Sony Novem, El soldado
Observo su espalda desnuda mientras cuento sus pecas una por una. Es la primera vez en meses que logro estar con alguien. La primera vez que los demonios en mi cabeza me lo permiten.
Sé que eso no durará mucho.
Aunque el trastorno de estrés postraumático sea casi inexistente algunos días, hay otros en los que es tan intenso que no sé qué hacer, para dónde correr o en qué lugar esconderme.
Lo sienta o no, sé que está ahí dentro.¿Cómo escapar del enemigo si éste se encuentra en tu cabeza? ¿Cómo escapar de lo que no se puede escapar?
Su voz me despierta de mi trance.
—Deja de pensar, Sony.
Estoy fastidiado repentinamente. Qué gran idea, dejar de pensar. ¿Por qué no lo había considerado antes?
—Sí, claro. —Respondo. No quiero ser mal educado.
A continuación todo pasa rápido, más rápido de lo que un ser humano es capaz de calcular. Todo transcurre en flashes, y no sé decir si eso es algo bueno o malo. Supongo que da igual, pues lo importante es lo que sucede.
Afuera se escucha un tiroteo, usual en el ghetto en el que estamos, en donde ella vive. La parte racional de mi quiere comprender esto, dejarlo pasar y seguir disfrutando mi noche como si nada. Pero la parte traumada no me lo permite, nunca me permitiría tener un momento de paz.
Automáticamente estoy parado sobre el helado piso de cerámica. Mi respiración galopa a la par de cien caballos compitiendo en una carrera ilegal.
Recuerdos de la guerra vuelven a mi cabeza. Recuerdos en forma de monstruos y muerte, listos para llevarme a mi también. Veo a mis compañeros muertos, masacrados. Observo un río de sangre desbordarse frente a mis ojos mientras pienso: ¡Dios mío, soy aún joven y todo está perdido! Intento correr por mi vida, intento aferrarme a la cordura que me queda. ¿Cuál cordura, Sony? Escucho risas a lo lejos. Me veo a mi mismo de niño, riendo. Mi niño interior se ríe del hombre patético en el que me he convertido. Luego, su cara se transforma en un monstruo con ojos negros y el rostro hundido. Empieza a llorar desconsoladamente y, creo, que yo también estoy llorando. ¿Por qué no lloramos todos? ¿Por qué no... Por qué....?
—¡Sony! — Me parece oír a lo lejos. La voz de una mujer me llama. No queda parte racional en mi para intentar identificar esa voz. — Sony, estás completamente blanco, tienes los ojos dados vuelta, ¡SONY! — Grita.
Con ese grito logra traerme de vuelta por un segundo, un breve momento. Un segundo en el que me gustaría quedarme a vivir.
—Sí... — Es todo lo que logro articular antes de empezar a sentir algo que nunca antes había sentido en mis cuarenta años de vida.
La habitación empieza a expandirse, los colores a difuminarse, la vista se me nubla y comienzo a sudar. Los brazos se me tornan de plomo, no puedo levantarlos. La habitación ahora más grande da vueltas, o quizás soy yo el que da vueltas. Se siente como estar drogado. Dios mio, nunca me he drogado. Necesito sentarme o me caeré, pienso.
—Sony, me estás asustando. Ven, siéntate. — Me toca la frente. Su tacto se siente etéreo. — Cielos, estás ardiendo. Voy a buscarte un poco de agua, por favor, siéntate. — Dice, alarmada.
Logro llegar hasta la cama con mucho esfuerzo. Finalmente, me siento. Miro a mi alrededor para descubrir que todo sigue dando vueltas. Me siento en la Noche estrellada de Van Gogh. Gotitas de sudor caen sobre mis rodillas.
Lo último que pienso antes de caer desmayado es... ¿Quién es Sony?
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Submundis Bellum
FantasyHay submundos que el ojo humano no puede ver, no se le está permitido, y que no se puedan ver no significa que no estén ahí, porque siempre lo han estado. El sacerdote y El soldado son dos personajes tan diferentes como el agua y el aceite, aunque a...