo abandonara la aldea. De todas formas, no tiene relevancia. ¿Cómo me encontró? ¿Por qué está aquí? Y, ¿Por qué intentaba hipnotizarme con un hechizo?
-Cyan Fawley, veo que mi intento de hipnosis no ha brindado frutos. Resulta que eres fuerte como dicen los rumores en la aldea. Imagina mi sorpresa al verificar tal cosa, pues vengo observándote dos días y realmente te veias inservible. En fin, estoy casi feliz de saber que no te encuentras tan perdido como me advirtieron en el comité general. Algunos incluso dijeron que eras peligroso asi que al verte hoy un poco más dentro de tus sanos cabales, tomé precauciones. Por eso la hipnosis. - Explica con voz ronca.
Hago caso omiso a todo lo que me dice.
-¿Cómo me has encontrado? - Pregunto lo único cuya respuesta me concierne.
El mago chasquea la lengua.
-Mi nombre es Serge Disguise, soy un mago especializado en conjuros de rastreo. Puedo oler el escondite de las ratas aquí y allá, no importa donde estén.
¿Acaba de llamarme rata?
-¿Para que has venido? - Escupo.
Serge suelta una risita por mi repentino enojo, lo cual me irrita aún más.
-Oh si, directo al grano. Tu padre, el Supremo Julius Fawley, ha fallecido hace tres días. Como bien ya debes saber, tu eres el siguiente en la línea de sucesión. Fui enviado a relatarte las noticias y llevarte de nuevo a donde perteneces, siguiente Supremo.
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Submundis Bellum
FantasyHay submundos que el ojo humano no puede ver, no se le está permitido, y que no se puedan ver no significa que no estén ahí, porque siempre lo han estado. El sacerdote y El soldado son dos personajes tan diferentes como el agua y el aceite, aunque a...