Prólogo

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Desde el nacimiento de los humanos han habido creaciones que los submundos no habían visto jamás. Siempre hemos estado acostumbrados a vivir de manera simple, sin demasiados lujos ni artefactos. Aunque éramos conscientes de cómo evolucionaban las civilizaciones por encima de nuestras cabezas, los Doce decidimos seguir viviendo de la misma forma. Cuando llegó la tecnología no le dimos importancia aunque haya sido revolucionario a nivel trascendental. Lo que sí nos interesó, sin embargo, fue la ciencia, esta necesidad de saber acerca de algo a base de experimentos y conocimiento verificado. La ciencia nos fascinaba porque nos involucraba a nosotros. Al menos, una de las preguntas que planteaba lo hacía: ¿Hay vida más allá de la tierra?

Pero todo lo que siguió luego a modo de respuesta no fue nada más que erróneo. Algunos teníamos la esperanza de que por fin se dieran cuenta de nuestra existencia, aunque sabíamos que no sería lo ideal. Estamos prohibidos para el ojo humano, no pueden saber sobre nosotros. Todo se trata de mantener un cierto balance cósmico.

Decidieron que efectivamente había seres vivientes más allá, pero no justo debajo de sus pies... Sino en otros planetas, incluso otras galaxias. Algunos de nosotros pensamos "¿Es tan difícil pensar que estamos debajo y no a miles de años luz? Siempre hemos estado aquí."

Cada Submundo tiene un Supremo, son los que más saben. Cuando uno fallece, la sucesión se encarga de seleccionar uno nuevo. Al ser los más sabios, reconocieron que era algo positivo que los humanos pensaran cosas tan disparatadas, porque así mantendrían sus ojos apartados de la realidad, lejos de nosotros. Hay una regla esencial que cada habitante de los Submundos, sea el que sea, tiene que respetar. Si no lo hace, será o exiliado o sometido a la ejecución, dependiendo de las reglas de cada Supremo. Esta regla inalterable está por encima de cualquier regla de Supremos, ya que aplica a todos por igual: Los humanos no pueden vernos. Si alguna vez queremos hacer visitas a su mundo, tendremos que camuflarnos entre ellos y disimular. Si algún imprevisto llegara a suceder, el descuidado tendría que acudir rápidamente a su respectivo Supremo e intentar resolver el asunto lo más rápido posible. Hay doce Submundos, por lo tanto hay doce Supremos. Magos, elfos, sombras, metamorfos, ogros, licántropos, serafines, hadas, dragones, vampiros, genios, gremlins. Todos nos hemos acostumbrado a convivir debajo de la tierra... En nuestras respectivas aldeas, por supuesto.

Quizás fuimos demasiado estúpidos y gastamos mucho tiempo observando a la humanidad en secreto. Tanto fue así, que descuidamos nuestros Submundos. Aprendimos algo valioso de los seres humanos: las apariencias engañan y todo el mundo es capaz traicionar. Más rápido de lo que puedas llegar a prever te darás la vuelta y tendrás un cuchillo clavado en la espalda. Es una pena que hayamos adquirido este conocimiento cuando ya era muy tarde.

Nunca pensamos que tales traiciones vendrían de los Submundos. La paz, lo único que había sido conocido hasta ese momento, se vio reemplazada por el completo caos.

Y de alguna forma, el balance inquebrantable simplemente... Se rompió. Se desequilibrió por la corrupción y la sed de venganza, la añoranza de asesinar.
Todo lo que siguió después fue malicia y más sangre de lo que mi vieja memoria es capaz de recordar. Lo que puedo asegurar es que parecía que los ríos sangrientos del infierno se hubiesen desbordado y hubiesen llegado hasta los Submundos.


Todos nos ahogamos. Algunos más que otros.

Submundis BellumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora